45. Curiosidades.

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Ivette Lambert.

Desperté tras escuchar la alarma de mi celular. Me moví y enterré nuevamente mi rostro en la almohada, deseaba quedarme allí pero debía levantarme y cumplir con mi deber.

Luego de una larga ducha y haberme vestido, bajé a la cafetería del hotel. Pedí un café cargado junto con un desayuno ligero.

Pasé la mañana sin ser interrumpida, estaba revisando la contabilidad y funcionamiento de esta franquicia, todo iba bien por lo visto. Repentinamente la puerta de la oficina fue abierta de par en par, dirigí mis ojos hacia la persona que estaba de pie junto a la puerta.

— No esperaba que estuvieras aquí.

— No vengo de vacaciones— dije. Volví a mirar los documentos frente a mi.

— Siempre fantaseé con verte sentada en esa silla— cerró la puerta tras de si, mientras yo me encogí de hombros.

— Llevas bien la gerencia, Martínez. Te felicito.

Me levanté dejando todo ordenado, caminé hasta él y le sonreí de lado.

— ¿Por qué sigues diciéndome Martínez?

— Porque es tu apellido— dije—. Y es la manera formal de referirme a ti.

— Yo no quiero que seas formal conmigo.

— No sigas.

Iba abrir la puerta de la oficina para marcharme pero fui interrumpida por las palabras de Martínez.

— Leopold nos invitó a almorzar junto a él en uno de los restaurantes cercanos.

— No sé si tenga tiempo— mentira. Yo no tenía mucho que hacer aquí.

— Vamos, comamos algo delicioso y tú te devuelves a París. Ellos se irán entre mañana o pasado mañana.

— ¿Se quedarán más días?— me giré hacia él, curiosa.

— Lo que son Leopold, Margot y la familia Durand, si.

— ¿Iremos a comer solo con Leopold o los demás vendrán?— Martínez hizo una mueca y se encogió de hombros.

— Supongo que los demás se unirán.

— Bien. Acepto. Avísenme cuando todos estén listos.

Salí de la oficina con una sonrisa maliciosa. Amaría ver el rostro de Margot al encontrarse conmigo y que los recuerdos de la noche pasada la acorralen.

Unas horas después de la conversación con Martínez, pasé un rato en el gimnasio, luego de ahí me bañé y cuando confirmé que faltaban horas para la hora del almuerzo me dirigí a la piscina. No estaba repleta de tanta gente, algo que agradecía con el alma.

— ¿Señorita Lambert, le ofrezco algo?

Un camarero se acercó con una sonrisa amistosa, mientras yo tomaba sol.

— Tráeme una piña colada, por favor.

El hombre asintió y se regresó por dónde había venido.

Volví a reposar mi cabeza en el espaldar de la silla, estaba a punto de quedarme dormida cuando el tono de mi celular sonó. Bajé un poco de mis gafas de sol para leer bien el nombre del remitente. Era mi abuelo.

— Abuelo— saludé.

— Mi niña ¿que tal Marsella?

— Más picante que nunca, el sol está ardiente.

— ¿Te echaste esa cosa blanca que se usa para proteger la piel del sol?

— Se llama protector solar, abuelo. Lo acabas de decir con otras palabras — reí —. Supongo que tu llamada no es tan solo para saber de mi.

Flower ArtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora