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El tiempo era algo que se consideraba relativo, subjetivo y al mismo tiempo extraño. O así era como Jennie lo afirmaba para sí misma. Podía pasar segundos, minutos e incluso horas y horas observando el cuadro que tenía al frente. Aquel con la letra sin compañía, que ocupaba más espacio de lo debido, en una hoja mal recortada por ella misma. 

Aquella "J" que representaba algo que ella consideraba hermoso y preciado en aquel mundo presente. No podía sonreír, pero eso no significaba que valía menos. Aquella letra que portaba sabiduría, comprensión y amor. Aquella letra que la reconfortaba en sus momentos de caos y despojos. Jennie pensaba que si las letras pudieran abrazarte, una "J" sería la adecuada para la tarea. 

Esa simple letra que representaba su más grande fuerza pero también parte de su debilidad. Aquella letra que simbolizaba un nombre en particular. 

Jasmine. Su hermana.

La mujer que parecía en más sentido una madre cálida que una hermana divertida. Aquella persona que le había enseñado la significancia de la palabra amor. Su persona favorita en el mundo.

Jennie nunca admiró y amó tanto a una persona como lo hacía con su hermana. Se ponía a pensar en aquellas promesas de película que uno hace cuando ama tanto a una persona, aquellas promesas que se hacían cuando más sientes; pero en realidad no tienes la certeza que se cumplirán. Bueno, Jasmine era la promesa que Jennie quería cumplir.

A Jennie le dolía el cómo eran las cosas, el cómo tenían que ser; pero lo ocultaba. Se estaba cansando de fingir que no lloraba todas las noches por ello. Se cansaba de lastimarse a sí misma diciéndose que no merecía nada aún cuando su corazón más lo anhelaba. Se preguntaba por qué cosas buenas le sucedían a ella mientras que su hermana sufría cada segundo. Se sentía culpable por sonreír y desear ser feliz, mientras que la persona que más amaba se sentía más alejada de la dicha. Se obligaba a sí misma a arruinar todo lo bueno que le pasaba y eso incluía a Lisa. 

Entonces cerró los ojos, dejando que la oscuridad la invadiera y la absorbiera tanto que pudiese olvidar que la alegría existía en este universo.

Se quiso arrancar el corazón en aquel instante para poder dejar de sentir y se quiso poder arrancarse la vida para poder dársela a su hermana, porque ella sí merecía recibir cosas gratas.

Pero antes que algo malo fuese a ocurrir, un grito lleno de odio la hizo posponer su propio dolor.

Se levantó y con pasos lentos avanzó hacia la salida de su habitación, colocando un oído sobre la puerta y dedicándole la atención a lo que estuviera ocurriendo detrás de sus paredes. 

Era su madre, gritando obscenidades. Acción usual, para nada extraña a la rutina diaria. Pero entonces se percató que no se encontraba sola e instantáneamente supo de quién se trataba la otra voz que la acompañaba. Asustada de lo que pudiera pasar, abrió la puerta sumergiéndose en el problema que se avecinaba.

Bajó las escaleras apresurada, siempre mirando hacia atrás de no ser perseguida por el monstruo de su clóset. Llegó hasta el último escalón y siguió el camino del ruido, fijándose una última vez por detrás de sí misma, que nadie la hubiese seguido.

-¡Te dije que te largaras! ¡Imbécil! -su madre golpeaba a la acompañante que se hallaba a su lado y Jennie quiso alzar la voz para terminar la situación, no obstante, se quedó callada. Esperando que el miedo comenzara a atormentarla.

-¡No me voy a ir hasta que reciba lo que vine a buscar! -se tocaba la mejilla, tal parecía que no era la primera vez que la golpeaba en aquel instante.

La respiración temblorosa de Jennie hizo que su presencia se diera a notar. El miedo por fin había llegado a su cuerpo y esta vez, le daba terror mirar detrás de su espalda. Terror que el mismo monstruo pudiera oler y comenzara a perseguirla.

-¡Vete a tu habitación! -le señaló su madre, pero ella paralizada por el temor, hizo caso omiso. 

En lugar de eso, tragó difícilmente su saliva y se animó a hablar.

-Joy -le dijo a la chica que seguía acariciando su mejilla- vete, por favor -finalizó en una súplica.

-No lo haré, tú sabes por qué estoy aquí ¡y no me iré! -gritó, recibiendo otra bofetada.

Jennie tembló al escuchar el sonido de aquel golpe y sintió un escalofrío recorrer su espalda, no quería mirar hacia atrás, así que avanzó hacia adelante; justo como su hermana le había enseñado.

Se acercó hacia Joy, tratando de rogarle con el brillo triste de sus ojos que por favor se fuera por donde vino, aunque en el fondo sabría que no tendría la respuesta y la acción que esperaba. 

-Por favor -entonces las lágrimas llegaron sin avisar, el miedo la había consumido por completo.

-¡Ruby! ¡Dije que te vayas a tu..!

-¿Por qué hay tanto grito? -un tercero arribaba a la escena, era su padre.

Y entonces todo se fue al caño. Ya era demasiado tarde, el monstruo había llegado. 

Ella ~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora