Un pitido constante me recibió al abrir los ojos. Olía a química, a desinfectante, y la claridad de la habitación intensificó el dolor de cabeza. Cerré los ojos con un gruñido tratando de adaptarme a la luz. Abrí de nuevo los ojos, asustado, ante las voces a mi alrededor y el tacto de unas manos. Grité con una voz ronca, incapaz de entender que ocurría. Noté un pinchazo y poco a poco todo se volvió negro. Al volver a abrir los ojos, fui más consciente de lo que me rodeaba y cuando una mujer amable se acercó a mí con cuidado, me comporté. Traté de hablar, pero de mí solo brotó una tos que provocó que todo mi cuerpo doliese. Con rapidez la mujer, la enfermera, se acercó rápido con un poco de agua y me volvió a acomodar en la cama.
—Teniente Kwon, se encuentra en el hospital militar de Ginebra —Me explicó en un inglés perfecto, pero con un deje de dureza propio de su idioma.
—¿M-mi unidad? —Pregunté incapaz de identificar mi voz tras tanto tiempo sin usarla. Habíamos vivido un infierno. No sabía cómo era posible que siguiese con vida.
La expresión afligida y compasiva de la enfermera fue suficiente respuesta. En el fondo de mi corazón ya lo sabía, pero necesitaba que alguien me lo confirmase. Uno a uno fueron llevándoselos de aquella celda hasta que solo éramos Martín y yo. Giré la cabeza para reprimir las lágrimas cuando recibí la confirmación y evitar el recuerdo de aquella fatídica noche en la que lo perdí todo. ¿Con qué cara iba a enfrentarme a sus familias?
—¿Cuánto tiempo ha pasado? —Pregunté. Allí el tiempo no pasaba del mismo modo. Parecía que había estado atrapado una eternidad, pero podrían haber sido días, meses o años.
—Dos años, teniente, han sido dos años, pero va a volver a casa.
Cerré los ojos. ¿Dos años? ¿Cuánto había cambiado desde entonces? Busqué con la mirada, pero en la habitación solo estaba la enfermera que comprobaba mi estado y cambiaba mis vendajes. No quería mirarme en el espejo, el dolor era suficiente para saber que no había sido un camino de rosas. Al menos estaba vivo ¿No? «Pero los demás no» dijo la voz de mi consciencia en la cabeza.
—Mi contacto de emergencia... —Comencé a decir, pero la enfermera me miró de nuevo con compasión.
Habíamos discutido por una tontería, pero no era motivo suficiente para que no viniese ¿Verdad? Su mejor amigo había vuelto tras dos años desaparecido, eso era suficiente para perdonarlo todo ¿No? No era propio de él no acudir, aunque sea para recriminarme el tiempo perdido y lo mucho que le había preocupado. ¡Dios! Hasta aceptaría un par de sus golpes y sus "¡Idiota!" con tal de que estuviese aquí a mi lado.
—Llamamos al primer número que nos dio, pero estaba desactivado. Al llamar al segundo, el jefe de bomberos nos comunicó que el señor Lee murió durante un incendio dos años atrás, al mismo tiempo que le declarábamos desaparecido en combate. Nunca pudo recibir la noticia de su marcha. Lo lamento mucho, teniente ¿Hay alguien más a quien podamos llamar?
——
Un año después, Kiara y yo respirábamos el aire fresco del exterior. Habíamos salido al otro lado de la verja del hospital mental y psiquiátrico para veteranos. Me habían retirado con honores y por causas médicas de lo único que conocía, de lo único que me quedaba. Ahora, un año de tratamientos, mi Golden retriever, mi trastorno de estrés postraumático y yo teníamos que volver a reinsertarnos en el mundo. Un coche pitó con insistencia para llamar mi atención. Lo había perdido todo, pero, al menos, había recuperado algo.
—Buenos días, papá —Me subí en el asiento del copiloto tras colocar a Atenas detrás—. Gracias por recogerme.
—¿Listo para ir a casa? —El hombre de pelo blanco y barba, un papá Noel de los pies a la cabeza, me sonrió.
Llevaba años sin verle así, desde la muerte de mi madre. El hombre estricto que conocí durante la mayor parte de mi vida se deshizo en llanto el día que el hospital le llamó. Cuando acudió a mí, su incómodo hijo, se abrazó pidiendo perdón por la distancia que había creado entre nosotros. Aquello no lo solucionaba todo, pero un año cuidándome y dándome los mejores servicios para tratarme, había demostrado que ya no era el padre ausente que se encerraba en el trabajo para no tener que abrirse al dolor de la pérdida. También había dejado de ser el hombre que se escondía tras las puertas cerradas de un armario que nunca supe ver y me obligaba a ser el hombre que debía ser. Ya no había rastro de la persona que me hizo coger la maleta y marcharme en cuanto cumplí la edad para alistarme.
—Estoy deseando un poco de normalidad —Admití porque mi casa ya no existía tras años desde que sus dueños habían desaparecido sin dejar rastro—. ¿Mi habitación sigue igual?
—Pensé en arreglarla, pero preferí dejarla para que la pongas a tu gusto —Me explicó mientras conducía lo que tenía preparado para mi primer día.
Era el plan perfecto: comida casera, su estofado especial, y una buena película con la que nos relajaríamos. Aún recordaba que cuando tenía un mal día o temporada mi confort se encontraba en esos pequeños momentos. Pensaba que los vivía solos, que el no sabía nada de mí, pero se aprendió cada una de mis manías. Siguió hablando todo el trayecto, poniéndome al día con los últimos cotilleos del barrio. Ahora que era hombre jubilado, disfrutaba de sus partidas de ajedrez y de la vida de los demás.
Aquella noche, tumbado en la cama con Kiara a mis pies, suspiré satisfecho. Aunque todo había cambiado, sentía que por primera vez desde que desperté en el hospital, todo iría bien. Entré en Instagram como hacía cada noche para ver las fotos que tenía. Noches de barbacoa con mi unidad, bolos con los bomberos y él, mi luz, mi mejor amigo, la mayor constante de mi vida. Le di me gusta a una foto suya con camisa de franela y... ¿Un momento? ¿Cuándo había hecho esa foto? Nunca se ponía camisas de franela, las odiaba. Me fijé bien en la foto era un anuncio. Él me sonreía junto a un caballo negro, lleno de cicatrices. Aquella foto era actual. A los pies de la foto había un mensaje pidiendo respuestas sobre quién era aquel hombre desaparecido. Mi corazón latió con fuerza. Había esperanzas de que Jihoon estuviese vivo.
NOTAS:
La historia de Seungcheol y Jeonghan ha sido un soplo de aire fresco entre el estrés y no sabía que me iba a gustar tanto escribir algo así. Ahora toca engancharnos a la historia de Woozi y Soonyoung ¿Qué les deparará el futuro?
Confieso que Woozi es de mis personajes favoritos por su ternura, quizás sea su interés por ser little o por su pérdida de memoria, pero.... Es demasiado adorable.
Sé que dije que no iba a actualizar en dos semanas, pero ¿Cómo resistirme teniendo tanto capítulo escrito y pasado a ordenador? ¡Empezamos con la segunda parte!
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Los hombres de El valle 2 - El militar y el olvido (Soonhoon) [+18]
RomanceSoonyoung ha tenido un secreto durante años, pero las circunstancias siempre le impiden confesarlo. Tres años después de una pesadilla tras otra y con una carga emocional sobre sus hombros por los efectos secundarios de su tiempo en el ejercito, enc...