5. Facetas.

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Margot Rousseau.

Las gotas caían en los cristales del salón, el cielo estaba opaco debido a las grandes nubes grises, lo que provocaba que me quisiera acurrucar dentro de mis sábanas y nunca salir de allí. Sin duda, la clase de Biología no ayudaba en nada.

La clase en sí era interesante, pero el profesor que la impartía la hacía aburrida. Era un hombre de más de setenta años, con arrugas alrededor de los ojos y los labios. Sus ojos denotaban cansancio, pero siempre llevaba una sonrisa. Cargaba consigo un bastón de metal, supongo que para evitar caídas o algo por el estilo.

La clase terminó y recogí mis cosas para dirigirme al siguiente salón. Hoy me tocaba con la profesora Sara, la de literatura. La verdad, tenía nervios y ganas de no entrar. Nuestro primer encuentro no me había dejado dar una buena impresión, siempre metida donde no debía.

De repente, escuché que alguien me llamaba por detrás.

— ¿Margot?— volteé y vi a una chica que no conocía— ¿Eres tú?— me preguntó.  Asentí y ella sonrió.

— Menos mal. Soy la delegada del salón. Nos acaban de comunicar que la señorita Sara no podrá venir, así que tienes una hora y media para disfrutar del tiempo libre.

Los nervios se disiparon al escuchar esa noticia, aunque había un ápice de decepción. Por mucho que lo negara, quería ver cómo daba clases y qué tanto enseñaba esa profesora. La chica se fue y me dejó sola en el extenso pasillo. Las otras chicas seguían en clase, así que no tenía con quién estar. Dejé mis cosas en mi habitación y decidí dar una vuelta por el jardín, ya que aún no lo conocía del todo. El lugar estaba igual de solitario que los pasillos, pero sonreí al ver que el cielo se había despejado. No había un sol brillante, pero al menos la lluvia había cesado.

Con pasos lentos, avancé por la cancha de tenis. Nunca me había llamado la atención los deportes, sabía muy bien que esos juegos solo traerían golpes y rasguños. Además, no tenía las habilidades necesarias para los deportes. A mí me gustaba más la lectura, la música y la pintura. Amaba la pintura y cómo un simple pincel manejado por una mano podía crear obras de arte. Claramente, esas obras venían de una mente maravillosa, alguien que hubiera nacido con el don de pintar. Aunque personalmente pensaba que cualquiera podría crear una obra de arte, solo debías dejar volar tu imaginación y soltar la mano. Estoy segura de que podrías crear el cuadro perfecto.

Seguí avanzando, subiendo una corta colina me encontré con una estructura grande y extensa: el teatro. La curiosidad picaba en cada parte de mi cuerpo, tentándome a entrar. No quería romper ninguna regla ni meterme en problemas, pero no podía evitar que mis pies se adentraran en aquel lugar.

Abrí la puerta que se encontraba a un costado del teatro. Al entrar, mis latidos aumentaron y mis ojos se abrieron un poco más. Mi rostro denotaba la sorpresa y la maravilla al ver aquel lugar. Era bastante extenso. Parecía que había entrado por la puerta que se conectaba con el auditorio. Miles de asientos la rodeaban. Elevé la mirada hacia el techo, que se encontraba a unos treinta metros de donde me situaba. Al mismo tiempo, me giré hacia la tarima que estaba frente a las cortinas rojas cerradas. Caminé hacia ella, observando todo a mi alrededor. Aún no salía del asombro.

— Es hora — mi cuerpo dejó de responder cuando escuché una voz detrás de las cortinas. Mis manos empezaron a picar cuando observé cómo se abrían de par en par. Me escondí detrás de unos asientos. «Nunca debí meterme aquí». Observé a una chica frente a otras —. Tú — señaló a una de ellas —. Irás a este lado y tú — señaló a un chico. Fruncí el ceño, se supone que este era un lugar solo para chicas —. Me ayudarás a recoger todos esos baúles, ¿de acuerdo?

Flower ArtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora