Acto II: Capítulo 22

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Cuando entraron a la cabaña, lo hicieron junto al silbido del viento y de la melodía agradable del carillón, colgado al lado de la puerta. Dejaron el canasto sobre la mesa de la cocina, junto al mantel arenoso que había usado para sentarse en el suelo de la gruta, y se miraron por un largo minuto, divirtiéndose con su aspecto desalineado y poco sofisticado.

—Ve a cambiarte de ropa... —Elise fue la primera en despabilar—. Yo me encargo de limpiar y guardar todo esto.

—¿Siquiera tengo ropa por aquí? —él no escondió su confusión, y ella le hizo una mueca, antes de apoyarse enuna mesa cercana.

—Tú no, pero...

—¿Pero?

—Cuando llegué aquí, encontré un baúl lleno de camisas, pantalones y cosas que no eran de mi madre, dentro de sus aposentos. Por el tamaño de las prendas, creo que tampoco le pertenecían a mi padre...

—¿Y entonces a quién?... —Jean no logró terminar su pensamiento—. Espera... me estás diciendo que ella...

—¿Tenía un amante?  —la joven se rio, ya acostumbrada a la revelación—. Puede que sí... aunque no sabría decirte cuándo los dos vinieron aquí, porque no me acuerdo de ningún viaje que mi madre haya hecho sin la compañía de mi padre. Al menos no después de que yo nací...

—Lo... lamento.

—No, no lo hagas. Me sirve de consuelo, saber que al menos disfrutó un poco su vida antes de morir.

—No crees que es por eso...

—¿Qué?

—¿Que Aurelio te odia tanto?

Ella lo contempló por un instante.

—Tal vez... Nunca me trató como a una hija, así que no me sorprendería si yo... — Elise respiró hondo—. Si fuera una bastarda.

—Hm... —el violinista concordó, cruzando los brazos—. ¿Y cómo te sientes al respecto?

—No lo sé... —lo miró, sin demostrar ningún incómodo—. No me agrada, pero tampoco me molesta. Es...

—¿Raro?

—Sí... me hace pensar en muchas cosas... Recordar situaciones que nunca entendí en mi juventud y que. bajo ese contexto, hacen perfecto sentido... pero también me traen a la mente muchas preguntas... cosas que no sé si me gustaría averiguar.

—Te entiendo... —él se le acercó—. Sé que nuestras situaciones no son iguales, pero también tengo mil incógnitas que no sé cuándo podré resolver, o si es que debería, en lo absoluto... en especial con lo que concierne a mi madre de sangre. ¿Tenía alguna familia? ¿Cómo conoció a mi padre? ¿Tendré otros hermanos?

—Supongo que nunca lo sabremos...

—Sí —Jean miró alrededor y se quedó unos minutos en silencio—. Tú y yo somos un curioso dúo, ¿no crees?

—El mejor —ella se rio y concordó, con un tono irónico—. Ahora ve... anda a limpiarte o pronto habrá arena por doquier.

—Ya voy, ya voy... —él ledio un beso en la sien antes de apartarse y entrar a la habitación principal dela cabaña, a buscar sus ropas nuevas.

Al verlo marcharse, ella se sentó en una de las sillas de la mesa, a descansar sus pies. Cuando abrió la canasta y comenzó a retirar los restos de comida, vasos y contenedores de su interior, se fijó que, cerca del florero, un misterioso sobre blanco había sido dejado. Sintiendo todos los pelos de su cuerpo levantarse, la empresaria recogió el envoltorio con la punta de sus dedos, observándolo de frente a reverso en busca de algún dato que explicara su repentina aparición. Cuando vio el blasón de armas de su familia en el rojizo sello que lo cerraba, su corazón se detuvo. Aquella larga serpiente, enrollada en una espada, siempre la había intimidado. Su adultez no cambiaba este hecho, en lo absoluto.

Traición y Justicia: RevelacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora