Acto II: Capítulo 31

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Carcosa, 11 de febrero de 1889

El día del juicio más discutido en la historia de las Islas de Gainsboro había llegado, y ninguna viva alma se hallaba preparada para oír el veredicto final.

Aurelio, por ser el director de la prisión de Isla Negra y padre de la víctima, había sido invitado a comparecer al espectáculo – que, por su importancia y repercusión, sería llevado a cabo en el auditorio de Las Oficinas-. Se encontraba apretujado entre los otros tres directores carcelarios de Levon, Brookmount y Carcosa, observando la muchedumbre que rellenaba las gradas con profunda satisfacción. Su estrategia al fin había funcionado y él estaba a horas de finalizar su venganza contra los Chassier. Lo único que debía esperar ahora era que el juez dictara la condena del violinista y le entregara un pasaje sin regreso a Isla Negra. Esta parte, sin embargo, no era responsabilidad suya, sino del destino.

El lugar donde el acusado cumpliría su sentencia dependía meramente de la gravedad de sus infracciones y de la buena voluntad del juez. Si el prisionero había cometido un crimen leve, como un asalto a mano limpia o armada, lo mandaban a la prisión de Levon. Crímenes medianos, como evasión de impuesto o fraude, correspondían a la prisión de Carcosa. Ya los graves, como homicidio y secuestro, eran divididos entre las cárceles de Brookmount y Merchant. Jean, por ende, podría ser enviado a la prisión que él dirigía - construida sobre las frías aguas del puerto-, o la supervisada por su colega mercenario, el Mayor Harvey – ubicada en pleno bosque nevado-.

Si el martillo era golpeado a su favor, Aurelio se declararía victorioso en su guerra contra la familia Chassier; si lo contrario ocurría, se sentiría decepcionado, pero encontraría otra manera de remediar su frustración. Era amigo de todos los otros directores, al final de cuentas. Tal vez, haría con que el músico fuera encontrado en su celda sin vida. Tal vez, intentaría ejecutar a su hermano otra vez. Aún no tenía nada planeado, dejaría que su creatividad lo inspirara con el tiempo.

—No creo que dure mucho en el sur... —Harvey sonrió—. Se volverá la cena de Frankie Laguna si lo mandan a tu prisión.

—O de los bandoleros, si se va a la tuya —Aurelio bromeó de vuelta, bebiendo un poco de agua.

Enseguida, giró su cabeza hacia adelante y miró más allá de su burbuja de indiferencia. El juez, el fiscal a cargo del caso, el jefe del departamento de policía y el gabinete ministerial completo se encontraban sentados en la tribuna. A su frente, hacia la derecha, Jean-Luc había sido encadenado a una plataforma de madera, rodeada por un balaustre. Su barba había crecido y sus ojeras, profundizado. Parecía haber envejecido décadas en apenas dos semanas. A la izquierda del mismo, encontró sentados a testigos. Y detrás de su actual posición, el policía escuchó la bulla de los familiares y conocidos del violinista, más el personal de prensa.

En todo el auditorio, el aire era tenso, cargado, eléctrico. Gran parte de los ahí presentes no lograba entrar en un consenso sobre qué había pasado, o por qué. Ni siquiera estaban del todo seguros de que el acusado era realmente culpable - pese a los comentarios desalmados que le habían dirigido al charlar a su respecto, fuera con amigos, vecinos o colegas de trabajo-. 

 La única mujer que permanecía firme en su postura y no tambaleaba en sus convicciones, era aquella que la alta sociedad más juzgaba por su profesión, y más criticaba su moralidad; Lilian. Se encontraba indignada con la maldad, ceguera, e hipocresía de la muchedumbre que la rodeaba.

Jean la miraba de reojo de tiempo en tiempo, buscando apoyo en su leal figura. Un velo negro cubría su peluca anaranjada y su rostro inmerso en preocupación. Aunque para él la elección de la prenda había sido simbólica, en realidad ella la usaba para ocultar su identidad; no quería que Marcus la reconociera cuando fuera invitada a prestar declaración sobre su amigo.

Traición y Justicia: RevelacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora