Carcosa, 08 de mayo de 1888
Un nuevo día surgió en Carcosa. Las aves cantaron, el cielo se despejó y los dorados rayos de sol cruzaron por las ventanas de las casas, bendiciéndolas con su calidez y luz. Los comercios abrieron, también las industrias, los peatones salieron a pasear, los obreros a trabajar, el pan comenzó a venderse, los niños a jugar. Nada de lo ordinario sucedió. Este fue apenas el inicio de otra jornada más para las masas. Pero adentro de las paredes del hospital privado, la historia de la familia Chassier había cambiado para siempre.
Jean se despertó al oír los pasos pesados y voces chillones de unas enfermeras, que acababan de abandonar su habitación. Le habían limpiado la herida del hombro y puesto un cabestrillo en el brazo, inmovilizándolo por completo. No supo para qué lo hicieron, porque pese a sus cuidados, su dolor solo había empeorado, así como su hinchazón. Apenas respirar le resultaba una tarea ardua. No sabía cómo lograría sobrevivir aquellas primeras semanas de recuperación. Agotado por apenas entreabrir los ojos, soltó un gruñido molesto, exploró sus alrededores con flojera y se sorprendió al depararse con su hermano, vestido apenas con su piyama y bata de noche, sentado al lado de su cama.
Claude no se veía nada bien. Diablos, eso era menospreciar su pésima apariencia; él se veía fatal. Era aparente que había llorado por horas, sin poder parar. Sus iris azules estaban grises, casi sin vida. Su rostro, sin una expresión descriptible, pero lleno de un sentimiento desagradable, luctuoso. Sus ojeras profundas, labios resecos y escleróticas irritadas apenas empeoraban su semblante miserable. Daban a entender que algo increíblemente trágico había ocurrido.
—Perdió el bebé —él anunció con monotonía, sin mirarlo, ni moverse—. Elise no resistió a la verdad... —Jean, al oír aquellas palabras, solo encontró fuerzas para sentarse sobre su cama y observar a su hermano con pena. Hasta intentó buscar alguna respuesta que darle, algún consuelo o consejo que compartir, pero su pésimo estado físico y su tristeza repentina lo impidieron de hablar. Por ello, el ministro continuó:— Ella perdió a nuestro hijo por mi culpa. Y no me quiere ver... no ha dejado que nadie le hable por toda la mañana. Apenas el doctor Misvale. Nadie más —el violinista se masajeó el rostro y se puso sus anteojos. Abrió la boca. Nuevamente no pudo decir nada—. Ni alcancé a ver su cara, Jean... no alcancé a ver la cara de mi hijo. Y p-por mi culpa... —la voz de Claude se partió—, murió... Él m-murió por mi culpa.
En un impulso de compasión, el músico reunió la poca energía que poseía y se levantó de su lecho, ignorando su cansancio y su dolor. Con calma se acercó a su hermano y lo atrapó en un abrazo misericordioso, reconociendo la profundidad abismal de su padecimiento. Luchó para mantenerse de pie sin tambalear y sin lastimar aún más a su hombro herido. Pero lo hizo porque sabía que Claude lo necesitaba.
—¿Dónde está Elise?
—En el segundo piso... en el ala oeste.
Jean concordó y lo siguió sosteniendo.
—¿Ya llegaron nuestros padres? Me acuerdo que mencionaste que vendrían aquí hoy.
—No lo sé... se me olvidó por completo su visita.
—Lo entiendo —él respondió, dibujando círculos en su espalda con su mano—. Y no te culpo... en tu situación, a cualquiera se le olvidaría.
—No sé qué les voy a decir cuando los vea. Maman* estaría tan emocionada por ser abuela...
—Si quieres que hable con ella en tu lugar sobre esto, lo haré.
—Gracias —Claude tragó en seco—. Estoy exhausto. Esta ha sido una muy mala noche.
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Traición y Justicia: Revelaciones
RomanceCon el regreso de su hermano Jean y de su ex esposa Elise, al ministro Claude Chassier no le queda otra alternativa a no ser confrontar al pasado, a sus múltiples errores y a las incontables preguntas de su hijo André; ¿Por qué sus padres se separar...