Clouds

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Clouds:
Seo Changbin

La frescura de la primavera logra que tome una fuerte inhalación, botando el aire de a poco, con calma

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La frescura de la primavera logra que tome una fuerte inhalación, botando el aire de a poco, con calma.

El verdoso de las hojas de los árboles, y el color del césped brillante con la luz solar y los movimientos por el aire que pasa, logran formar un ambiente tranquilo, extendiendo el olor de las flores por todo el campo.

Mis pies descalzos palpaban con emoción el pasto, jugando con los dedos y sintiendo las cosquillas que me producían.

Mi pantalón y la camiseta que traía se movía al compás del viendo, mi pelo meciéndose con sutileza.

Bobbe, mi cachorro corría contento por el terreno a nuestra vista. Ama la primavera, igual que yo.

El cielo azul claro, con nubes tan espesas como algodones de azúcares decoraban el afirmamento. Teniendo decenas de formas en ellos.

—Serin, ven —Changbin me llama y yo corro hacia él, rodeando mis brazos a su alrededor. Apoyo mi cabeza en su fuerte pecho, sintiendo la vibración de su risa—. ¿Contenta?

—¡Muchísimo! —respondo, viéndolo con una sonrisa que él no demora en devolvérmela. Besa castamente mi frente.

—Ayúdame a poner la manta —hago caso.

Agarro dos puntas y él sostiene las otras dos, donde posiciona cuatro piedras no tan grandes en cada punta, para que el viento no se lleve la manta que hemos traído para sentarnos y recostarnos bajo la sobra de uno de los tantos árboles.

—Ah, me he olvidado de la otra canasta —se lamenta. Rio ante su descuido—. Iré a traerla, ya vuelvo —guiña uno de sus ojos y va colina abajo en busca de tal canasta que dejó en el auto.

Yo por mi parte, me entretengo trenzado flores para hacer una corona mientras observo a Bobbe correr y ladrar eufórico.

Suspiro, dejándome caer y sentir el tronco del árbol apoyar mi espalda.

Cinco minutos pasan y nada que Changbin aparece. Se me hace algo raro.

A los diez minutos, lo veo caminar a mi dirección, cansado. Corro hacia él.

—¿Estás bien?

Él asiente, con una sonrisa.

—Quise subir corriendo, pero es agotador —lo miro divertida, elevando su brazo para que se apoyase de mí. Caminando los dos juntos hasta el árbol.

» Oh, hiciste una corona —dice al verla. Yo sonrío sentándome a la misma vez con él. La agarro y la miro con una sonrisa más ancha.

—A que es bonita.

Asiente. Es por eso, que me acerco más a él, posicionándome de frente para colocársela en su cabeza.

—¿Para mí? —pregunta, sorprendido y alegre.

—¡Claro! ¡Te queda genial! Te ves tan lindo.

No demora en hacer aegyo. Yo sonrío y chillo encanta por su extremada ternura.

Aprieto sus mejillas y le doy un casto beso en sus labios. El chico frente a mí lame sus labios y sonríe.

—Mira —busca en la canasta algo y saca ¡una corona de flores rojas! Lo miro sorprendida, con la boca semiabierta—, la hice para ti. Se me había olvidado. Es por eso que me demoré en subir también —aclara.

Llevo mis manos a la boca. ¿Cómo es posible que exista un hombre tan lindo como él?

Binnie se inclina para colocarme su corona, y yo lo miro como si fuese la flor más hermosa jamás vista.

—Woah. Sabía que te quedaría genial, pero te ves estupenda.

No puedo evitar lanzarme hacia él y juntar de nuevo nuestros labios, donde se funden en una danza lenta y cariñosa.

***

Una vez después de comer, y sentir que nuestros estómagos iban a reventar. Nos acostamos sobre la manta de cuadros rojos y blancos; mirando el cielo.

—¿Y si jugamos a ver qué formas vemos en las nubes? —propongo. Changbin aceptar sin titubear.

—He visto a un oso. Allá —en efecto.

—¡Oh, mira, parece a Bobbe! —señalo una de las tantas. Le tengo que dar algunas indicaciones porque no lo ve.

—Eso es una tortuga ninja. ¿Si la vez? —lo miro con el ceño fruncido al no identificarla—. Mira, tiene el caparazón, las piernas, cabeza y una lanza en sus manos —se burla porque no logro verla como él lo ve.

—Ese se parece a ti —señalo.

—¿Dónde?

—¡Allá! Al lado donde parece un conejo —me burlo porque no lo haya.

yoooo.

Suelto la carcajada al escuchar su palabra-sonido favorito. Ah, me encanta cuando lo hace.

—¡No hay nada que se parezca a mí!

—Jagi. Si se parece todo pomposito, dulce y tierno, ¡igual que tú! —sonríe, negando con su cabeza con diversión.

Yo vuelvo a apoyar mi cabeza en su brazo extendido a mi merced.

Bobbe llega, acostándose a un lado, cansado.

—Me encanta estar al aire libre —digo.

—A mí igual. Es relajando, tranquilo —asiento, estando a su favor.

—¿Alguna vez podemos ir a las nubes? —pregunto, levantando mi mano hacia el cielo, como si tocase una pomposa nube.

—En avión, cuando quieras —rio.

—¿Te imaginas que las nubes en verdad sean como en los muñecos que aparecen en la televisión? Saltar sobre ellas.

—Sería algo... novedoso e increíble.

—Verdad que sí —suspiro—. Sería como el algodón, suave.

Durante el resto de las horas que estuvimos ahí, hablando sobre nubes y otros temas, no nos levantamos del suelo, viendo aquellos pedazos gigantes de algodones decorar el cielo.

Es tan entretenido imaginar caras y formas en ellas que nos divertimos Changbin y yo.

Espero que otra salida como estas se repitan. Sentir la tranquilidad en el ambiente y la intimidad sana que tenemos entre los dos es tan satisfactoria y hermosa que me hace suspirar.

Durante el camino, de nuevo a la ciudad y a casa; seguíamos con el juego de qué veíamos en las nubes. Bobbe estaba dormido en los asientos traseros del coche, acurrucado.

Changbin no quitaba su mano de mi pierna a excepción cuando cambiaba los cambios.

La música para aumentar el animo del ambiente no faltó durante todo el trayecto de vuelta. Comentamos sobre esta cita y lo genial que me había parecido.

Hacia mucho que no sentía algo como esto y sé, que se quedará para siempre en mi corazón.

Ese pedacito de nube, suavecito y lindo que sigue a mi lado, con él, toda salida es la mejor.

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