Una Pérdida Y Un Regreso - 2

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El Condado Henituse estaba de luto.

Habían pasado ya varios meses desde que encontraron el cuerpo sin vida de la condesa y los cadáveres de los soldados que la acompañaban. No había rastro del joven maestro. El conde, devastado, se había entregado a la bebida, y aunque el territorio seguía siendo administrado con eficacia, el peso del dolor era evidente.

—¿Lo has escuchado?

—¿Eh? ¿Qué cosa?

—Dicen que el conde-nim ha levantado otra tropa de búsqueda.

—¿Otra más? ¿Cuántas van ya?

—No estoy seguro…

—¿Y aún no han tenido ninguna pista?

Uno de los ciudadanos negó con la cabeza. Los rumores eran cada vez más trágicos: sólo habían hallado el cuerpo de la condesa. Del joven maestro, ni una huella.

—Ah… no puedo imaginar el dolor del conde-nim.

—Debe estar pasándolo muy mal…

Equipos de búsqueda fueron enviados una y otra vez, no sólo desde el condado Henituse, sino también desde los territorios vecinos. El despliegue militar sacudió todo el Reino de Roan. Tropas recorrieron bosques, montañas, valles y hasta los bordes de otros reinos. Nadie imaginaba que un "simple" condado, ubicado en la esquina del reino, tuviera semejante poderío.

Días se convirtieron en semanas. Las semanas, en meses. Y los meses, en años.

Nadie volvió con respuestas. Ningún equipo trajo noticias. Las pocas pistas halladas llevaban siempre al mismo lugar... para luego desvanecerse. Como si el joven maestro se hubiera esfumado.

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El conde terminó por volver a casarse dos años después. La nueva condesa trajo consigo a un niño, y aunque ambos fueron recibidos con respeto y cuidado, nadie lo llamó como al primer joven maestro. Nadie olvidaba al niño de cabello rojo sangre, risueño como un amanecer brillante.

Los cuidadores aún esperaban su regreso.

Mientras tanto, el condado Henituse se convirtió en el más seguro del Reino. Sus murallas fueron reforzadas y las tropas crecieron en número y calidad. Ya no sólo eran la casa más rica, también poseían una de las milicias más poderosas. La mayoría de sus caballeros estaban por encima del grado más alto, alcanzando niveles cercanos al de un maestro de espada.

Y aunque su fuerza era reconocida en todo el Reino, seguían siendo neutrales. No se involucraban en luchas de poder. Solo protegían a su familia, su gente y su tierra.

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Dolor.

El dolor era insoportable. Respirar era cada vez más difícil. Pero el miedo… el miedo había desaparecido hacía tiempo. En su lugar, había ira. Una furia profunda, nacida de la impotencia, brillando en unos ojos castaños con tintes rojizos.

—No mires así a tu padre. Sé un buen chico y compórtate —la voz resonó, suave y cruel.

Cale apenas pudo registrar esas palabras. Su cuerpo dolía tanto que ya no distinguía dónde empezaba el daño. Estaba indefenso… y lo odiaba. Odiaba su debilidad, odiaba estar roto.

Recordó entonces la última vez que había sentido algo parecido a calor humano. La última vez que alguien se preocupó por él. En esa cueva oscura, su único compañero.

—¡Sobrevive! Al menos sobrevive… e intenta vivir mejor que yo.

Eso fue lo último que le dijo ese joven, al que Cale había llegado a considerar como un hermano mayor. Aquel que, aún muriéndose de hambre, le entregaba su porción de comida.

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