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Fiorella

Caleb era mi lugar seguro, claro que no todo es para siempre. Aun recuerdo el momento en el que todo cambio. Recién me había dado cuenta que nuestra relación no empezó bien.  Para seguir con nuestra relación, él dijo que tendría que dejar la ACI. 

Él fue la única persona que siempre estuvo conmigo, para bien o para mal, siempre estuvo ahí.
No digo que todo fue malo, por supuesto que hubo muchos momentos lindo a su lado, pero desaforunamenre,  los malos siempre los opacan.


- No quiero hacerlo.

Caleb me sostenía con fuera de los brazos, su fuerza era grande que a los segundos comencé a sentir dolor.

No me interesa, eres mi novia, y estas aquí para esto.


Fue lo último que dijo antes de arriesgarme a la cama y subirse encima mío, y besar bruscamente mi cuello.

Caleb, por favor.

Implore, pero él lo tomo de otra manera.

Disfrútalo.

No lo hacía, no sentía placer, sino dolor. Él tocaba bruscamente mi cuerpo, y aunque intentaba liberarme no podía, él es más grande que yo, tenía más fuerza.


Esa fue la primera vez que Caleb había abusado de mi.

Y aún que el día siguiente me había pedido perdón, nada fue como antes.
Y como lo dije, lo malo siempre opaca lo bueno, aunque intentará recordar los momentos lindos, estos siempre eran sustituidos por los momentos de abusos y tristezas.
Sin darme cuenta me quedé dormida mientras lloraba, desperté por un ruido en mi teléfono, era una llamada.

Lo tome, me di cuenta que no tenía registrado el número. Aclaré mi garganta y contesté.

—Hola.


—¿Fiorella?.


—Si soy yo, ¿quién habla?

—Soy Dominick. Te llamaba para decirte que tienes que venir a la central a firmar tu reincorporación.


—¿De verdad puedo regresar?


—Te lo había dicho ayer y te lo estoy diciendo ahora.


—Lo siento, estoy muy sorprendida.


Ríe.

—Descuida, te espero hoy mismo.


—Por supuesto, te lo agradezco.

Hubo un silencio, y después no se escucho nada más.


Solté un gritito de felicidad.


No espere más tiempo, fuí al baño a darme una ducha. Al salir, me vestí con algo sencillo, pero a la vez formal.


Tome mi bolsa, donde yacía lo necesario. No sabía si Samuel seguía en casa o ya se había ido al trabajo.


Me dirigí a la sala, y lo encontré saliendo de la cocina. Al verme su rostro se puso tenso.


—¿No es muy temprano para ti?—pregunto.


—Tengo que slair— me limité a responder, no sabía cómo era su ánimo.


—¿Quieres que te lleve?—aunque estaba siendo amable, su actitud era distante.

—No es necesario, te lo agradezco— no hubo respuesta hasta unos segundos.


—¿Ya has conseguido lugar para mudarte?— me miro.


—No.


—Date prisa, te di una semana.


—Samuel, no tengo mucho dinero... Deja que me quedé más tiempo, por favor.

—No, se lo dije a papá y te lo digo a ti, no te voy a ayudar en nada.

Fue lo último que dijo y salió de la casa dejándome sola.






Un sueño rotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora