VI

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Dos semanas después:

Alfred Solomons lanzó un suspiro de cansancio, el Edén estaba repleto de personas, incluso a las afueras de la enorme construcción algunas parejas se manoseaban, otros estaban ebrios tirados en la acera.

Observó a su lado para ver a Shelby encogiéndose de hombros, apenas lograron pasar por el pasillo principal abriéndose pasó hasta el salón en donde todos bailaban, bebían, y algunos follaban por los rincones.

Ambos hombres levantaron la mirada para ver sobre uno de los palcos la mesa repleta de personas, y entre ellas, Antonella se reía fascinada por el improvisado acto de magia que un alto rubio ejecutaba delante de ella.

La sonrisa tan emocionada y sorprendida de su hermana lo hizo recordarla cuando solo era una niña escuchando las historias que le leía en sus libros, sus manos se juntaban una y otra vez aplaudiendo risueña mientras el mago sacaba monedas de las orejas de su hermana.

Solomons le hizo un gesto a Thomas para que ambos subieran por la estrecha escalera, Antonella se apresuró a estirar sus manos a tomar las de su hermano con una gran sonrisa.

– ¡Alfie, viniste!

– ¿Qué pasó con madre, amor? – La cuestionó acercándose a su oído mientras ella estiraba su mano a saludar al gitano que le ofreció una amable sonrisa.

– No quiero hablar de eso ahora.

– Nela.

– ¿Veamos al mago, quieres?

Habían muchas cosas que a Alfred realmente le costaba comprender acerca de la naturaleza de la relación entre su madre y hermana, para el todo fluía claramente, y claro, él era el nuevo patriarca de la familia, su madre le había exigido, al igual que a Nela, que se casara y tuviera hijos, pero rápidamente él pudo poner un alto a la situación.

No era igual con su amada hermana, era una mujer, y una de las principales leyes de su religión hablaba precisamente de que Nela debía, por designio divino, parir hijos a este mundo tórrido y cruel en el que vivían.

Comprendía a su hermana, la libertad y libertinaje que les proporcionaba su posición social era un lujo, y cambiar todo aquello por algo, que en realidad no deseaba ni por asomo, era una verdadera tragedia.

Se dedicó durante gran parte de la noche simplemente a verla, asombrada por los hechizos del mago, bebiendo y charlando con sus amigas, rechazando hombres en la pista de baile, Nela era como un hada que revoloteaba por todo el Edén, y su luz atraía a todos.

Ella era campanita y el Peter pan, su padre les había obsequiado aquel libro con hermosas ilustraciones cuando ambos eran solo niños, y ahora, su hada, bailaba pasada de copas entre un mar de desconocidos.

Aspiró el habano sosteniendo el vaso de whisky para observar a Thomas a su lado, quien también contemplaba a su hermana, saber aquello le daban ganas de levantarse a partirle la boca, verlo viendo a Antonella, los ojos azules la pululaban de pies a cabeza.

– Ya basta – Bufó girándose a ver a su acompañante quien le correspondió la mirada – Estoy aquí, es a mi hermana a quien ves.

Thomas guió su azul mirada hasta él, no respondió nada, sin decir absolutamente nada, le dio un trago a su bebida acercándose en su dirección por encima de la mesa.

– Déjame bailar con Antonella.

– No – Negó con la cabeza rotundamente – No, olvídalo, estás loco – Volvió a negar mientras Shelby cambiaba de asiento para tener más proximidad.

– La están rodeando un montón de muertos de hambre, sabes que seré mucho más amable – Dijo dejando su mano diestra sobre la mesa para inclinarse a Solomons observándolo con atención, sus ojos parecían un par de zafiros buscando hipnotizarle

Every Thursday.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora