23. Y todas las cosas bonitas y feas del amor

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23.

Y todas las cosas bonitas y feas del amor.

Mañana es la gran final.

Me encuentro en un estado de emoción y felicidad que es difícil de transmitir. Simplemente, en mi mente está todo aclarado, y siento mucha seguridad en mí mismo.

Pase lo que pase, sabré que lo di todo en este campeonato, y que habré aprendido lo suficiente para ser todavía mejor en el próximo.

Duff se encuentra sosteniéndome las piernas al rayo del sol, mientras hago abdominales en el césped del jardín del hotel. Mi padre está a un costado, tomando agua congelada mientras lee las noticias en su teléfono. Y lo único que puedo escuchar son las aves a nuestro alrededor ofreciéndonos distintos tipos de quejidos, y por supuesto a Duff, quién no para de hablar.

―¡Duff! ―dije levantando mi abdomen, y luego volviendo a bajar, y así―. ¿Puedes cerrar la boca?

―No sirvo para contar cuántas abdominales llevas, así que prefiero contar chismes. ¿Cuál es el problema?

―Que simplemente... ―me agité entre ejercicio y ejercicio, pero continuo sin importar―. Que simplemente no me interesan.

―Bueno, tal vez te interese este: Rybana esconde un pasado rebelde.

―Sigue sin importarme.

―Rybana esconde a un tal Michael, nadie sabe quién es y ni qué pasó...

―Y si realmente la quieres, guardaras el chisme ―interrumpí.

―Tal vez. No soy tan bueno en eso.

―¿Sabes? ―paré de ejercitar y me quedé recostado, observando el cielo. Duff se quedó sentado esperando a que termine de hablar para inmediatamente contar lo que sea que está pasando por su cabeza en este momento―. Tú tienes muchos chimes de todo el mundo, pero jamás hablas de ti.

―¿Y quieres saber de mí? ―levantó sus hombros con una sonrisa irónica como si fuera inocente.

―Para empezar, ¿Por qué eres tenista si odias al Tenis?

―Larga historia para un día tan corto, ¿No crees?

―No.

Duff se recostó y acomodó a mi lado, observando el cielo también. Se tomó su tiempo para dar la mejor respuesta posible. Y cuando creí que iba a decir algo coherente, respondió:

―Soy Príncipe.

¿Qué?

―¿Conoces las Islas de Asia Occidental?

―No.

―Bueno, soy el hijo de los reyes de una de esas islas. Kuwait. Y de niño ya era mujeriego, me besaba con mis compañeras de curso y a veces con la directora de la escuela.

―¿Eso no es pedofilia?

―A lo que voy es que, mis padres creyeron que sería un heredero al trono vago, insoportable, caprichoso y mujeriego. Todas esas cosas que ves en Hollywood del niño mimado que termina golpeándose con su propia pared cuando llega el desarrollo de la película y se encuentra con una niña que le hace reflexionar y... ¿Te conté la historia de Hetfield?

―Termina con la tuya.

―Ah, de acuerdo, sí, la mía ―se sienta en el césped, como si le doliera hablar de eso―. Bueno, en fin, mis padres notaron que no era bueno en matemáticas ni nada que estuviera relacionado con la escuela, así que, creyeron que la única manera de ponerme en regla era a través de los deportes. No me dejaron elegir cuál. Y el Gobierno decidió, que el Príncipe de Kuwait, debía ser tenista. Y así fue. Les doy lo que quieren. Todo el dinero que ingresa a mi cuenta por los patrocinadores y torneos, se dirige a la cuenta bancaria del Gobierno porque los príncipes y personas de la realeza no podemos tener bienes privados. Y esa es mi vida.

Hasta el último set (Slaxl)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora