Carcosa, 17 de septiembre de 1888.
La señora Katrine bajó las escaleras que daban al subsuelo de la mansión Chassier irritada. El hogar se había convertido en un total desastre durante su fin de semana de descanso y no había nadie más a quien culpar que a su propio desvirtuado patrón. Entre muebles tumbados, manchas de vino, resquicios de vómito y una que otra ropa femenina que no pertenecía a su desaparecida esposa, todo el orden que la ama de llaves y sus empleados intentaban diariamente resguardar se había ido.
Al llegar al escritorio del mismo, no obstante, su rabia se convirtió en pena. Verlo tumbado sobre su mesa, vestido con ropas demasiado sucias e impropias para su cargo, exhausto y mal aseado, le resultó doloroso. Al final, era como una segunda madre para él.
—Monsieur... tiene que despertarse —sacudió su hombro con delicadeza—. Ya es lunes.
—Hoy es feriado, déjeme en paz.
Con un suspiro decepcionado, ella comenzó a recoger las botellas vacías que encontraba sobre el suelo, mientras él seguía sentado, acurrucado entre sus brazos, huyendo de sus responsabilidades.
—Vamos, levántese. Le prometí a su madre que lo cuidaría e intento mantener mi palabra — regresó a su lado y lo volvió a mover—. Su desayuno lo espera arriba.
—Argh... ¡Bien! ¡ya voy! ¡ya voy! —Claude se paró con un salto—. ¡¿Puede ahora parar de molestarme?!
La señora Katrine, percibiendo que la sobriedad del muchacho aún no había regresado, decidió no prestarle atención a su berrinche, ni ofenderse por él. Con las botellas en mano volvió a subir a la sala de estar, dejándolo solo en su miseria.
Mientras se marchaba, él intentó seguirla y detenerla, pero no alcanzó a dar más de par de pasos antes de tambalear y caer al suelo, aterrizando con un fuerte cabezazo. Confundido por el súbito cambio de perspectiva del mundo, y por la intensa punzada que cruzó su cráneo, se arrastró sobre la alfombra como un cocodrilo saliendo del agua, usando sus brazos para propulsar su cuerpo adelante y llegar a los primeros peldaños de la escalera. Una vez ahí, respiró hondo, intentando encontrar algún sentido de dirección en el mundo giratorio, flexible e incoherente en el que existía. Luego de tres o cuatro minutos de infructífera espera, supo que su mareo no se detendría en breve y que, si quería llegar arriba pronto, tendría que duplicar sus esfuerzos. Luego de examinar sus opciones, enganchó sus dedos en el pasamano, ancló sus pies al suelo y se lanzó al aire, recobrando su postura, pero no su equilibrio. Subió la ladera de peldaños a su frente con una lentitud entorpecida, temerosa por la altura, asustada por la instabilidad del escenario que lo rodeaba.
Cuando al fin arribó a la sala de estar – ya inundada por la luz del día-, se sintió como Pablo en el camino a Damasco. Los rayos del sol le quemaron los ojos por penitencia divina. Pestañeó varias veces, apoyándose en una pared cercana para no volver a derrumbarse. Cuando su vista al fin se acostumbró a la terrible claridad, vagó hacia el comedor, sentándose a devorar el desayuno preparado por su ama de llaves. No habiendo ingerido nada más que alcohol durante horas, tuvo que masticar cada trozo de pan y huevo con una calma franciscana.
—Monsieur Chassier... —la señora Katrine reapareció, sujetando en su mano un sobre—. Le llegó esto —entregó su correspondencia con brusquedad, queriendo excusarse pronto.
Él no aceptó su apuro y levantó una mano al aire, frenando sus pasos.
—Perdón —no fue capaz de ignorar su vergüenza—. Por haberle gritado... no debí hacerlo.
—Come, Claude —contestó la dama, dándole una palmadita al hombro—.Después conversamos sobre esto.
El muchacho asintió, percibiendo la aprensión en su voz. La dejó escapar, de esta vez sin interrupciones, y abrió el sello rojo de la carta con el cuchillo de mantequilla que tenía al lado. Reconoció la caligrafía de inmediato, era la de su hermano.
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Traición y Justicia: Revelaciones
RomanceCon el regreso de su hermano Jean y de su ex esposa Elise, al ministro Claude Chassier no le queda otra alternativa a no ser confrontar al pasado, a sus múltiples errores y a las incontables preguntas de su hijo André; ¿Por qué sus padres se separar...