Capítulo 24 Silvana

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Poco es, más parece, en verdad, que benditos son sus tranquilos huesos, al descansar, en medio de nombres familiares, y en el mismo lugar que habitó siendo joven.

- Versión de Màrie Manent.

Hacía frio en la habitación. el fuego se había apagado en la chimenea y el viento aullaba en el exterior y hacía temblar los vidrios de las ventanas. La luz de la lámpara brillaba de manera tenue, Silvana temblaba en el sillón junto al librero, a pesar de que llevaba puesto una gabardina. En la cama Adlef dormía. Su pecho se elevaba levemente mientras respiraba bajo las sabanas. Silvana se puso de pie, la gabardina le cayó debajo de las rodillas. La misma que llevaba puesto el día que tuvieron su segunda cita. Ella le colocó su mano sobre su frente el tacto bajo su mano se sentía caliente el sudor le escurría. Ella le colocó compresas frías sobre su frente para disminuir su fiebre. Lentamente notó que se movía como si estuviera recobrando la conciencia. Abrió los ojos y se miraron. Eran color miel, como el dulce néctar que se podía extraer de un panal de abejas.

— ¿Silvana, que ha ocurrido? — dijo Adlef.

Has tenido fiebre — contestó. Sus mejillas se ruborizaron y su corazón comenzó a acelerarse como si quisiera saltar de su pecho.

Silvana se levantó de golpe, sin aliento. Por un momento se encontraba desorientada. La habitación permanecía oscura. La luz destellante de su PDA atrajo su atención. Respiró profundamente y contestó la llamada:

— Verónica, ¿Lograste llegar a un acuerdo con el Concejo?

— Sabes cómo es eso, no son fáciles de convencer.

— Pero lograste obtener la extensión.

— Se podría decir que me dieron un corto periodo de tiempo.

— ¿Te reasignaron seguridad?

— Más de la que deberían, veo a uno disfrazado de vagabundo, otro escolta un carrito de bebe que finge ser una preocupada madre por su hijo, un deportista que no deja de dar vueltas sobre la misma manzana y a un vendedor de comida frita ambulante.

— Puedo ver que no escatimaron con la seguridad.

— Espera un momento, no logro ver al corredor o al vagabundo. Silvana, rastrea mi localización. Si no logras obtener alguna comunicación envía la alerta y prepara un escuadrón de rescate. Han comprometido mi seguridad. Derribaron a la mayoría de mis escoltas.

— Verónica, mantén la calma.

El eco de pasos sobre el pavimento atrajo su atención. Por un instante no vio nada mientras miraba sobre su hombro. Verónica cubrió su boca con su mano para contener un grito. Era un guardia que se detenía junto a ella.

— ¡Se encuentra bien, agente concejal Verónica! — exclamó.

El sonido de un disparo ensordeció sus oídos y colocó su mano sobre su pecho, esperando encontrar sangre, la boca de su estómago se cerró al ver que no había rastro de sangre. Giró su cabeza para observar al guardia que se llevó sus manos al pecho y se desvaneció sobre el suelo. Un charco de sangre se deslizo debajo de sus zapatos, la puerta de una vagoneta se abría junto a ella. Era un miembro del escuadrón de la muerte que la sujetaba con sus brazos largo y gruesos que parecían no ser humanos. Con su mano libre Verónica lo golpeó en la nariz y giró su cabeza hacia la derecha. Un segundo miembro del escuadrón de la muerte cubrió su cabeza con un saco de patatas y golpeó su estómago dejándola sin aliento.

Todo a su alrededor comienza a tornarse oscuro, de pronto dejó de escuchar todo el caos que sucedía a su alrededor.

— Verónica, levántate, has caído.

Una luz blanca encegueció sus ojos, con su mano libre la colocó frente a ella para cubrirse y preguntó:

— ¿Quién eres?

— No me recuerdas, Verónica. Creo que te has dado un duro golpe. Soy Richard.

— ¿Richard?

— Déjame ayudarte a levantar.

— Estoy bien, Richard.

— Te has cortado la mano, también te has raspado una rodilla.

— Estoy.... — Déjame curarte — dijo Richard, mientras cubría sus labios con su dedo, en su mirada se veía determinación. El corazón de Verónica comenzó a acelerarse como si quisiera saltar de su pecho, esquivó su mirada por un momento.

— Estoy bien.

Pudo sentir un momento de ingravidez, giró su cabeza hacia la izquierda intentando descifrar que estaba sucediendo, vio un par de brazos rodeándola y notó cómo sus pies se estaban despegando del suelo.

— Richard, no es necesario que me cargues — exclamó mientras colocaba su mano sobre su pecho intentando empujarse. Pudo sentir un par de pectorales a través de su camiseta, las mejillas de Verónica se ruborizaron. Si pudiera observarse a través de un espejo podría notar cómo su rostro se encontraba sonrojado.

Toda esta escena le parecía familiar o era un sueño del cual no quisiera despertar.

PROVIDENCIA EL SEÑOR DE LA GUERRA Y LA REBELIÓN DE HUNTERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora