Acto II: Capítulo 2

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—¡Felicitaciones, madame Elise! —la señora Katrine emanaba felicidad, luego de oír las noticias de su embarazo.

Habiendo cuidado a Claude durante gran parte de su vida, se enorgullecía al ver cuán lejos el muchacho había llegado. Había dejado de ser un chico atrevido, rebelde y gallardo, para convertirse en un auténtico caballero. No podía sentirse más contenta por él. Y también le traía júbilo saber que ahora podría cuidar a otra generación más de los Chassier —una familia por la que tenía un muy profundo cariño y respeto—. 

—Gracias, madame Katrine —la empresaria la abrazó, compartiendo su entusiasmo—. Pero el monsieur Chassier todavía no lo sabe, así que le quiero hacer una sorpresa. Y ya tengo una idea de cómo contarle la verdad, pero necesitaré de su ayuda... ¿Sabe usted tejer?

—¡Claro! ¡Me encanta el crochet!

—¿Cree que podría hacer unos calcetines de bebé para esta noche? Le pagaré extra por la urgencia del servicio.

—Si comienzo ahora, me tomaría unas dos, tres horas... así que creo que sí. Pero depende de lo que usted tenga pensado para el diseño.

—Bueno, yo... —el discurso de Elise fue repentinamente interrumpido por una serie de golpes a la puerta de entrada—. Iré a contestar. Nos vemos en la cocina en breve, ahí discutimos todo.

La empleada concordó, sin perder su buen humor. Mientras se volteaba y subía las escaleras, Elise caminó apurada hacia el vestíbulo de la casa. Se arregló el cabello, invocó su mejor sonrisa y giró la manija, esperando ver a su esposo. La persona a la que se encontró a su frente, sin embargo, no era ni un poco parecida a él.

—Buenos días, madame Chassier —un hombre alto, de cabello azabache y nariz  curva le dijo,  estirando su mano adelante. En ella, sostenía un sobre.

—Perdón, pero ¿quién es usted?

—Un amigo de su padre —se explicó con una sonrisa canalla—. No le voy a robar gran parte de su tiempo, solo vengo de paso. Él me pidió que le entregara esta carta, pues está muy ocupado trabajando y no puede venir en persona —Elise, algo desconfiada, tocó el sobre con sus dedos, pero antes de que pudiera recogerlo el desconocido lo sujetó con fuerza, negándose a entregarlo—. Tenga cuidado cuando la abra. Puede contener noticias algo sorprendentes para usted —le dijo, y solo entonces relajó su agarre—. Tenga un buen día.

Y con esto él dio un par de pasos hacia atrás, se volteó y caminó calle abajo. La dama, confundida por su actitud ominosa, cerró la puerta y observó la entrega con aprensión, aterrada de su contenido. La última vez que había oído hablar de su padre, Jean había sido secuestrado y recibido una golpiza por sus propias manos. Dios sabría qué tipo de desastre la aguardaba ahora.

Caminó hacia el comedor, sin retirar sus ojos del envoltorio. Arrastró una silla, se sentó y se puso a leer.


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Cuando el carruaje se detuvo frente a su casa, la pierna de Claude dejó de moverse. Él respiró hondo y revisó la hora en su reloj, soltando un exhalo aliviado. No había ninguna demora excesiva en su itinerario que hiciera a Elise sospechar de él. 

Guardó el reloj. Miró hacia la ventana por un instante. Levantó la mano para abrir la puerta, pero no lo hizo. Volvió a sacudir la pierna.

Jean —quien había insistido en llevarlo de vuelta a su hogar— estaba sentado a su frente, observando su comportamiento con preocupación. Era notorio que el ministro aún no estaba del todo estable. Verlo sacar una petaca del bolsillo interno de su traje y comenzar a beber, lo reaseguró de aquello. 

Traición y Justicia: RevelacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora