4. La final en Dallas Open

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La final en Dallas Open.

Bien.

He luchado durante dieciocho años para llegar a este momento.

Estoy listo, sé que lo estoy.

Y no evito preguntarme si mi madre sabe que lo estoy. Si ella desea volver, ahora que estoy a un paso de convertirme en profesional.

Veo a la competencia del otro lado de la red, con sus cabellos revueltos, amarillentos, su rostro repleto de granos, su pecho sudado y su bandana ajustada encima de sus ojos. Es más delgado que yo, de brazos y piernas más finas, casi sin músculos.

Y de repente, escucho un grito de la tribuna celebrativo, y no está dirigido a mí, así que giro mi rostro y ahí me encuentro con él.

Slash.

Sentado justo detrás de mí, ubicándose lentamente en su asiento, corriendo sus oscuros rizos de sus ojos, y levantando su mirada hacia la mía.

Conectamos, y nos mantuvimos varios segundos observándonos. Creo que Slash acaba de comprender que no soy una broma, ni un tenista más, soy su peor competencia, soy su enemigo perfecto.

Desvié mi vista y seguí calentando, mientras a lo lejos escuché a los periodistas hablar.

―Wow, Jack, tenemos a Slash presente este día tan especial.

―Así es, Roger, el número seis del mundo vino apoyar a su amigo Adler, aunque todos sabemos que Rose le dará una gran paliza.

―No cabe dudas que será un partido complejo, pero victorioso para Rose. No me gusta definir un resultado antes que realmente suceda, aun así... Sabemos que Rose es el favorito de la temporada, del torneo, y probablemente el segundo favorito del año después de Slash.

―Hablando de eso, hace mucho tiempo que no tenemos fotografías de Sharon Rose junto a su hijo, ha abandonado completamente su familia para entrenar a Slash. ¿Será Axl Rose su karma?

Steven Adler se acercó a chocarme las manos antes de comenzar el juego, a lo que lo miré con disgusto y dije:

―No debemos chocarnos las manos antes del partido.

―Oh, lo siento, bueno... ¡Buena suerte! ―sonrió.

―Gracias ―me di la vuelta regresando a mi lugar detrás de la línea.

No sabía que tiempo después Steven Adler me acusaría de ser un total irrespetuoso por no desearle mutua suerte. Es que, vamos, hombre, ¿Quién le desea suerte al enemigo?

Steven Adler tiene las mismas condiciones que yo. Es joven, rápido, fuerte, con energía sobrante y concentración. Pero tiene algo que yo no tengo: Un entrenador mediocre.

Por lo que no fue difícil adivinar su estrategia: Sacar la pelota lo más despacio posible.

No hay mucha estrategia que pueda ir contra él, más que aceptar sus términos y tratar de ser mejor.

Me ganó el primer set por poca diferencia, y de subestimarlo tanto, se convirtió en el partido más difícil que atravesé durante el torneo.

Adler: 7.

Rose: 5.

Levanté mi vista, viendo a mi padre y Duff, quienes están hablando continuamente y anotando cosas en una libreta para luego ayudarme a mejorar mis errores.

Decidí, entonces, que ya no tendría más errores, y que si Steven Adler quería ganarme, entonces debía brindarle el partido más complicado de su vida.

Comenzó el segundo set.

Solo hay una forma de ganarle a un igual: hacer algo que yo no esperaría, y por tanto, no sabría responder.

Steven se mostró con una sonrisa de dientes blancos, pensando que ganaría gracias a su resistencia superior a la mía, pero decidí poco a poco introducirlo en la confusión cuando hice el primer saque con una velocidad tan inalcanzable como la de Edward Evans.

0 – 15.

Su sonrisa continuó exacta.

Segundo saque, volví a hacer la misma fórmula. Steven no llegó.

0 – 30.

Tercer saque, repetí la fórmula, pero hacia el lado contrario de Steven.

0 – 40.

Su sonrisa se borró.

Y ahora, en el cuarto saque, noté que inclinó sus rodillas, descubriendo mi truco y deseando que repita la velocidad anterior, ya listo para atajarme.

Y entonces, tiré con una velocidad tan débil que apenas picó del otro lado de la red, y Steven, pensando que era una pelota fuerte como la anterior, respondió con tanta fuerza que no solo le causó dolor de hombro, sino que también la tiró fuera de la línea.

Punto para mí, y sonreí victorioso notando el quejido del rubio al sentir su hombro lesionado.

Miré hacia atrás, buscando la mirada de Slash, y al verlo, noté que era el único que continuaba sentado en su lugar, mientras el resto del público me ovacionaba de pie por la perfecta jugada. Y en sus ojos brillaban cierta oscuridad, no puedo decir que estaba enfadado conmigo, pero sí puedo decir que estaba paralizado.

Él no tenía idea de lo bueno que soy.

Repetí la misma jugada unas cinco veces más, logrando que Steven ni siquiera pudiera anotar un punto, y gané el set.

Ya el tercer set, el definitivo, Steven apenas podía moverse; lo agoté, lo cansé hasta la mierda, le hice perder las esperanzas, lo presioné tanto con cada pelotazo que lo lesioné, y por el otro lado, comencé a sentir el sabor de la victoria justo en mis labios.

Me sentí en la gloria.

Corrí de un lado a otro, no perdí ni una sola pelota, alcancé todas, jugué con la velocidad para que Steven fallara, lo hice patinar y caer al suelo varias veces, me reí de él, lo burlé con gestos faciales por sus erróneos saques, y cuando gané el tercer set, nos tomamos de las manos y pronuncié:

―No debiste desearle suerte a tu competencia.

Steven se fue llorisqueando y rengando, yo levanté la copa y grité de euforia junto al público.

El asiento de Slash quedó vacío. 

Hasta el último set (Slaxl)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora