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Abrí la puerta a un sonriente Namjoon.

—Estás muy guapa.

Llevaba un simple vestido de cuello barco, pero de una marca absurdamente cara. Queramos o no, lo que vestimos dice mucho de nosotros, y aquella noche tenía que decir a los socios de mi hermano y al resto de la ciudad, por la que se esparcirían los rumores, que era una mujer respetable y de alta alcurnia, que mis saltos de uno a otro de los herederos de las diferentes familias eran cosas del pasado. Era un Kim, era una princesa.

Nada más lejos de la realidad.

Era la emperatriz, pero por ahora debía esconderlo, ponerme esa máscara que debía haberme colocado desde el principio. Porque haber rodeado con una armadura mi corazón habría sido imposible, no había sabido vivir sin amar, y aquel amor podría matarme esa noche.

La reunión era mucho más calmada de lo que pensé en un principio. Saludé a muchos de ellos junto a mi hermano.

Me di cuenta de lo que había cambiado. Recordé aquella primera fiesta en la que me sentía tan fuera de lugar, tan pequeña, y no es que no fuera la misma, pero ahora no me sentía intimidada por aquellos hombres y mujeres que lo único que tenían diferente a mí eran las circunstancias en las que habían nacido y crecido. No eran mejores que yo, y ahora lo sabía.

Mi máscara era perfecta, solo hubo un instante en el que se me cayó.

Allí entre la multitud unos ojos tristes me miraban. Pronto me recompuse y sonreí, pero sus pasos que le acercaban a mí me agitaban demasiado.

Su caminar elegante, su semblante etéreo, su cuerpo perfilado y sus carnosos labios hacían que recordara aquella primera fiesta en la que le conocí y caí rendida ante sus encantos.

—Si me permiten robarla —dijo Jimin cuando llegó a mi lado.

—Claro, querido, los jóvenes os tenéis que divertir.

Algo me decía que esa señora no conocía ni la décima parte de lo que pasaba a su alrededor.

Me llevó hasta un costado, un poco separados de los demás. La sonrisa falsa que portaba para esos eventos se deshizo cuando estuvimos solos.

—¿Cómo estás? —preguntó con aparente sinceridad.

Yo le miré sin responder, intentando leer su rostro. Habíamos pasado mucho juntos, creía haber llegado a conocerle, pero aún dudaba de saber leerle.

—Todo lo mejor que puedo estar dadas las circunstancias —no vi motivo para no decir la verdad.

—Te veo mejor.

—Bueno, sigo estando encerrada en una mansión, pero al menos el anfitrión no quiere matarme, o eso espero —sabía que era una broma demasiado macabra, pero tampoco era para estar tan serio —Jimin, ¿tú estás bien?

Me miró como si no entendiera la pregunta.

—Creía que me odiabas —fue su única respuesta.

—La antigua Alice lo haría, pero ahora los baremos han cambiado —me apoyé en la pared observando como su rostro cambiaba, se llenaba algo parecido a la esperanza —Antes una mentira me parecía imperdonable, ahora con que no intenten asesinarme me sirve.

—Has cambiado —no eran palabras alegres.

—No me ha quedado otra opción.

Intenté mirarle a los ojos, pero no pude, veía su pena, aquella niña inocente había perecido por el camino.

—¿Cómo va tu vida? —intenté desviar la atención, no me gustaba sentirme así.

—Como se supone que sería, o casi —dio un sorbo a su copa —Estoy a punto de heredar el negocio familiar, por eso estuve en la reunión del otro día y no mi padre.

La última apuesta (Trilogía Póker: 3) [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora