Érase una vez

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Érase una vez una muchacha que vivía de los sueños. Estaba sola en el mundo, se convirtió en huérfana muy pronto, sus abuelos con los que se crio habían ya fallecido y la que era su amiga más íntima había tenido que viajar a un país lejano. Sobrevivía vendiendo la repostería que podía hornear, pero realmente lo que hacía alimentar que su alma se alimentara eran las fantasías en las que vivía un cuento de hadas.

Soñaba con su príncipe azul, ser encontrada por su alma gemela y vivir juntos para siempre. Comer perdices no entraba entre sus prioridades, pero tampoco lo rechazaría.

Un día, un mensajero de hermosa sonrisa tan radiante como el Sol llegó hasta su pequeño puesto de comida, un gran noble de la región requería de su presencia. Ella, asustada, acudió a la cita. El noble resultó ser un príncipe, del reino de Picas, pero eso no fue lo que más le sorprendió, le dio una increíble noticia, era su hermana perdida, nunca más estaría sola en la vida.

La primera vez que fue a un baile en su imponente castillo, aunque todavía se sentía una plebeya entre señores, se maravilló de todo lo que le rodeaba. Y allí le vio, era lo que siempre había soñado, con una leve diferencia, no era azul, aquel era un hermoso príncipe rosa del reino de los Diamantes, pero aquella rareza le fascinó aún más.

Mientras disfrutaba de su fortuna, un atractivo bardo apareció por el castillo. Lo recordaba de su vida anterior, de como disfrutaba de sus postres, de la sonrisa que siempre le regalaba. Su hermosa voz, su labia sin igual, su seductora presencia le hizo dudar por primera vez del mundo de fantasía en el que vivía, pero no podía despertarse, aquello era lo que siempre había soñado.

Lo tenía todo, familia, amor, una boda inminente, pero había cierta oscuridad a su espalda, que por mucho que intuyera nunca llegaba a ver. Era una magia oculta que no se dejaba mostrar.

Un día en el que se encontraba sola, un caballero oscuro y su escudero fueron a su encuentro. Aquel hombre de rostro divino le contó que se encontraba bajo un hechizo maligno que no le dejaba ver la verdad. Su hermano era el malvado dueño del castillo, temido por su pueblo, su prometido le había sometido a un maleficio, la había enamorado con engaños, porque ella no era quien creía.

En ella se anidaba una esencia tan poderosa que a quien se la otorgara se le concederían todos los reinos. Era el símbolo del poder. Querían unificar sus territorios por el enlace y usar su dádiva para someterlos a todos.

La muchacha no podía creerle. Se resistió a dejar todo atrás hasta que fue demasiado tarde. El mal la acechaba, pero el caballero con su gallardía consiguió salvarla y llevársela con él.

El único modo de liberarla de su trágico destino era que se desposara con él, de ese modo ni su malvado hermano, ni el perverso príncipe rosa, podrían llegar hasta ella.

Tras contraer nupcias con el caballero negro descubrió que había sido víctima de un ardid, aquel hombre del que comenzaba a enamorarse la había engañado para que se convirtiera en su escudo, en su cetro, ostentaría el poder con ella de consorte.

Era el rey de Tréboles, desterrado de aquel lugar, al que sus semejantes habían traicionado, y sobre los que había caído su venganza. Había sido engañada para aprovecharse de su poder y así conseguir el trono, asentarse en él y ponerse por encima de todos los demás, la utilizó para convertirse en emperador.

El tiempo pasó, y la vida que al principio parecía una condena se fue tornando cada vez más luminosa cuando vio que tras esa oscura armadura se encontraba un hermoso corazón que estaba deseando recibir amor. La muchacha lo aceptó, y creyó que por fin llegaría el momento en el que ser felices para siempre.

Pero aquella doncella ya convertida en emperatriz, viviendo en la más alta torre, no era dichosa. Su marido la visitaba con besos y caricias, pero le prohibía ir a la zona más enterrada del lugar, nunca debía vislumbrar lo que había en la oscuridad.

Ella, desoyendo sus deseos, creyendo que ese amor soportaría cualquier revés, se escabulló para descubrir que su marido no era el ser del cielo que su rostro mostraba, era más cercano al caballero negro que discernió en los inicios.

Huyó asustada por el bosque hasta el único ser que creyó que la ayudaría, el hermoso bardo que ahora conocía con el príncipe de Corazones, que dando honor a su nombre, con palabras tan dulces como el suave vino hizo que se dejara arrastrar por sus deseos más lujuriosos.

Tras su traición regresó al castillo de su marido, que la esperaba con los brazos abiertos. Lo amaba, ese error cometido, esa enajenación temporal, debía ser aparcada en lo más profundo de su corazón y olvidada por el bien de todos.

Llegó la noche del gran baile, todos los reinos de su imperio estaban presente, eran felices, era su cuento de hadas hecho realidad.

Pero el príncipe de Corazones se había enamorado de la muchacha, quería llevársela, algo que el emperador no iba a permitir. El joven, viendo que ya nada surtía efecto, narró la traición de la que creía su amada. Aquel fue el mayor maleficio que pudo haber lanzado.

El emperador, repudiando a su mujer, la cual lloraba desconsolada, no tuvo tiempo a morir de pena, ya que un gran dragón, no se sabe por quién invocado, atacó a todos los allí presentes. Con los conocimientos de su pasado de caballero, luchó ferozmente contra él, pero una lengua de fuego le hizo sucumbir.

La muchacha vio a aquel hombre que era su amado, su marido, su señor, yacer en un charco de líquido carmesí mientras era arrastrada fuera del gran salón. Nunca podría suplicar por su perdón, nunca volvería a sentir sus labios, nunca volvería a escuchar ese corazón que adoraba.

Aquel parecía el final del cuento, pero la doncella no iba a permitirlo. Si tenía que dejar de ser la princesa que había soñado desde niña, si debía convertirse en la malvada bruja, lo haría. Debía salvar a su imperio y a su emperador. Debía salvar a su amado y su corazón.

Y así la emperatriz comenzó un nuevo cuento en el que al concluir tal vez no sería lo que todos esperaran.

Porque a veces los malos no son tan malvados, ni los buenos tan bondadosos.

Porque las historias tal vez no tengan un final feliz, pero se combate para conseguirlo, porque nada, ni los hechizos engañosos, ni la maldad, ni los tronos, nada es más fuerte que el amor verdadero. Ella reescribiría su propio cuento, lucharía por un nuevo final.

 Ella reescribiría su propio cuento, lucharía por un nuevo final

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La última apuesta (Trilogía Póker: 3) [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora