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Lo que en un principio tendría que ser una alegría al poder volver a ver a mis seres queridos, se transformó en una desgracia, y más después de ver mi reflejo.

El estilista y la maquilladora se habían marchado y me dejaron junto a una Alice que no reconocía. Lo que me mostraba aquel espejo no podía ser yo, mi esencia se había perdido. Ante mí había una mujer ataviada con un sexy vestido rojo, que dejaba mostrar una pierna por el largo corte del mismo, y que terminaba en unos impresionantes zapatos de tacón del mismo color. Hasta el maquillaje era exagerado con aquellos labios del mismo intenso carmesí. Yo solía ser mucho más comedida.

Sabía lo que Romeo quería decir de mí con esa apariencia, que había roto con mi pasado, ya no era la dulce hermana de Kim Namjoon, ni la enamorada esposa de Jeon Jungkook, era su mujer, un deleite que todos podrían desear, pero que tan solo él podía poseer.

No quería que nadie me viera así, y mucho menos las personas a las que apreciaba. No sabía quién podía estar, pero rezaba porque al final ninguno de ellos fuera, me moriría de vergüenza si me vieran con aquel atuendo y siendo el perrito faldero de Romeo. Hasta ahora era la mayor tortura a la que aquel sádico me había sometido, y ni siquiera era consciente de ello.

Llamaron a la puerta. Cogí aire, cerré los ojos y me rendí a mi destino. Abrí para encontrarme con Geonhak. Me miró de arriba a abajo sin poder evitarlo. Lo entendía, era una llama en la oscuridad, se habían esmerado para ello. Quise taparme de algún modo, me avergonzaba de mí misma.

Pasó por mi lado sin decirme una palabra y entró al vestidor. Le seguí curiosa. Cogió un amplio fular negro y me lo pasó por los hombros. No ocultaba la mayor parte del ajustado vestido, pero me sentía algo más arropada. Entendía qué quería hacer y se lo agradecí, lo hizo porque notó mi incomodidad.

—Te está esperando ya, es mejor que vayamos —dijo saliendo de allí lo más rápido posible, si nos encontraban juntos podrían sospechar.

Tuve que salir hasta la calle donde Romeo ya me esperaba dentro del coche. Me senté a su lado sin querer mirarlo, pero sentí sus ojos en mí, y en esa raja que dejaba a la vista mi muslo por más que yo intentara evitarlo.

—Llegas tarde —dijo, y me encogí por temor —Pero valió la pena la espera, estás exquisita.

Mi cara fue una máscara de indiferencia, o al menos lo intenté, no quería que me viese afectada, porque sabía que no lo hacía solo para que los demás me miraran y me desearan, lo hacía para sentirse mi amo.

El evento se celebraba en un antiguo edificio rehabilitado. Desde fuera no parecía gran cosa, pero el tipo de personalidades que accedían al interior, y la cantidad de seguridad que se hallaba en el exterior, te decían que lo que allí dentro se encontraba era un acto de gran envergadura.

Geonhak fue el encargado de abrirme la puerta y ayudarme a bajar del coche. No lo había visto en mucho tiempo, y precisamente esa noche estaba allí. No sabía si Romeo tenía un motivo oculto para ello o si era todo cosa del azar.

Mi acompañante se reunió conmigo justo antes de pasar por la puerta principal. El lugar era inmenso. Sus paredes habían sido reubicadas para que se pudieran mostrar varias salas con diferentes tipos de arte.

Había mucha gente, más de la que esperaba. Yo agarraba con fuerza el fular que llevaba, me hacía sentir falsamente segura, pero no importó, porque con un gesto aparentemente indiferente me lo quitó de los hombros y se lo pasó a uno de sus hombres.

—Levanta la barbilla y muéstrame lo que eres—dijo mientras caminábamos y ponía su mano en mi cintura baja —Sabes cual es tu trabajo esta noche, tienes que convencer a todos de que eres mía, que estás donde quieres estar, y sobre todo tienes que convencerme a mí, porque si veo que no eres útil, tendré que desecharte.

La última apuesta (Trilogía Póker: 3) [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora