Capítulo III

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No dejaba de tocar la bocina.

Estaba así hace como cinco minutos.

Primero se me habían desatado mis zapatillas, así que me había frenado a atarlas. Claro que el muy bastardo, no me espero. Salió del edificio y comenzó a tocar el claxon como un loco. Le había sacado el dedo medio y parecía que lo incentivaba más. Luego, mi móvil había sonado; era Ace. Me detuve a guardar su número en contactos, ya le respondería luego. El ultimo pitido que hizo, dejo la mano en la bocina que hizo un ruido horriblemente intenso.

Corrí hacia el auto y me subí en el asiento del copiloto.

— ¡Joder! Un poco de paciencia. — espete, molesta.

—No tengo todo el día.

No me dio tiempo a abrocharme el cinturón que pisó el acelerador y salimos arrastrando la tierra. Maldecí y Nils me observo divertido. Manejaba con una mano sobre el volante y la otra sobre la palanca de cambio. Tenía las gafas de sol puestas, iba vestido de negro al completo. Sus pequeños rulos rubios, se volaban con el aire que entraba por la ventana que tenía abierta. Las venas se le marcaban al hacer presión y di gracias traer mis gafas para que no viera que le observaba. En su brazo derecho tenía un tatuaje; dos líneas finas en forma de argolla que le rodeaban todo el musculo.

—Deja de mirarme.

Di un salto en mi asiento. ¿Cómo se había dado cuenta? Si tenía mis gafas y procure mantener la cabeza al frente.

—No lo hago. No seas creído.

—Siento tus ojitos castaños sobre mí, solecito.

— ¡Que no me digas así!

—Cállate.

—Pero si tu...

No me dejo terminar porque estiro su brazo y encendió la radio; una música estilo heavy metal inundo el coche. Me hacía recordar a la música que se ponía de la nada en mi parlante. No era música, era ruido, era...

—Serás imbécil. — le espeto.

Sonrió de lado y pasó la lengua sobre su aro en el labio.

— ¡¿Te has metido en mi parlante?!

Después de todo era un parlante que se conectaba con bluetooth.

—No sé de qué me hablas. — se hizo el desentendido.

Ni si de que mi hablas. — le hice burla— Menudo idiota estas hecho. No vuelvas a hacerlo.

—Se habrá conectado porque sí.

— ¿Por qué si?— pregunte, incrédula.

—Porque sí. Sabes cómo es la tecnología de hoy en día. No hay que fiarse de ella.

Puse los ojos en blanco.

—Podrías poner algo que sea música, al menos. — estire mi mano para cambiar y él me golpeó el dorso de mi mano.

Solté un gritito.

—No toques mi radio.

— ¡Tu tocas la mía todo el tiempo!

Vi la sombra de sonrisa que quiso ocultar.

— ¿Te la toco todo el tiempo?— pregunto, divertido.

Iba a decirle que es lo que hacía hasta que caí en la cuenta. Tenía doble sentido. Enrojecí completamente y eso le dio risa.

—Eres un pervertido. — espeto molesta.

Me cruzo de brazos y me dejo caer en el asiento. Me obligo a mirar por la ventana.

Diez letras: serendipiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora