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Fin de año, mi hija está en casa, crisis existenciales, cientos de cosas, les pido disculpas, por tanto retraso, ya quedan pocos capítulos.

Gracias por la espera, mil besos y mil besitos.

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Le dolió acomodarse en el asiento trasero del automóvil, el cuello felpudo del abrigo le picaba en la nuca, las manos le temblaban, sabía que era porque no había comido nada desde que había entrado al hospital.

Desde que era pequeña le pasaba, si estaba muchas horas sin comer, comenzaba a temblar como una perra envenenada, con cuidado se colocó el cigarrillo en ella boca, observando al frente para ver a Shelby acercándose a encender el cilindro.

Aspiró la primera calada, viendo por la ventana a la oscuridad de más de la medianoche, apenas si podía distinguir la figura gigante de Alfred en el umbral de la iglesia, su hermano era su héroe ¿acaso estaba encorvado?

Entrecerró los ojos para verlo con atención entre las velas que titilaban, parecía que estaba encorvado ¿acaso tenía dolor? Alfred Solomons jamás se encorvaba.

– ¿Qué le pasa? – Preguntó sin observar a Shelby delante de ella, quién guardó silencio – ¿Qué le pasa?

– Está muy preocupado.

– No es eso.

– Algo le duele – Su mirada cayó sobre él, y sintió que sus ojos le quemaban la piel, le penetraban por completo – ¿Qué sucedió?

– Se desmayó.

– ¿Alfie se desmayó? – Shelby asintió pausadamente, sosteniendo la mirada sobre ella mientras el humo del cigarrillo inundaba el automóvil en donde estaban sólo ellos.

– Estoy seguro de que fue el cansancio – Sentenció inclinándose para observar por la ventana – debe haberse golpeado, estará bien – mintió acomodándose en su lugar al ver la sombra de Solomons acercarse al automóvil.

La puerta se abrió y vio a su hermano apoyarse en el borde para verla a ella, se veía pálido, de pronto le pareció pequeño, y aquello la asustó, supo que había encontrado algo de información, y no era buena, algo pasaba, algo malo pasaría.

– ¿Qué supiste?

– No son buenas noticias. Están yendo hacia Rochester, los esperan en la isla de Grain para pasarlos a Europa.

– Maldita mierda.

– Podemos alcanzarlos – Aseveró Thomas Shelby acercándose a la esquina de su asiento – una barcaza en el Támesis nos llevaría hasta Grain, podemos alcanzarlos allí, iremos más rápido que ellos.

– Bien, Nella, te quedas aquí.

Se inclinó sobre la borda para tomarle el cabello a Antonella, quien vomitaba en el río mientras la barcaza se movía, su mano diestra hizo círculos sobre su espalda a buscando consolarla en su malestar, la ayudó a sentarse, entregándole un pañuelo para que limpiara su boca luego de enjuagarla.

– Eres testaruda como una maldita mula – La regañó recibiendo la taza de té que el tío de Shelby le ofrecía para entregársela a su hermana – deberías haberte quedado en Londres.

– Claro, a esperar a que rescates a mi hijo.

– Mi sobrino.

– Mi hijo de todas formas, Alfred – Estiró su mano para agarrar el brazo de su hermano acercándolo a ella rápidamente – ¿Qué tienes? ¿Qué te duele?

– ¿Qué? ¿De qué hablas?

– Ay Alfred, siéntate – Obedeció sin saber porqué, cuando ella usaba ese tono, automáticamente volvía a tener ocho años, y estaba sentado a la mesa tomando el té entre muñecas de porcelana – ¿Qué tienes?

Every Thursday.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora