Carcosa, 16 de mayo de 1888
—¿Voy tarde? —preguntó Claude, llegando a la estación con un apuro inquietante.
En su mano derecha, cargaba un baúl de viaje, pesado y voluminoso. La derecha la usaba para aplanar su cabello, sacudido y sudado. Parecía no haber tenido tiempo de asearse en casa, saltando de su trabajo a su hogar, de su hogar a su carruaje, en tiempo récord. Su estado físico reflejaba también el mental. No había experimentado un solo segundo de serenidad en toda la semana y se le notaba.
—No, de hecho, vienes justo a tiempo. El tren acaba de llegar.
—Y Elise? —indagó, al percibir la ausencia de su esposa.
—Ella... cambió de plan a última hora —Jean recogió su equipaje, levantándose de la banca donde se había sentado a esperar por su hermano—. Prefirió cruzar la cordillera de carruaje.
El interés del ministro se desvaneció al oír la noticia. Decepcionado, asintió con la cabeza, escondió su dolor lo mejor que pudo, y señaló hacia el tren.
Le entregaron sus pasajes al guardia y se subieron a la maquinaria, cruzando los vagones hasta llegar al cuarto y último, el cual —a diferencia del resto— contaba con compartimientos cerrados y sillones reclinables, donde estarían apartados de la curiosidad disimulada de los demás pasajeros. Una vez adentro de su cubículo, cerraron la puerta, guardaron sus pertenencias y se sentaron con un exhalo cansado, aguardando su partida de la estación.
—Sé honesto... —Claude imploró, apoyándose en la ventana. —Ella no quiere verme nunca más, ¿No es así?
—Ni bañado en oro, no —su acompañante bromeó y él hizo una mueca molesta—. Es un chiste. Te perdonará... eventualmente.
—No lo sé... No creo que lo haga —Se mordió las uñas de la mano, mirando hacia afuera por un instante. El violinista aprovechó el silencio para sacar un libro de su bolso y retomar la lectura que había dejado de lado a días. No alcanzó a leer un solo parágrafo—. Yo... tengo un plan.
—¿Otro?
—Como sabes, ella me pidió el divorcio.
—Sí, e hizo bastante claro lo mucho que lo quería; su voz se escuchó en todos los rincones de Las Oficinas —El músico no ocultó su malicia—. Creo que hasta los carcoseños del barrio inglés lo oyeron, de tan alto que gritó.
—También sabes que no puedo divorciarme ahora. Perdería mi trabajo.
Jean giró los ojos y cerró el libro.
—¿Qué estupidez piensas hace ahora?
—Quiero lograr que ella acepte firmar un acuerdo de suspensión.
—¿Un qué?
—Acuerdo de suspensión. Es una herramienta que los jueces usan para evitar la aprobación de divorcios o anulaciones de matrimonio. Piden que la pareja se mantenga un año apartada, cada cónyuge en su rincón, y que reconsideren su decisión.
—Ah claro, como si fueran niños traviesos que necesitan unos minutos de castigo, lo entendí.
Claude respiró hondo, hallando dentro de sí una paciencia que no sabía tener, al intentar aguantar el pésimo sentido de humor de su hermano.
—Me preguntaba si puedes...
—No —dijo de inmediato—. Sé lo que me vas a pedir y ya te lo dejé bien claro; no seré más parte de tus artimañas y tus mentiras.
—¡YO NO MENTÍ! —explotó de pronto, sobresaltándolo—. Yo... —Soltó un resoplido molesto—. Yo no mentí.
—Claude, literalmente hay fotografías... —Jean se detuvo, frustrado—. ¿Para qué sigo hablando contigo? No me sirve de nada argumentar, ¡seguirás adoptando esa ridícula y trasparente postura de inocencia!...
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Traición y Justicia: Revelaciones
RomanceCon el regreso de su hermano Jean y de su ex esposa Elise, al ministro Claude Chassier no le queda otra alternativa a no ser confrontar al pasado, a sus múltiples errores y a las incontables preguntas de su hijo André; ¿Por qué sus padres se separar...