27. Enid Is The Most Beautiful

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[...]

Enid empezó a ir a terapia a los días después. Se negó en un principio, pues según ella, era innecesario, además que no tenía cómo pagar. Pero terminó accediendo, pues Yoko literalmente la obligó a ir y dijo que no tendría problema en pagarle la terapia.

¡Ya no dormía en el sofá! Ahora tenía su propia habitación, pequeña pero acogedora. El padre de Yoko la había habilitado para ella, pues antes sólo era el cuarto en donde acumulaban basura u objetos inútiles. Gracias a unos pequeños trabajos que se había conseguido por ahí, había ahorrado lo suficiente para comprarse un teléfono nuevo y un poster de Taylor Swift para pegar en su pared.

Las clases habían finalizado por fin, y la escuela había realizado un baile para celebrar aquello, pero no asistió. La rubia quedó sorprendida al ver que había pasado el año, aun si no había hecho nada y sus calificaciones eran sumamente mediocres.

Estando a meses de lo sucedido, Enid había estado notablemente distinta, ya no era la misma y constantemente solía tener extraños episodios en los que no tenía ganas de absolutamente nada, solo de morir. Para evitar aquellos pensamientos destructivos, empezó a realizar actividades que le gustaran, pues ahora que ya había salido de la escuela, no tenía mucho que hacer.

Descubrió su pasión por la cocina, y empezó a hornear pasteles y galletas. Desde pequeña le había llamado la atención aquel tema, pero sus padres nunca le permitían cocinar, pues no confiaban en ella y creían que quemaria la casa. Sus postres no eran para nada buenos, de hecho eran horribles, pero al menos se divertía haciéndolos.

Ah, pero Merlina disfrutaba cada uno de ellos, aun si le provocaban una enfermedad estomacal por cada bocado: la carita de felicidad de Enid al ver como se comía cada uno de sus horrendos postres, era simplemente incomparable.

Y ahora, tumbada sobre la pequeña cama de la Sinclair, se encontraba Merlina. Sostenía una bolsa de cartón con su mano derecha, mientras que con la otra se masajeaba el puente de la nariz. Se levantó al ver cómo la puerta era abierta, y Enid entraba con un plato entre manos.

—Aquí están las galletitas. Me quedaron horribles, como siempre... —Afirmó decepcionada, sentándose a su lado y dejando el plato sobre su regazo. La gótica tomó una galleta y se la llevó a la boca, abriendo los ojos con sorpresa.

—¿Estás bromeando? Están muy buenas. ¿Cómo hiciste que tuvieran ese sabor tan amargo?

—Se me quemaron.

—Ah-... Bueno, siguen estando buenas. —Y tomó dos galletas más, para devorarlas de un bocado. —Uh, te traje esto. Vi que no tenías muchas cosas en tu cuarto, entonces pensé que esto te gustaría. —Le entregó la bolsa de papel.

Enid la recibió curiosa aquel obsequio. Abrió la bolsa, y de ahí sacó un oso de peluche, pequeño pero bonito. Una bella sonrisa se esbozó en su rostro: hace mucho que Merlina no veía una sonrisa tan sincera de su parte.

—¿En serio es para mí? —Preguntó incrédula. Merlina asintió tímida, rascando su nuca. —Gracias, Meloncita. Es muy bonito.

Se tumbó en la cama y abrazó el peluche. Merlina tomó otra galleta más, y luego se recostó junto a ella.

—Es como un pequeño Meloncito... Será nuestro hijo ahora ¿bien? —Merlina asintió enternecida ante sus palabras. ¿Su hijo? Dios, esa chica iba a matarla en cualquier momento.

En Mi Hombro | Wenclair AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora