XXIV

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Hola a todos! Quiero contarles que los capítulos para acabar son poquitos, máximo tres, estos últimos me han costado mucho, especialmente este, porque he tratado de transcribir las experiencias que he vivido yo misma, y mi familia luego de la pérdida de un familiar muy muy cercano, que falleció en enero de este año de cáncer, por lo que narrar la sintomatología y deterioro de Alfred, me ha pegado un poco.

Les agradezco la paciencia, y el amor que me dan en cada capítulo que subo, sin conocernos, me dan soporte ❤️

Les quiero.

Te dedicaría este capítulo, pero sé que no te habría gustado leer este tipo de cosas.

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Le dolía verlo así, el majestuoso Alfred Solomons de un metro noventa y casi cien kilos, había sido reducido a ese hombre que ahora ocupaba su cama, se había encogido por el dolor, y apenas comía un plato de sopa al día.

Los fuertes músculos que habían cargado barriles de ron, empuñado ametralladoras, y combatido en la guerra, ahora apenas si lograban sostener a su sobrino cuando ella lo dejaba sobre la cama.

La abundante y frondosa barba que había caracterizado su viril rostro, ahora blanquecina, se había vuelto opaca, las mejillas heridas le dejaban pelones en la piel.

Los intensos ojos verdes que habían detenido intentos de motín en el alambique, y que la habían visto crecer, ganar, y perder, ahora apenas si se abrían un par de veces al día.

Iba y venía de recuerdos de antaño, confundiendo las épocas, los años, las personas, y las historias, los doctores decían que aquello que crecía en su interior había logrado abrirse paso hasta llegar a su cerebro.

«Es como si hiciera cortocircuito»

Había dicho el médico en uno de los ataques que su hermano había tenido, donde había terminado golpeando a Ollie, y arrojando libros y zapatos por todas partes porque pensaba que estaba en Francia peleando con enemigos.

Lo observó desde el umbral de la puerta, había pedido que cambiaran de lugar su cama para estar cerca de la ventana a la cual le habían sacado los visillos dándole vista a los jardines de la casona.

Se acercó a él cargando una bandeja con sopa de pollo que Salomé había preparado especialmente, y mientras ella alimentaba al pequeño Alfred en la cocina, Antonella había decidido venir a darle de comer a su moribundo hermano.

Lo ayudó a acomodarse en la cama, esponjando los cojines a sus espaldas, colocando un paño sobre su pecho para que no se quemara si la sopa llegaba a caer de la cuchara, con una sonrisa lo alimentó asintiendo en cada cucharada que él bebía.

Se sintió fría de miedo cuando las manos huesudas pero aún fuertes de su hermano sostuvieron la muñeca de la mano que se acercaba a alimentarlo.

– Alfred.

– ¿Cómo pudiste hacerle eso? – Cuestionó sentándose sobre la cama mientras le torcía la muñeca.

– ¡Mierda Alfred! – Gritó cuando la bandeja se volteó vertiendo la sopa caliente en su falda.

– ¿Cómo pudiste darle la espalda a tu hija? ¡Ese bastardo la violó, y la has culpado por ello! – La acusó sin soltarla.

Antonella negó tratando de hacer que el agarre de su hermano fuera suave, pero no lo logró.

– Soy yo, Alfie, soy Nela...

– Si, a Nela ¿cómo pudiste darle la espalda? – Volvió a cuestionar soltándola – eres una maldita – Rebotó en la cama cayéndose de bruces al suelo cuando el dorso de la mano de Alfred la golpeó en el rostro.

Every Thursday.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora