Jean se miró en el espejo del baño mientras limpiaba sus lentes. Se veía tan patético que le daban ganas de reírse. Maltrecho, en todos los sentidos. Tenía los ojos irritados, el cabello aún por cortar, la piel tan blanca que hasta parecía un muerto...
Pero al menos él ya no olía como uno —lo que apreciaba profundamente—; aquella tarde se había logrado asear, por primera vez en días. Habiendo recuperado un poco de su energía, se sentó sobre su bañera, determinado a quitarse de encima su hediondez. Con sumo entusiasmo, se lavó el cuerpo con una esponja áspera, dura, retirando las múltiples capas de sudor, suciedad y sangre seca que se habían acumulado sobre su piel. Ya no soportaba el pésimo olor que emanaba; se había acostumbrado a la rígida rutina de limpieza impuesta por su madre desde su niñez. Salir de ella, aunque por tan poco tiempo, le resultaba una pesadilla.
Al terminar se vistió con ropas holgadas, se cubrió de perfume y peinó su cabellera, deshaciendo los nudos que se habían formado con una mueca dolorida. Logró recuperar algo de su decencia luego de completar todo el proceso, pero su rostro enfermizo y sus ojeras profundas permanecieron, burlándose de su actual debilidad, de la fragilidad de su vida. Él, tan cansado como estaba, no encontró fuerzas para molestarse con aquello. Se permitió divertirse con su apariencia decaída.
Se puso los zapatos, vistió su traje de noche y su abrigo macferlán, agarró sus guantes de cuero y caminó hacia la ventana de la sala, a determinar cuan fuerte era la lluvia que caía afuera.
—Maldito clima... —reclamó al ver un rayo cruzar el cielo, cubierto por nubes oscuras, gruesas.
Al estar rodeada por las cordilleras de Levon y de Merchant, Carcosa tenía una situación climática muy peculiar. Tales cadenas montañosas servían como biombo climático frente a la acción del mar, tanto el en norte como en el sur; esto permitía la existencia de los amplios campos de cultivo en los exteriores de la ciudad, ya que generaba microclimas favorables para la actividad agrícola. Trigo, avena, almendras, nueces, habas, uvas, cebollas, cerezas; diversas eran las plantaciones que existían en aquel valle. Pero, esas condiciones también tenían sus desventajas. Durante el verano, el aire se quedaba estancado en aquel infernal agujero, derritiendo a sus habitantes con su calor. Durante el invierno, lo contrario ocurría; el frío y la lluvia eran constantes. Y en la primavera y el otoño, el tiempo cambiaba en un pestañeo, saltando de un extremo a otro en pocas horas, tal como en aquella noche.
—Justo cuando voy a salir... ¡Una tormenta! —continuó a quejarse, observando la violencia del viento que sacudía los arboles afuera—. ¡Mierda! Ningún carruaje debe estar pasando por aquí. Tendré que ir caminando... —sus contemplaciones fueron interrumpidas por un trueno estruendoso y una serie de golpes agresivos a la puerta. Sobresaltado, se demoró unos segundos en percibir que ambos sonidos no derivaban del mismo origen. Dejó sus guantes sobre la mesa cercana al sofá y caminó hacia la entrada de su departamento—. ¿Quién es?
—Yo... Elise —su voz entrecortada resonó desde el pasillo. Al abrir la puerta él se sorprendió con lo empapada que estaba—. Hola.
Aún con el brazo inmovilizado, tuvo cierta dificultad para quitarse su abrigo, pero lo hizo sin cuestionarse y la cubrió con él. Enseguida, la arrastró hacia adentro, forzándola a que se sentara en el sofá, e incluso hizo el esfuerzo de agacharse y encender la chimenea, preocupado apenas en subir su temperatura corporal. En el silencio de su departamento, el inquietante ruido de sus escalofríos y temblores resonaba con plenitud. Ni siquiera el caudal que afuera descendía lograba amenizar su intensidad.
Una vez el fuego ardía y el aire gélido comenzó a disiparse, se volvió a levantar y caminó hacia su cama, agarrando una de sus mantas. Regresó a la sala e intercambió su abrigo por la tela, dejándolo colgado sobre una silla para que se secara. Solo entonces, se permitió a sí mismo sentarse al lado de Elise, a conversar.
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Traición y Justicia: Revelaciones
Любовные романыCon el regreso de su hermano Jean y de su ex esposa Elise, al ministro Claude Chassier no le queda otra alternativa a no ser confrontar al pasado, a sus múltiples errores y a las incontables preguntas de su hijo André; ¿Por qué sus padres se separar...