Acto II: Capítulo 5

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Carcosa, 12 de mayo de 1888

El cuadro de Jean solo se agravó luego de aquella discusión. La herida en su hombro se había infectado, su vigor desvanecido, y su cuerpo debilitado por una fiebre alta, incontrolable.

Peter Chassier, a pedido de su esposa, le escribió una carta al conductor de la orquesta donde había sido empleado, explicando todo lo que le había ocurrido en la última semana. Recibió una respuesta corta y rápida por telegrama, la siguiente tarde. Lo reemplazarían hasta que estuviera recuperado y listo para viajar, pero el puesto de concertino aún era suyo —lo que para él fue un alivio descubrir—.

Elise ya había salido del hospital y regresado a la mansión Chassier. Por un instante consideró marcharse a su antigua casa —que no había logrado vender hasta el momento—, pero fue disuadida por Gustavo y sus otros amigos. Ella y su esposo casi no se hablaban. Desde la riña, ambos se habían apartado lo máximo posible, manteniendo posturas cordiales, pero no necesariamente cálidas. Solo se saludaban, despedían, y pasaban el entremedio contemplando su relación en profundo silencio.

El ministro reflejaba el actual estado de su romance en su físico. A días no se hacía la barba, apenas se aseaba, y su aliento se había vuelto fuerte, insoportable. A veces, por la noche, su mujer lo oía sollozar a solas en la sala, acompañado apenas por el frío de la madrugada y una familiar botella de whiskey. En su trabajo, la situación era similar. Ya no discursaba con el mismo entusiasmo, ya no laboraba con la misma pasión. Leía los documentos a su frente sin entenderlos de verdad, firmando lo que le fuera ordenado sin cuestionar el motivo.

—¿Claude? —lo escuchó Marcus llamar desde la puerta.

—Entra —ordenó, ya algo embriagado.

—Tengo malas noticias —levantó su mano, que sujetaba un nuevo ejemplar del Times.

—¿Más?

El oficial, compadeciendo su situación, con cuidado depositó el diario sobre su mesa. Al ver la portada, su mundo completo se vino abajo. El titular "¿Caso romántico, o engaño infiel?" estaba impreso con letras grandes, sensacionalistas, y crueles, en el más puro sentido de la palabra. Furioso, golpeó el escritorio con su pie. Rugió con ira y apartó la silla hacia atrás, levantándose con un salto. Comenzó a caminar de un lado a otro, con la respiración entrecortada, ojos acuosos.

Pettra, sabiendo que era mejor dejarlo solo, murmuró un "lo siento" demasiado tímido para ser oído, y desapareció tras la puerta, a tiempo de escucharlo gritar como un lunático, y romper todas sus pertenencias a golpes.

Simultáneamente, de pie en el porche de su casa, Elise examinaba la portada del periódico, decepcionada. El semitono que la confrontaba se burlaba de su amor con apenas existir. Ver a su marido, su amado, besando otros labios, disfrutando otra compañía, amplió la penumbra que cegaba su razón, profundizó las grietas en su corazón, y energizó la rabia que sacudía su cuerpo. No logró encontrar más lágrimas que llorar. Apenas rompió el diario en tiras, dejando fueran arrastradas lejos por el viento. Se volteó, con toda la gracia y elegancia que poseía, y regresó a los interiores de la mansión, preparada para empacar todas sus posesiones, y abandonar aquel maldito antro de una vez por todas.

Aurelio y Antonio observaron cada moviendo desde la calle, de brazos cruzados, apariencias taciturnas. El oficial estaba vestido como un civil común, sujetando en su mano la correa de su perro, un mastín merchanter de gran tamaño, pelaje grueso, y dientes amenazantes. El periodista a su lado, sostenía un ejemplar del periódico recién destrozado por la señora Chassier, enrollado entre sus dedos.

—Creo que de esta vez fuimos muy lejos...

—No, ella estará bien —el más corpulento respondió, alejándose de la propiedad junto a su can. Su ayudante lo siguió por instinto—. Elise es una muchacha fuerte, ha pasado por cosas peores... esto no es nada.

Traición y Justicia: RevelacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora