Acto I: Capítulo 6

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Eric se sentía como un pez fuera del agua, trotando con su caballo por la extensa ladera que llevaba a la casa de Jean. En primer lugar, por estar rodeado de carísimos automóviles. En segundo, por estar rodeado de mansiones.

El norte del distrito de Reordan era completamente diferente en estatus al sur del distrito de Rolland. Fuera por el alumbrado eléctrico, el terreno pavimentado o las veredas limpias y sin manchas de sangre, el vecindario de su amigo era la antítesis de su propio barrio, esto no había como negar.

Al estar llevando un atuendo modesto, trasladándose sobre un corcel sin carreta —algo poco común hasta en las periferias más pobres de la ciudad—, su incómodo solo empeoró. Como un cadete que había sobrepasado las líneas enemigas él se sentía solitario, intimidado, despojado de toda familiaridad y confianza. Pero aquel era un precio que estaba dispuesto a pagar, pues necesitaba llegar lo más rápido que podía a la residencia de su jefe y no había encontrado una mejor manera de hacerlo. El diario que llevaba en su bolso era una reliquia del tiempo, un tesoro que Jean necesitaba ver de inmediato.

Al acercarse a la propiedad, notó que su urgencia había sido bien recompensada; él y su novia estaban a punto de abandonar el terreno. Si se hubiera tardado un minuto más, aquella larga travesía hubiera sido por nada.

—¡Esperen! —cruzó su caballo frente al vehículo de su comandante, que se detuvo con una frenada brusca.

—¡Esperen! —cruzó su caballo frente al vehículo de su comandante, que se detuvo con una frenada brusca

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—¡¿Eric?! —Jean exclamó, asustado—. ¿Qué haces aquí?

Bajándose del corcel,  él sacó del bolso que colgaba de su cuello el tesoro al que había venido a entregar.

—Tienes que ver esto —comentó, corto de aliento, mientras el hombre salía del automóvil—. Tienes que leerlo.

—Estoy a punto de ir a la casa de Claude, no puedo —revisó la hora en su reloj de bolsillo—. Ya voy atrasado, incluso.

—Por favor léelo... aunque no sea ahora. Tienes que hacerlo —Eric le entregó la libreta—. Es importante.

—No dudo que lo sea, dado tu persistencia —lo tranquilizó, abriendo la portada.

Elise, confundida por la interacción, también se bajó del vehículo. Y mientras Jean leía el contenido de la primera página con una expresión sorprendida, ella hacía lo mismo, ojeando las líneas sobre su hombro.

—¿A quién le pertenece esto? —él indagó, algo desasosegado.

—A la fallecida esposa de Marcus, Ingrid Pettra.

El criminal asintió y volvió a mirar hacia abajo, perplejo ante la narrativa que allí se desarrollaba. El cuaderno poseía demasiada información sobre su padre, madre, sobre el jefe del departamento de policía; evidencia que podría destruir sus vidas y sus legados.

—¿Cómo lo conseguiste?

—Un... amigo mío. Es el hijo de Pettra, que todos suponían estaba muerto y en realidad, nunca lo estuvo. Quiere venganza en contra de su padre y mientras investigaba sobre su vida, se topó con esto. Me lo mostró y cuando lo leí, supe que también debías hacerlo. Así que me lo prestó por un par de horas... Se lo devolveré más tarde, o tal vez mañana.

Traición y Justicia: RevelacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora