Acto II: Capítulo 34

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Isla Negra, 20 de abril de 1889

Aquel era tan solo otro final de semana de tortura para Jean. Otros tres miserables días para sufrir en las manos de los guardias y desear haber perecido junto a Elise.

La única diferencia con los anteriores fue que, en vez de usar un látigo, los desgraciados decidieron presentarle el arma de tortura más infame de Isla Negra: el toallón. Constaba de una larga cadena de metal, envuelta en una toalla mojada con agua de mar. Aquel diabólico invento lograba generar heridas más graves y dolorosas que el anterior. Y el único gran problema que poseía era su peso; cansaba los brazos del verdugo con rapidez. Por ello, el teniente Stewart no logró golpear a Jean-Luc por más de una hora antes de rendirse a su agotamiento, y demandar un descanso. Aprovechando que aquel día el sol había salido, le dio órdenes a sus asistentes que encerraran al violinista en una de las cajas del patio.

Solo lo retiraron de ahí al finalizar su almuerzo. Al hacerlo, le dieron agua y un pedazo de pan duro para que no se desmayara, y prosiguieron con su trabajo, instigándolo a aceptar la culpa de un homicidio que no cometió. Al terminar la tarde, con los músculos acalambrados, las axilas sudorosas, y la determinación fracturada, los uniformados se dieron por vencidos; Jean ya no abría la boca, ni para negar las falsas acusaciones en su contra. Lo lanzaron entonces a la misma oscura habitación de siempre, a recuperar sus energías antes de ser despachado a su celda compartida con Frankie.

Él, ya acostumbrado a tener la respiración entrecortada, el cuerpo lacerado, y los labios partidos más más ásperos que una hoja de esmeril, decidió pasar el tiempo que le restaba en aquel exilio conversando con la misteriosa dama al otro lado de la pared. Era lo único que podía hacer para distraerse del paralizante dolor que lo acometía.

—¿T-Todavía estás ahí? —preguntó con voz débil. Dos golpes resonaron y él sonrió. La mujer aún se acordaba de quien era—. ¿Cómo has estado?... ¿Estás herida igual que yo? —un golpe. "No", ella le respondió—. Bueno, aprovecha tu tiempo estando sana, porque cuando los guardias vengan a buscarte... —Jean emitió un gemido agónico, cuando un movimiento en falso amplió una de los cortes en su espalda—. V-Vas a sufrir...

En la habitación contraria, Elise se desesperó al oír su quejido. Golpeó la madera unas cinco o cuatro veces, intentando preguntarle si es que estaba bien. Él, de alguna extraña manera, logró comprender su pánico.

—Tranquila... Sigo vivo —cerró los ojos—. S-Solo me moví d-demasiado... Pero e-estoy bien...

Otro golpe solitario resonó. Él se rio de la negativa.

"No" ella le decía. "No lo estás."

—Si... Esa fue una m-mentira mal contada, lo r-reconozco. Estoy acabado —Jean contestó con una languidez cómica, que solo empeoró la preocupación de su amada—. ¿Te puedo contar una historia?... H-Hablar me ayuda a sobrellevar mi cansancio... y m-me ayuda a ignorar todo este... dolor.

Elise aprobó su pedido sin pensarlo dos veces.

"Claro que puedes."

—Te quiero contar como vine a parar aquí... —él se detuvo por un instante, como si reuniera fuerzas para continuar—. Yo... t-tengo un hermano... con el que era muy u-unido. Éramos completos opuestos del otro, pero c-confiábamos en nuestra fraternidad... Nos queríamos. Cuando niños y cuando j-jóvenes, lo hacíamos todo juntos... Él era el mejor de mis amigos —su melancolía, amargura y decepción no pasó desapercibida por la empresaria—. Todo cambió cuando la conocimos... C-Cuando conocimos a Elise... —del otro lado de la pared, ella otra vez no pudo evitar llorar. El cariño que dominaba el tono manso de Jean, pese a todo el sufrimiento que ella le había causado, era admirable—. Elise... ella era una m-mujer hermosa... Inteligente, determinada, capaz... Fue imposible n-no amarla, como amiga, como novia... o c-como algo más. Y cuando a-ambos la conocimos, lo inevitable sucedió... los d-dos nos enamoramos de ella... —el músico volvió a hacer una pausa, para recobrar su aliento—. No m-me quiero extender mucho... y aburrirte... Así que haré la h-historia corta... Ella escogió, y se casó con mi hermano. Y fue feliz con él... Por un tiempo. Pero su idílio... no duró m-mucho. Él la hizo sufrir, más de lo que jamás pude h-haber imaginado. Y verlo humillarla de la manera en la que hizo... me hizo darme cuenta de que no servía de nada el amor y el respeto que yo le tenía... Porque mi h-hermano no lo valoraba. Así como no valoraba el c-cariño que ella le daba, por voluntad p-propia... Por eso, decidí desistir de intentar mantener mi moralidad... y me v-volví su amante, contra mi lógica, mi juicio... mi todo. Empujé todo a un lado, por el amor que le tenía a Elise... —su inflexión fue de triste a gentil, antes de lanzarse a un profundo abismo de ira—. Ella m-murió, hace unos meses. Y mi hermano me culpó por su asesinato, porque m-me resiente... me resiente p-por haberla q-querido m-mejor que él... Pero yo no lo hice. Y él sabe que soy i-inocente... estoy seguro de que lo sabe. Y ahora... m-mi sobrino está preso aquí... y n-nadie lo puede salvar...

Traición y Justicia: RevelacionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora