Acto II: Capítulo 30

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Es increíble el poder de la culpa. Una fuerza tan suprema, tan irresistible, que convenció al propio Judas a renegar su sucio tesoro, tender una soga sobre un árbol solitario, y finalizar su miseria. Que forzó a Edipo a arrancarse los ojos e implorar por su destierro. Que manchó para siempre las manos de Macbeth y de su cónyuge. Que enfermó a Herodes el Grande y lo llevó al borde de la locura, luego de ejecutar a su propia esposa. 

Un sentimiento tan profundo e indescriptible, que transita libremente por la ficción, la realidad, y todo lo desconocido que existe entremedio, atrapando a pecadores entre sus garras y envolviéndolos con sus sombras, haciéndolos esclavos de su inquietud, no es ignorado por nadie, mucho menos por un pobre penitente como Claude. Luego de tantas infracciones, se hallaba familiarizado con su constante presencia.

Esto no es lo mismo a decir que se sentía más cómodo con ella. El nudo que apretaba su garganta a meses lo hacía anhelar por una horca. La acidez que incendiaba su estómago de a poco lo convencía a cortarlo con un puñal. El agrio sabor de su remordimiento seguramente no podría ser peor a la sapidez metálica de una bala.

Para los que los que lo conocían, no era necesario explicarlo; él se hallaba atrapado en las grietas más profundas de un abismo de dolor. Se sentía culpable por haber engañado a su esposa, estando ella lejos de Carcosa. Por haberle gritado a su hermano, demandándole una lealtad que él mismo no le pudo entregar, varias y varias veces. Se sentía culpable por la desdichada muerte de su hijo. Por la vergüenza que le había traído a su familia y a sí mismo. Por el estrés que le había causado a sus amigos, parientes y empleados. Por todo, menos lo ocurrido en la noche de su despedida de soltero. Por aquel trágico evento, no sentía más que asco y disgusto. Para su sorpresa, su repulsión lograba ser más insoportable que su arrepentimiento. Le quitaba el sueño, y ni despierto lo dejaba descansar. Su cabeza, llena de pensamientos desagradables y memorias que deseaba volver a olvidar, le pesaba más que su consciencia.

Recibir una carta de Jean aquella mañana le permitió volver a respirar, al menos por un segundo. Lo motivó a levantarse de su cama, por cuenta propia, luego de días. Su pierna, tan lacerada como un pernil navideño, protestó su ofensa con una punzada escalofriante. Se mordió la lengua para no volver a gritar. Dio pasos lentos hacia la ventana. Observó las nubes que pasaban con una mirada pensativa. Se decidió en hacerle caso, y visitarlo. Si no podía salvar su matrimonio, ni su fraternidad, tendría que dedicarse en proteger lo único que aún le restaba, su carrera. Para ello, debía empezar a reconstruir su reputación. Hacer un nuevo acuerdo con Elise para mantener su unión, aunque apenas por apariencias, era la única ruta que le restaba por seguir.

Con voz firme, consiguió que sus doctores lo dejaran irse del hospital. Anselmo apoyó su actitud determinada, argumentando que, para que tuviera una plena recuperación, él debería valerse por sí solo en todo lo que le fuera posible. Aconsejó, sin embargo, que tuviera algún ayudante a su lado a todo momento, listo para intervenir en su favor si necesario. 

Marcus entonces fue llamado para el servicio. Un oficial de la guardia gris, que protegía la habitación del ministro desde su accidente, lo fue a buscar personalmente a Las Oficinas. De ahí, regresaron al hospital, donde Claude le explicó a su colega porque su presencia fue solicitada. Necesitaba ir a conversar con Jean y con Elise. Él siendo su padrino de matrimonio, mejor amigo, consejero, y testigo del acuerdo de suspensión, era una de las pocas personas que podría apoyarlo durante aquella difícil confrontación y la única -por el momento-, en la que confiaba. 

Todo esto dicho, el trío se preparó para entrar a la discreta casa de la empresaria, en las afueras de la ciudad. Marcus, empujando su silla de ruedas, era seguido de cerca por el guardia, mientras el político al que protegían ojeaba la propiedad con una expresión inquieta, agobiada. 

Traición y Justicia: RevelacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora