8. On Sunny Days, I Go Out Walking...

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Si lo hizo. Se sentía como una idiota.

Y es que tenía que hacerlo. Escuchaba como la vocecita molesta de Enid le repetía en su cabeza "anda a verme al hospital, sapa hijueputa", y Merlina, como tenía tiempo libre (y en el fondo se preocupaba por su "amiga") decidió ir a verla.

Al salir de la escuela siguió con una ruta similar a la de siempre, solo que ahora no paró en la estación, simplemente siguió caminando. Aunque antes de seguir, pasó a la cafetería y se compró un café, se estaba volviendo adicta a él.

Luego siguió caminando con desgano hasta el hospital. El sol impactaba en su piel al igual que la fresca brisa que movía su cabello con fluidez.

Y mientras caminaba por esa calle arboleda, no pudo evitar pensar: ¿Qué carajos estaba haciendo? Se negaba a admitir que realmente estaba preocupada por la rubia, después de todo seguía sin verla como una amiga. Pero por más extraño que parezca, había logrado agarrarle cariño a su personalidad irritante y a su colorida forma de ser.

Tal vez, y solo tal vez, se estaba ablandando con ella y también estaba logrando formar un lazo de amistad. Muy, pero muy en el fondo, extrañaba verla a su lado y a cada lugar que fuese, como si se tratara de un chicle en su zapato.

Merlina se dio un zape mental. Sobrepensar tanto le estaba alterando sus sentidos.

El final de aquella fresca calle arboleda llegó a su fin cuando se encontró frente al hospital. Ingresó por la puerta principal y lo primero que recibió al entrar fue las miradas recelosas de las señoras que estaban ahí.

Merlina amaba los hospitales. Ver a todas esas pobres y moribundas almas sufrir hasta su muerte era algo que disfrutaba hacer. Pero esta vez se encontraba ahí por razones distintas.

“B-6, segundo piso a la izquierda”, memorizó, caminando por los iluminados pasillos blancos del establecimiento. Tuvo suerte al mo ser vista por ninguna molesta enfermera que se acercara a ella para interrogarla.

Y finalmente estuvo frente a la puerta B-6 del segundo piso a la izquierda. Miró había ambos lados del pasillo, y cuando se aseguró que no había nadie, ingresó al cuarto y cerró velozmente la puerta.

No había nadie adentro, por suerte. Excepto por la durmiente rubia que yacía sobre la cama del hospital.

Se acercó a ella, con su tétrica e inexpresiva mirada de siempre. La observó con atención ¿estaba durmiendo o en coma? No lo sabía, esperaba que fuese la segunda.

“Este sería un buen momento para asfixiarla y acabar con su innecesaria existencia", bromeó en sus adentros. Se sentó en una de las sillas que había a un lado de la cama y se quedó ahí, observándola.

— Despierta. — Murmuró con el ceño levemente fruncido. No recibió respuesta.

La puerta se abrió de imprevisto. Merlina se volteó y pudo visualizar la figura de un hombre de barba y bigote, algo robusto y de decaído semblante.

Aquel hombre le miró con extrañeza. La pelinegra hizo un ademán como forma de saludo y luego se volteó nuevamente en dirección a la rubia.

— ¿Quién es usted, señorita?—Cuestionó el hombro, cerrando la puerta del cuarto con delicadeza.

¿Qué le diría? ¿Que era su amiga? No, ni de broma. Pero tampoco podía decirle que había venido a acabar con le trabajo que otro hijo de puta no terminó. No le quedó más opción...

—Soy amiga de Enid. —Replicó cabizbaja, escondiendo sus manos en sus bolsillos.

El hombre asintió y se sentó al lado de la pelinegra. —Yo soy el padre de Enid... Te llamas Merlina, ¿no? Mi hija me habló sobre ti, dijo que eras una chica muy cascarrabias.

Enid se las iba a pagar por decir aquello. Merlina simplemente asintió y dirigió nuevamente su mirada hacia el rostro durmiente de la Sinclair.

—Ella me asfixia con su cariño y amistad. Tenía que devolverle el favor. —"Mientras duerme", quiso decir, pero se ahorró ese comentario.

El hombre carcajeó y se cruzó de brazos. —Siempre ha sido así con todos... ¿No te ha causado muchos problemas?

—Si, pero no significan algo mayor para mí.

La charla finalizó ahí. Ninguno de los dos presentes hizo otro comentario ni movimiento. Simplemente se quedaron ahí, atentos a los movimientos de la Sinclair.

Y cuando esta despertó de imprevisto, su padre se levantó de su asiento, feliz, y se acercó a su hija con tal de preguntarle cómo estaba.

Merlina sólo observaba aquella escena. Cuando el hombre salió para avisarle a la enfermera, la rubia logró percatarse de la presencia de la Addams.

—¿Merli? —Cuestionó con débil voz.

—No. Soy Satanás, he venido por tu alma. —La rubia frunció el entrecejo al escuchar aquello. Merlina se levantó de su asiento, dispuesta a a irse.

—¿Y-ya te vas?. — Lloriqueó como si de un cachorro triste se tratase.

—Ya despertaste. Tengo cosas más importantes que hacer ahora.

Enid la tomó de la mano y la jaló levemente con tal de evitar que se fuese. Merlina, con su penetrante y tétrica mirada, le observó hasta el alma para que la soltara, pero Enid se negó.

—Suéltame si no qu-. — Merlina no pudo terminar la oración, pues la Sinclair la acercó nuevamente y puso su mano en su boca, haciéndola callar con un gesto.

—Solo quédate, ¿si? Solo 2 minutos más.

La Addams suspiró y se sentó nuevamente, cruzando los brazos con desgano y enojo en su mirada.

—¿Ajax y los demás también vinieron? —Se cuestionó la rubia, pues creía que Merlina había sido llevada hasta allá en contra de su voluntad.

—No. Vine sola.

Sus ojitos se iluminaron y una sonrisa adornó su carita al escuchar eso. Si no estuviese hecha mierda, probablemente estaría dando saltitos felicidad. —¿Viniste hasta acá solo para verme a mi?

—No. Solo me gusta ver a estas pobres almas enfermas sufrir hasta la muerte. Te encontré aque por casualidad.

Sus palabras eran tan poco creíbles que causaron carcajadas en la rubia, pero se detuvo al sentir una punzada en su estómago. Merlina rió burlesca ante esto.

—Tienes una sonrisa muy bonita, aunque da algo de miedo. —Exclamó la Sinclair.

—¿Eso es un insulto o un halago? —Levantó una ceja mientras se echaba hacia atrás en su asiento.

La enfermera y el padre de la rubia ingresaron a la habitación. Ahora sí era momento se irse. Se levantó de du asiento, pero nuevamente fue detenida por un agarre de la Sinclair y sus ojitos de cachorro triste.

—Debo irme... Ya suéltame. — Pero la más alta se negaba a hacerlo. — Otro día vendré, ¿si?

Y ahí fue cuando la soltó y rápidamente salió de la habitación, sin siquiera despedirse.

Mentía, ella no volvería. Nunca lo haría.

Ni en sus peores pesadillas.

En Mi Hombro | Wenclair AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora