Capítulo 36

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Charles había logrado llegar a la ciudad de Prescalv sin mayores inconvenientes. Algunos guardias y ciudadanos se habían negado, pero los sureños eran tan débiles que con un simple disparo o con un poco de amedrentamiento era sencillo sacarlos del camino.

Cuando llegaron esa mañana a la ciudad, tuvieron que mostrarse a todos y hacer uso de la fuerza para someter a los pobladores. El grupo que acompañaba a Charles era de tan solo treinta personas, pero con ellos era más que suficiente para tomar una ciudad donde nadie sabía defenderse. Él no quería hacerles daño, sin embargo, muchos sureños se negaban a recibir sus órdenes y tuvo que hacerlos entrar en razón.

Todo estaba yendo conforme al plan que había hecho, solo debía llegar al palacio central para tomarlo y con ello mostrar su superioridad ante el resto de las autoridades del polo sur. Nadie podría detenerlo y pronto toda la nación tendría que obedecerle.

Charles no pensaba que lo que hacía estaba mal, lo único que quería era salvar al polo sur de su destrucción. Quería deshacerse de los líderes que consideraba unos ineptos. Para él, si continuaban pensando de la misma manera, estarían condenados a morir. Alguien debía hacerse cargo de esa situación, y esta vez le tocaba a él. Trataría de no lastimar a nadie en el proceso, pero si cualquiera se cruzaba en su camino, no dudaría en apartarlo para lograr su objetivo.

El bello palacio era un lugar muy grande, por lo que dividió al grupo en tres partes: el primero se quedarían en el patio interior, dentro de los muros y columnas que rodeaban el edificio; el segundo grupo, estaría en el vestíbulo y los pasillos, desalojando a los trabajadores; y por último, el tercer grupo acompañaría a Charles a tomar las oficinas y a apoderarse del despacho del gobernador.

Mientras caminaba por los pasillos, Charles vio a una mujer discutiendo con uno de sus hombres y la reconoció. Era Elizabeth.

—¡No tienen ningún derecho a tomar este lugar! —se quejó ella.

Charles se acercó a ambos, pero Elizabeth no lo vio,  estaba muy concentrada en el vándalo con el que discutía.

—¡Cierra la boca y sigue a los demás al exterior! —espetó el hombre, alzando el arma que sostenía como intento de amedrentamiento.

—¡Esto es completamente injusto! —siguió quejándose, pero al ver a Charles junto a ellos, se quedó paralizada— Charles... —su mirada se dirigió hacia el arma entre sus manos y luego volvió a verlo a los ojos— No... Tú no... Charles, dime que no estás con ellos. Dime que no es cierto.

Elizabeth fue una de las primeras amigas que Charles hizo en el polo sur. Tener que mostrarse ante ella era un poco difícil para él. Ella era nueve años mayor que él, lo veía como un hermano menor, y decepcionarla era un precio que él tendría que pagar para poder salvar al polo sur.

—Lo siento, Lizzie. Puede que ahora no entiendas por qué lo hago, pero luego lo harás...

Ella negó con lágrimas en los ojos, no podía creer lo que su amigo estaba haciendo.

—Esto no es cierto... —susurró pasándose una mano por la frente— ¿Cómo es posible que nos traiciones de esta manera? ¡Eres el consejero de la ciudad!

—Ahora no es momento de dar explicaciones, solo... Solo ve con los demás allá fuera —pidió sintiéndose un poco culpable.

La consejera lo miró un momento sin decir ni una palabra. No podía creer que su amigo se hubiese convertido en esa persona que tenía frente a ella.

—Ya lo escuchó, camine hacia el exterior —dijo uno de los hombres, colocando una mano sobre el hombro de la mujer para forzarla a salir.

—¡Suélteme! —exigió sacudiendo el hombro para quitarse de encima la mano del hombre— Puedo irme yo sola —agregó y se marchó muy enojada.

ENTRE LA PAZ Y LA GUERRA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora