Carcosa, 31 de diciembre de 1888.
—¡DALE UN GANCHO DE DERECHA! —gritó un apostador desde los costados del ring.
Claude – quien durante la pelea apenas había sido capaz de esquivar los puñetazos de su pesado adversario-, cometió el grave error de voltearse a gritarle:
—¡¿QUIERES LUCHAR TÚ?!
Sin aviso, fue arremetido y tirado hacia las vallas de protección, golpeando toda la espalda contra la madera. Su adversario entonces le dio un cabezazo y dejó que cayera al suelo, alejándose con la convicción de que había ganado la pelea.
El sujeto en sí tenía el físico de un gorila; sus hombros eran anchos, manos gigantes, y su fuerza, descomunal. El largo tatuaje que llevaba en el brazo izquierdo llegaba a deformarse de tan grandes que eran sus músculos, y el crucifijo que plata que colgaba de su cuello por poco no lo ahorcaba. Pero no tan solo su complexión imponía miedo, su lenguaje también. Poseía un fuerte acento irlandés – herencia de los colonizadores del sur- y un léxico restringido, corrompido por modismos enrevesados y jergas viciosas. Su voz era una amenaza continua, sin importar qué palabras sutiles y suaves ocupara en su habla.
Claude, con la vista borrosa y todo sentido de dirección perdido, lentamente se levantó del suelo, observando su jactancioso oponente con cautela. Si bien era bastante corpulento y energético, su altura era baja y sus brazos demasiado cortos; no podía darle mamporros a distancia. Aquella era una debilidad que podía explotar.
—¿Cansado? —el ministro le preguntó al individuo, que al percibir s recuperación se le acercó, decidido a terminar con la disputa.
—I'm knackered* —se rio, levantando sus puños—. But ya' sure be lookin' worse.*
Antes de que pudiera entender qué había dicho, el muchacho lo vio saltar hacia adelante, irritado, y apenas tuvo tiempo de apartarse de su acelerado puño, usando su impulso de para lanzarlo contra la valla y arrinconarlo. Aprovechó el momento para atacarlo con todo lo que tenía; le dio un golpe bajo con la rodilla, zurró su cabeza con sus nudillos hasta que su sien se abriera, y lo trajo al suelo, inmovilizándolo.
—Let me go, ya bloody bastard! * —lo escuchó reclamar, sacudiéndose como un ratón bajo las garras y dientes de un gato, desesperado por sobrevivir a la pelea. Permanecieron luchando en el suelo por un minuto completo, mientras los espectadores gritaban como carayás a su alrededor—. I... give u-up... —balbuceó el más musculoso, volviéndose azul entre los brazos de su rival.
No fue hasta que golpeó el suelo tres veces, sin embargo, que el ministro entendió lo que decía; "Me rindo". Lo soltó, dejando que se volteara a un costado y sucumbiera a una tos violenta, imperiosa, de esas que no se terminan sin antes derramar algunas lágrimas y acalambrar el estómago. El muchacho, sin embargo, no se marchó del ring de inmediato. Esperó a que el hombre pudiera volver a respirar para ofrecerle una mano y alzarlo a sus pies. Podría ser su enemigo, pero había luchado bien. Se había ganado su respeto, y merecía su auxilio.
—Thank you —él murmuró, con un poco más de civilidad.
De esta vez, el político logró comprender sus palabras; "muchas gracias".
—Il n'y a pas de quoi* —le dio unas palmadas amistosas en la espalda, antes de apartarse, saltar la valla, y recoger su dinero con el organizador de las apuestas.
Caminó entonces hacia su cochero, Pierre - quien estaba sentado en el fondo de la habitación, conversando con una de las pocas mujeres presentes en el local de su club de lucha-.
—Lo lamento amigo, pero tenemos que irnos —interrumpió el coqueteo del par, agarrando sus pertenencias de las manos del funcionario y vistiéndose con apuro.
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Traición y Justicia: Revelaciones
RomanceCon el regreso de su hermano Jean y de su ex esposa Elise, al ministro Claude Chassier no le queda otra alternativa a no ser confrontar al pasado, a sus múltiples errores y a las incontables preguntas de su hijo André; ¿Por qué sus padres se separar...