—Realmente no pude tener una noche peor que la que tuve hoy —reclamó Marcus, dejando una montaña de papeles caer sobre la mesa de Claude.
—Yo cabo de descubrir que mi esposa está viva y que ella, mi hijo, mi hermano, y todo el maldito planeta me odia —el ministro golpeó con fuerza el sello de su ministerio sobre una carta—. ¿De verdad quieres competir?
El oficial se inclinó hacia adelante, irritado.
—Yo tuve a tu hermano desarmándome y amenazándome de muerte con un maldito revólver... y una navaja de brindis.
—Eso es lo que te pasa por seguirme.
—Le prometí a tu madre a muchos años atrás que te protegería, no planeo romper esa promesa ahora —Marcus alegó, apartándose. Mientras lo hacía, alguien tocó la puerta. Ambos miraron a la entrada con recelo. Por ser un domingo, era inusual recibir visitas en el despacho. Los oficinistas y archivistas solo tenían permiso para entrar durante los días de semana, los secretarios podían entrar a cualquier momento, pero preferían no hacerlo, y los demás ministros solo aparecían por allí en caso de extrema urgencia—. ¿Contesto? —preguntó Pettra, recibiendo un vago gesto de afirmación de parte de Claude, quien solo continuó revisando los documentos a su frente. Al girar la llave y enseguida la manilla, el jefe del departamento de policía fue sorprendido por el mismo hombre que casi lo asesinó la noche anterior—. Si vienes a matarme hazlo rápido, no tengo planes de morir agonizando.
La alta figura de Jean-Luc lo cruzó, deteniendo sus pasos al llegar al centro de la habitación.
—No vengo a matar a nadie —informó, sacándose la barba postiza del rostro—. No hoy, de todas formas.
Claude dejó el sello caer arriba de la mesa al escuchar la voz de su hermano. Subió la vista, perdiendo el aliento al verlo.
Como siempre, él andaba bien vestido, peinado y perfumado. Pero se había aparado el bigote y el espesor del vello de su barbilla no era tan grueso como antes. El nuevo corte favorecía las facciones de su rostro y lo hacía verse más joven, pero también dejaba descubierta algunas cicatrices que tenía en el cuello y en el mentón, que hablaban más de sus días como prisionero que cualquier monólogo dramático o discurso evocativo.
—¿Qué quieres? —el ministro indagó, haciéndole una seña a Marcus para que se marchara.
Por suerte el anciano no quería quedarse y se fue sin la menor protesta. Al oír la puerta cerrarse, Jean caminó hacia la ventana con tranquilidad, mirando a la gris ciudad a su frente con una expresión pensativa.
—Vengo a darte un aviso —vino su respuesta, mientras observaba el movimiento de las nubes.
—¿Sobre?
—Sobre lo que va a ocurrir hoy —contestó con un aura de arrogancia—. Y sobre cómo deberás comportarte cuando pase.
—No tengo la mínima puta idea de lo que hablas —el político se sirvió un poco de whisky mientras su hermano se le acercaba.
—Y vas a seguir sin entender nada si sigues bebiendo.
— ¿Qué quieres que haga? Mi vida está en ruinas, un vaso a más o a menos no arreglará nada —se tragó el destilado como si fuera agua.
Jean se rio, malhumorado.
—Huh... eres igual a nuestro padre —Claude elevó su vista de nuevo, irritado. El criminal siguió hablando:— Hoy le diré la verdad a tu hijo. Toda la verdad. Quiero que esté al tanto de quién eres —apoyó ambas manos sobre su bastón—. Por eso, si quieres mantener un poco de tu dignidad, deberías mantenerte sobrio.
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Traición y Justicia: Revelaciones
RomanceCon el regreso de su hermano Jean y de su ex esposa Elise, al ministro Claude Chassier no le queda otra alternativa a no ser confrontar al pasado, a sus múltiples errores y a las incontables preguntas de su hijo André; ¿Por qué sus padres se separar...