Después de tantos años, los Vulturi deciden reclutar a nuevos vampiros para su guardia, quedando entre cien de ellos solamente ocho vampiros gracias a sus dones excepcionales.
Los reyes Vulturi estaban fascinados por los nuevos miembros, emocionados...
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El sol comenzaba a esconderse a la vez que el cielo se estaba volviendo oscuro y estrellas empezaban a aparecer.
Paola sonrió al poder apreciar aquel paisaje desde la ventana de la habitación del hotel que habían conseguido. Sin embargo, el ruido de la puerta del baño llama su atención, interrumpiendo su paz, que miró sobre su hombro encontrándose a cierta rubia saliendo de ella.
Aplanó los labios molesta, incómoda y algo nerviosa al verla salir a Jane con una bata blanca y sus cabellos sueltos, mojados.
—¿Qué?
Paola volvió su mirada hacia la ventana sintiendo un nudo en su estómago e intentó ignorar la presencia de la rubia, presintiendo que si hubiera estado viva, su corazón se habría acelerado.
Odiaba que el hotel que habían conseguido solamente tuviera justo una habitación disponible. Y odiaba el no poder controlar sus ojos, viendo a través del reflejo de la ventana, la figura de Jane estando espaldas a ella.
Su cuerpo se tensó y cerró los ojos rápidamente al ver cómo se sacaba la bata.
—¿Qué mierda te sucede Paola?— se preguntó mentalmente.— Es solo Jane.
—Estoy lista.— habló la rubia, sobresaltando a Paola, que por inercia giró sobre sus talones, encontrándose a la rubia una vez mas vestida con el estúpido uniforme del clan Vulturi. Sin embargo... había algo diferente... el uniforme era distinto, era otra tela y se ajustaba mejor a sus piernas, eso causaba que se viera mucho mejor (no como una monja demoníaca, como el conjuro) sino que con ese pantalón de cuero ajustado, la hacía ver más intimidante.
—¿Qué?
Paola se sobresaltó una vez más y sus ojos se dirigieron hacia los orbes rojizos de la rubia, que no sabía si era su imaginación, pero brillaban como faroles.
—Nada.— respondió en voz baja, sintiéndose intimidada y nerviosa.
¿Nerviosa? No sabía el por qué.
— Bien, andando.
Paola rodó los ojos.
—Que mandona.— susurró molesta, siguiendo a la rubia que ya había salido del cuarto, dejándola atrás.
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