Airi es una de las mejores entre las mejores. Con tan sólo 27 años, es una hechicera de grado especial considerada una de las mejores entre estos. Por pedido del director del Colegio Técnico de Magia Metropolitana de Tokio, vuelve a Japón tras años...
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Solo me alejé hasta llegar a las afueras de la ciudad cuando sentí que la maldición de grado especial se acercaba, ya sin ocultar su presencia a otros (aunque yo lo hubiese calado a la primera). Suspirando con fastidio, me até el cabello en una coleta. Esto iba a ser largo, lo presentía.
Di una voltereta hacia atrás esquivando por completo su ataque. Una sola mirada al cielo bastó para saber que ya estaba atardeciendo y llevaba 12h de cacería.
Virgen santa.
Hacía años que no estaba tanto tiempo activa. Y nunca me había divertido tanto.
Definitivamente, después de esta pelea dormiría una buena siesta y me tomaría unas vacaciones.
Debía descansar si quería seguir manteniendo mi belleza.
Con aquellos pensamientos en mente, esquivé los cuatro ataques de la maldición.
Y caí en cuenta.
Esa era la misma maldición que había escapado junto a Cabeza de Volcán (quien se había enfrentado a Satoru hace solo unas semanas). Maldita sea, iba a elogiar a Satoru por esto. El hombre sí que había dibujado bien esta vez, la maldición del dibujo y el real se parecían.
Luego compuse una mueca al notar que esto iba a tomar tiempo si utilizaba métodos convencionales. Y no tenía ese tiempo, quería darme un buen baño, ahora. Así que opté por la vía rápida.
-Extensión de dominio: Pesadilla Maldita.
Mi territorio tomó forma, encerrándonos a mí y a la maldición en una densa niebla. Opté por la primera función de mi dominio, la niebla venenosa. Quería exorcizar a la maldición rápido, no escucharla gritar de terror.
-Técnica de dominio innato: Nebula.
La niebla, antes blanca, se volvió gris. La poca vegetación que había floreció. Floreció y lloró sangre. Las hojas se volvieron rojas, la savia del árbol se volvió gris, como el hueso. Y las flores, las flores se volvieron rojas con pétalos cayendo, pétalos que se convirtieron rápidamente en ceniza negra.
Observé como la maldición de grado especial, que parecía un tronco, se arrodillaba. Estaba impresionada con su resistencia, lo admitía. Nadie había sido capaz de aguantar Nebula tras respirar por más de cinco segundos. Normalmente las maldiciones quedaban exorcizadas y los pocos brujos morían con la piel negra.
Llevábamos en mi dominio bajo la técnica casi treinta segundos.
Un gran logro, en mi opinión.
Pero toda resistencia era inútil cuando estabas constantemente inhalando veneno. Ni el más fuerte sobreviviría, ni el rey de las maldiciones podría con ello. Solo yo sobreviviría al veneno, pues era mío.
La maldición resistió casi un minuto antes de colapsar. 53 segundos era el nuevo récord.
Cuando casi iba a exorcizarla, sin haber movido ni un solo músculo, algo rompió mi dominio. Fruncí el ceño instintivamente. Esto no pintaba bien. Habría jurado que había revisado el perímetro antes de batirme en duelo con la maldición. Supongo que había pasado por alto esa al estar muy lejos. Y encima había gastado mucha energía maldita y, por lo que había sentido, el que había entrado era otra maldición de grado especial.
-Mierda, maldita sea. -gruñí. Tuve que recurrir a una técnica que no consumiría tanta energía como Caos, pero que tenía la misma función. -Divergencia de la luz, Refracción.
Se formó una esfera blanca que emitía rayos de luz, que al dar con un objeto, explotaría y diezmaría este. Era una técnica más tosca y menos letal que Caos, por lo que consumía menos energía maldita, pero encima quitaba visión periférica. Y por eso cuando la luz se desvaneció, ya no quedaba rastro de las dos maldiciones de grado especial.
Bufé y maldije por lo bajo antes de volver a la ciudad y coger un avión para volver a Tokio. Porque no, no estaba de humor para taxis ni boletos de turista. Iba a coger un maldito boleto VIP, como que me llamaba Airi Igarashi.
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Me bajé del avión cuando ya el cielo estaba totalmente oscuro. Suspirando, pasé los controles y cogí un taxi que me dejó a las afueras del colegio.
Cuando entré a mi habitación, no me esperaba a Satoru allí, y encima acostado en mi cama como si fuese suya. Enarqué una ceja mientras entraba y me soltaba el pelo, en dirección al peine.
-¿Necesitas algo? -pregunté sin mirarlo.
-Tu cama es cómoda.
-Ya lo sabía, lo dejaste muy claro cuando éramos jóvenes. -me burlé girándome y viéndolo, apoyándome en la mesa en la que dejaba todas mis cosas de belleza personal.
-Hmmm, quería recalcarlo. -respondió estirándose como un gato en mi cama. Suspiré. Llegados a este punto, estaba más que acostumbrada a que Satoru me robara (reclamar su privilegio, según él ya que el director tendría que otorgar el mejor colchón a él por ser el más fuerte y trabajador, nótese el sarcasmo) mi preciosa cama.
-Me iré a dar un baño refrescante. Cuando termine, hablamos.
Traducción: estaré media hora en mi baño, al salir te quiero fuera de mi cama. O de lo contrario, te asesinaré lenta y dolorosamente.
Tras la declaración, para nada amenazante, me encerré en mi baño y rellené mi bañera echándole uno de mis jabones más caros (proveniente de Francia, casi mil yenes un potecito de 250mL). Con eso, puse mi música, mis dos rodajas de pepino en los ojos y con mi máscara facial, me sumergí en la tranquilidad.