8 de enero

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Camino saltando las rocas lisas y grisaceas que hay bajo mis pies, sobre este profundo y cristalino lago de agua, calmada y serena. Hacía mucho tiempo que no sentía tanta paz.

¿Estaré muerta?

Llevo un vestido negro y largo, pero aun así no me tropiezo con el y salto con gracilidad, como si la gravedad no me afectase en absoluto, si es que en este lugar hay gravedad, claro.

No veo más alla de tres metros, debido a una espesa niebla que se cierne sobre todo aquello que me rodea, pero sigo caminando.

Finalmente piso tierra firme, un suelo frío y rocoso, que me mancha mis pies, pálidos y desnudos. Más adelante hay una cueva, y me deslizo a traves de ella como una anguila se desliza entre algas. Avanzo pir la cueva, y distingo algo de luz más adelante, a parte de una fría brisa.

La entrada de la caverna se abre y veo a lo lejos una gran hoguera, hacía la que me precipito a pasos rápidos y nerviosos. Cada vez estoy mád cerca, y cuanto más me hacerco más facilmente distingo las siluetas humanas, tambaleantes trazando circulos alrededor de la gran y humeante hoguera. Me deslizo entre dos de ellos y comienzo a bailar junto el resto, al ritmo de los tambores, perfectamente acompasados con mis pies.

Giro entorno a la hoguera tan intensamente conectad as con la danza que apenas noto el golpe cuando me choco con el, es su aroma y esa sensación aue me produce su presencia lo que lo delata.

Su nombre no está claro en mi mente, pero reconocería esos mechones ondulados y dorados en cualquier parte, miro esos profindos ojos azules que tantas veces me han enamorado y pienso "si esto es el cielo no está tan mal"

Me inclino eelicadamente sobre las puntas de mis pies, como una bailarina a punto de asombrar al mundo con su magia, y el se agacha para fundirse en un profundo y apasionado beso. Es increible, noto mi cuerpo y la colisión de nuestros labios provoca en mi una explosión de sensaciones demasiado celestiales y divinas como para poder ser llevadas a cabo en el mundo terrenal.

Entonces todo acaba.

Sus alas, blancas como la nieve pero con un ligero brillo dorado, se extienden ante mi, y las mias, negras como la noche y ardientes como el infierno, se abren, inutilizadas, precipitandose al vacio junto a mi.

Entonces lo se.

Ahora si que estoy muerta.

Más tarde...

En este extraño sueño consistió mi "bienvenida" al hospital.

Estaba aquí, de nuevo. Esta vez no me mostre confusa, simplemente estaba enfadada. Intenté erguirme pero varias correas me ataban a la cama, a parte de, claro está, los miles de cables, hurgando bajo mi piel y drogandome. Intenté z as farme del abrazo mortal de estos, pero lo único que conseguíbfue dañarme la piel con las correas de cuero, que cada vez parecían presionarme más contra la cama.

Ante mi imposibilidad de huir me puse a chillar, desesperada, y casí al momento llego una enfermera. "Suelteme." Le grité, furiosa, ella simplemente me hizo una señal de negación con la cabeza y procedió a suministrarme más suero tranquilizante. Comencé a notar la sangre hervir bajo cada capilar de mi cuerpo, mi temperatura ascendiendo consideeablemente y ese sudor frío recorrer mi espalda.

Después solo recuerdo ver a la enfermera tirada en el suelo, inmovil, pero viva. Con miles de cristales clavados sobre su cuerpo, fruto de una explosión repentina de un vaso de vidrio.

La vistase me nubla por los bordes.

Y despues solo oscuridad.

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