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|13|Al ritmo de dos corazones destinados

–"¿Sabes, Alberto? Nunca conocí a mi abuelo materno; mi madre me contaba que el murió por una enfermedad cuando yo era un recién nacido. Había fotos y videos que lo mostraban a él cargándome y sonriéndome junto como mi abuela...al principio él era un desconocido para mí, alguien irrelevante en mi vida, pero con mucho impacto en la de mamá y abuela.

Pero todo cambio cuando tenía cinco años y ayudaba a limpiar el ático de la granja. Entre polvo, telarañas y viejos recuerdo, oculto bajo ropa anticuada, baúles llenos de libros y cosas olvidadas...lo encontré: su viejo violín.

Mi abuela me lo regalo, mi madre me metió a clases de música y mi padre junto con su hermano me llevaban a todos los eventos para tocarlo. Todos adoraban cuando yo tocaba ese viejo violín, alardeaban que tenía el mismo talento que esa bestia que no conocí. Al inicio odiaba y me frustraba tocándolo, pero...cada vez que tocaba la canción preferida de mi abuela, ella derramaba una que otra lagrima mientras mantenía una sonrisa en su rostro.

Nunca toque para mí, tocaba solo para verla feliz a ella y cualquiera que me escuchaba. Aprendí a relajarme y dejarme llevar al momento de tocar mi violín."

–¡Aaaah! –se quejó con fuerza Guido dejando caer su rostro sin cuidado; sin importarle que todo el material de joyería estaba esparcido por toda la barra que limpiaba Giulietta.

Ella lo miro con desconcierto, el castaño cada vez se frustraba más ante los diseños que había hecho para la joyería del traje de Luca. Ninguno lo convencía del todo, eran demasiado femeninos o no contrastaba con la época victoriana con la que trabajaban. Su amiga dejo lo que hacía un momento para ver libreta de diseños que posaba sobre todos esos libros de moda victoriana, observo el dibujo de los anillos y el prototipo del sombrero que llevaría. Guido era increíble con los accesorios; la mayoría hechos por el mismo.

La cafetería se preparaba para abrir devuelta, en lo que esperaban a que los empleados del turno de la tarde llegaban; Ercole, Ciccio y ella se encargaban de la limpieza, siendo Guido su única compañía del momento.

–Tienes que tener en cuenta que Luca es andrógino –musitó ella dejando la libreta devuelta sobre los libros.

–Lo sé, quiero hacer que se note más masculino.

La pelirroja tomo su propio mentón optando una pose pensativa; una considerable parte de la población de las bestias eran andróginas –en especial los dominados sumisos–, incluso su propio hermano tenia uno que otro rasgo afeminado, pero siempre pasaban desapercibido por su gran cantidad de vello corporal y musculatura. Cerró su mirada y exhaló.

–Te recomiendo que hagas un prototipo y lo probemos con el vestuario completo, nos queda un mes y medio.

–Lo sé, lo sé –exclamaba derrotado incorporándose de su asiento y rascando su nuca con fastidio.

Antes de que siguieran comentándolo; levantaron al instante la mirada al escuchar la campana del local junto al ruido de la puerta abriéndose. La sonrisa de ambos humanos apareció en sus rostros al ver a Luca adentrase primero al local cerrado siendo seguido por un aburrido Alberto. Ambas bestias tenían varias manchas de sus propias escamas esparcidas por sus rostros –parecidas a las brillantes lentejuelas– a causa de las primeras gotas de la próxima tormenta que golpeara a Portorosso.

Luca les sonrió de manera amable mientras que Alberto se adentró directamente al área de casilleros con las mochilas de ambos para guardarlas en su propio casillero. Rápidamente Giulia salió de la barra para abrazar con fuerza a Luca, alzándolo del suelo; acción que avergonzó demasiado a la pequeña bestia. Ella lo cargaba con tanta facilidad y dejaba que el rostro del joven quedara enterrado en sus pechos, algo que le incomodó un poco al recordar que la había visto desnuda por accidente.