🍁• ҍӀօօժ

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Un capítulo más corto.
Perdonen el bloqueo de escritor (⁠´⁠°̥̥̥̥̥̥̥̥⁠ω⁠°̥̥̥̥̥̥̥̥⁠`⁠)


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Zane retiró la venda, quizá ya por quinta vez. 

Aquello era malo. Demasiado. Lloyd había aguantado más de lo que el nindroide pensaba, pero no moría. Seguía sufriendo en medio de un manto de silencio.

Dejó el pedazo de tela a un lado, empapada de sangre dorada. Después se apresuró a colocar otra en el brazo del niño, ocultando la herida que no cerraba, totalmente ajeno del tiempo.

Escuchó un grito de frustración viniendo de abajo: la voz de Nya. Cole y Jay no tardaron en subir por la pendiente. El primero se veía molesto. El segundo, cansado.

Jay miró a Zane y luego a Lloyd. Entonces palideció y salió a donde estaba Kai, dando la espalda al centro de la cueva. El chico tropezó con su pie antes de sentarse junto al ninja de traje rojo.

Cole suspiró y se acercó con cautela a Zane. No se veía tan mal como Jay lo había hecho parecer, pero, aun así, ver a Lloyd de aquella manera fue como un golpe al corazón.

Su piel estaba pálida, algo grisácea, o quizá era la fúnebre luz. Las pecas doradas que antes salpicaban sus mejillas eran casi invisibles; habían perdido su esplendor. Su cabello se tornaba más claro desde la raíz. Sus manos caían a su lado izquierdo frente a su pecho, acostado hacia aquella dirección; aquella posición, según Zane, evitaría que se lastimaran sus alas con su propio peso.

Cole alcanzó a ver un poco de la herida en su brazo. El negro había dejado de esparcirse por su piel, pero los tres cortes de las tres garras del Oni no habían cerrado. Zane la cubrió con un pedazo de tela blanca a falta de más vendas, y después colocó la manta de nuevo sobre su espalda. Después tomó con cuidado el ala derecha de Lloyd y cubrió su cuerpo con ella: su brazo, un poco de su pecho y su cara hasta la boca. Quizá le ayudaría a mantener más el calor.

—¿Sigue...? —formuló Cole antes de interrumpirse. Sonaba demasiado mal como para decirlo en voz alta.

Zane lo captó.

—Sí —respondió con voz cansada—. Sí, sigue... vivo.

Cole asintió y se sentó al lado de Zane, quien estaba a la espalda de Lloyd. Tomaba el fragmento de tela empapada que le había quitado a Lloyd en ambas manos. Miró con extrañeza cómo lo exprimía, sin que la sangre dorada cayera al suelo. Ni una gota fue derramada hasta que terminó completamente blanco. Al terminar, Zane la dobló con cuidado y la dejó a su lado para desecharla en cuanto pudiera, o en caso de recurrir a algo desesperado a falta de equipo médico.

—Es lo único que nos salva, ¿no? —dijo Cole en voz baja, como si temiera despertar a Lloyd.

—¿A qué te refieres?

—La sangre. Jay dijo que era la única debilidad de los Oni. La estás almacenando.

Zane asintió y le mostró la yema de sus dedos, con agujeros casi invisibles debido a lo pequeños que eran: puntos de succión.

—Quizá la ocupe después —habló Cole.

—Está contaminada —el pesar de Zane se reflejaba en su voz, aunque normalmente no solía ser muy expresivo—. Regenerará su sangre cuando tenga la energía suficiente. Hasta entonces...

Cole asintió, comprensivo. Se sentó junto a Zane y puso su mano sobre el hombro del contrario. La retiró cuando comprendió que Zane no entendía aquella muestra de apoyo.

—¿Tienes... el interruptor de las emociones apagado? —cuestionó.

—Afirmativo. Si esperas apoyo de mi parte sugiero que esperes unas cuantas horas más.

—No hay problema.

¿Tanto así te duele?, Cole tuvo el impulso de preguntar.

La pérdida de un miembro era algo demasiado fuerte. Lo habían vivido varias veces: los ninjas se habían perdido y habían sido secuestrados varias veces. Pero ahora era diferente: Lloyd estaba enfrente, pero no podían hacer nada. Su aspecto infantil causaba aún más dolor... Se parecía al niño que habían conocido hace años, aquel niño malcriado que creció con una familia nueva que sólo el destino unió.

🖤 ° Nɪɴᴊᴀɢᴏ | Oɴɪ ʏ Dʀᴀɢᴏ́ɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora