—De verdad me impresioné por lo buena que fue la cena de tu madre —halagó Elise, mientras descendían a pie la rue* Arctique, regresando a su casa—. El sabor, la textura... todo estaba perfecto.
—Me di cuenta, pareces estar enamorada del jurel.
—Y efectivamente lo estoy —ella se rio, cruzando los brazos al sentir una gélida brisa golpear a sus cuerpos. Antes de que pudiera siquiera pensar en reclamar del frío, el violinista se había quitado su traje y cubierto sus hombros con él—. Gracias.
—No es nada —Jean escondió sus manos en los bolsillos de su pantalón.
Siguieron moviéndose en un silencio cómodo por la costa, apreciando la bellísima vista que tenían del mar - tan sereno llegaba a ser plano-. Sus aguas espejaban el brillo de las estrellas arriba en sus pequeñas olas, extendiendo el cosmos sobre sus mantel azulado, magnificando al propio infinito.
—Wow.
—Te dije que esta ciudad es hermosa por la noche —él le sonrió, copiando su asombro.
Tan concentrado se hallaba en examinar el perplejo rostro de la dama, que no vio el peligroso desnivel de la vereda a su frente. Su pie se hundió de pronto y perdió el equilibrio, tambaleando hacia adelante. Elise, por suerte, logró atraparlo antes de que se desplomara al suelo.
—¡¿Estás bien?!
—Sí... —él se rio, sobresaltado—. Pero por un minuto vi mi vida pasar frente a mis ojos.
Elise sacudió la cabeza.
—Ten más cuidado, por favor... podrías haberte lastimado. Y de la manera en la que ibas a caer, hubiera sido grave sin duda.
—No sería la primera vez...
—Jean.
—Okay... — el culpable aceptó la reprimenda, mirándola a los ojos—. Intentaré no volver a tropezarme. ¿Ahora puedes soltarme?
La empresaria no lo había percibido, pero sus dedos se hallaban anclados como garras al chaleco que cubría su camisa, manteniéndolo cerca de su propio cuerpo, de su propio pecho. Ella retiró su vista de sus rígidas manos, levantando sus ojos otra vez hacia el músico.
Sus anteojos, iluminados por el suave haz de luz de una farola cercana, destellaban a su frente como las mismísimasestrellas del cielo arriba. Sus mejillas levemente enrojecidas, dientes apretados y su mirada preocupada, delataban en su espíritu la presencia de deseos ocultos, de añoranzas dolorosas y anhelos imposibles de saciar. En otras palabras, él la quería besar tanto cuanto ella lo quería besar a él. La quería sostener entre sus brazos, tanto cuanto ella quería sostenerlo a él. Pero, al estar todavía resentido y herido por sus artimañas y por todo el sufrimiento del pasado, el músico se negaba en dejarse dominar por sus impulsos. Se negaba a agonizar en vano, de nuevo.
Elise hasta se inclinó hacia adelante, en un intento de fragilizarlo, de hacerlo sucumbir ante sus sentimientos, pero él siguió resistiendo. No le dijo nada, apenas movió su cabeza a un lado, huyendo de sus labios y sus emociones con suma dificultad.
—El contrato... —le recordó, cerrando los párpados—. No podemos...
—Que se joda ese contrato... Tú mismo lo dijiste, nadie aquí sabe sobre él —ella murmuró, llevando una mano a su mandíbula, en un intento de recapturar su atención.
El músico se separó con un salto.
—No —fue claro en su determinación—. No voy a seguir siendo un peón en tu juego.
—No lo eres — Elise insistió—. Nunca lo fuiste.
—Entonces no me trates como uno —el violinista imploró de vuelta, desesperado—. Tienes un marido. Estás esperando su hijo...
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Traición y Justicia: Revelaciones
RomanceCon el regreso de su hermano Jean y de su ex esposa Elise, al ministro Claude Chassier no le queda otra alternativa a no ser confrontar al pasado, a sus múltiples errores y a las incontables preguntas de su hijo André; ¿Por qué sus padres se separar...