Caminando bajo la lluvia, sintiendo como las frías gotas de agua se adherían a su cuerpo, Elise al fin pudo llorar en paz. Su cuerpo estaba agotado y su espíritu, herido. No podía contener sus sollozos, ni los pequeños gemidos que los acompañaban.
Sí, su hijo no la odiaba como esperaba, pero tampoco la recibió de brazos abiertos al reaparecer —como de costumbre ocurría, en sus sueños más idílicos—. En el fondo, ella sabía que su distancia emocional se debía más a su confusión que a un rechazo explícito hacia su persona, pero no negaría que su formalidad al hablar y actuar le resultaba bastante dolorosa. Ella era —y siempre sería— su madre, pese a los años de separación, de distancia, de olvido. Su amor seguía siendo el mismo, desde el momento en que tomó su primer respiro hasta el último exhalo que acababa de dar, donde sea que estuviera. Esto era algo que no podía ignorar. Era el vínculo más profundo, genuino, e indestructible que tenía: su afecto.
Para duplicar su melancolía, además de presenciar la incomodidad de su hijo, también tuvo que reencontrar a Claude —el espectro de su pasado al que más solía temer— en la mismísima noche que él. Ver a su antiguo amante luego de décadas había sido algo extremadamente traumático, en parte, porque aún no lograba despreciarlo por completo. Las migajas de su romance, por más pequeñas que fueran, aún ensuciaban su memoria. Y aunque intentara limpiar una y otra vez aquellos minúsculos vestigios de su historia juntos, fregando cada recuerdo con vigorozo empeño, no lo lograba. Olvidarlo era imposible.
Pero al menos algo positivo había salido de aquella reunión: el miedo que le tenía a la misma había desvanecido, y sido reemplazado por una decepción profunda. La silueta titánica, oscura y amenazadora de su ex marido —que por tanto tiempo había imaginado en secreto— se veía reducida a la de un hombre patético, acongojado e indefenso. Sus huesos ya no temblaban al oír o enunciar su nombre. Su garganta ya no se cerraba. Lo único que él le hacía sentir era pena.
Al parecer, en aquel museo de desgracias, el único visitante inmune al pesar general era su actual novio, Jean. El más torturado y atormentado de todos, el condenado principal al ostracismo, era ahora el espectador más acomodado, más entusiasta, de aquella exposición de atrocidades. Pero ¡claro que lo sería, motivos no le faltaban! Su hermano estaba sufriendo por sus errores. Ella se estaba arrepintiendo cada vez más de su decisión de haberse casado con el ministro. André ahora sabía que su tío no era un criminal. Y gracias a la Hermandad, también poseía un altísimo cargo en la sede del gobierno; el destino de la nación estaba en sus manos. Todo lo que siempre quiso, lo tenía. La oportunidad de cobrar justicia, venganza, y de reconstruir su legado, era suya. Cualquier ser humano que hubiera sobrevivido lo mismo que él estaría feliz.
Atascada en el medio de aquella trágica narrativa, Elise suspiró. Solo deseaba volver en el tiempo y golpear a su yo pasado en la cara. Jamás debería haber escogido al político como esposo. Tal vez, si lo hubiera rechazado cuando aún podía, ella y su querido violinista ahora no tendrían tanta sangre en sus manos. Tal vez, Claude nunca hubiera revelado su lado más oscuro hacia los dos. Tal vez, le hubiera ahorrado a su hijo la decepción de tener a un padre tan despreciable. Tal vez, André hubiera podido crecer bajo los cuidados de una madre. Pero todas esas suposiciones nunca dejarían de ser lo que eran: ficticias.
No obstante, lo que sin duda más odiaba en todo aquel enredo era no poder afirmar que su afecto por Claude había cesado de existir por completo. Porque aún lo quería, pese a todo lo que había hecho. Su atracción era despreciable, sí, pero lastimosamente real, y coexistía con el mismo amor que sentía por Jean. Ella detestaba este hecho, pero ya no era tan inmadura como para negarlo o ignorarlo.
Cuando joven, no había logrado discernir la diferencia que existía entre ambos vínculos. Pero ahora, con más experiencia y edad, había logrado ver que los dos sostenían partes contrarias de su deseo. La química sexual que tenía con el político era singular. La intima conexión espiritual que tenía con el artista, incomparable. Obvio que las características de aquellas relaciones no estaban talladas en piedra, destinadas a ser sus únicos rasgos. Ya había sentido atracción física hacia Jean y experimentado fuertes emociones en relación a Claude, pero nunca en cantidades suficientes para satisfacerla por completo.

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Traición y Justicia: Revelaciones
RomanceCon el regreso de su hermano Jean y de su ex esposa Elise, al ministro Claude Chassier no le queda otra alternativa a no ser confrontar al pasado, a sus múltiples errores y a las incontables preguntas de su hijo André; ¿Por qué sus padres se separar...