Capítulo 14

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Keyllan se había despertado hacía un rato y fue en busca de una nueva camisa, la suya la había dejado hecha un desastre, dejó dormir a Elieanora un poco más, lo necesitaba, serían unos días difíciles y debía estar lo más descansada y alerta posible. Se había puesto a colocar todos los papeles de ella y a guardárselos, ya que en media hora empezarían a aterrizar. Escuchó su llanto y se quedó paralizado, ¿se estaba arrepintiendo de lo sucedido entre ambos? No lo creía, ese llanto era de auténtico terror y salió corriendo abriendo de un portazo el dormitorio.
-¿Eli? tesoro, ¡despierta!- se estaba preocupando, parecía que sus pesadillas habían vuelto, su pobre princesa volvía a ser presa de los malos sueños. Se acercó a ella, y la abrazó, besando sus sienes y su rostro, invitándola delicadamente a despertar.
-Despierta, dulzura, estoy contigo, no pasa nada, prometo no permitir que nadie te dañe jamás.
Elieanora abrió los ojos aterrada y un grito de terror atravesó su pecho, sus lágrimas bañaban su hermoso rostro.
-Madre, NOOOOOOO- miró a su alrededor intentando ubicarse, estaba completamente perdida en sus recuerdos- ¿Keyllan?
-Estoy aquí, tesoro-la estrechó con más fuerza entre sus brazos, estaba medio sentada encima de él, las manos del hombre acariciaban su espalda consolándola - Estás a salvo, Eli, solo estamos tú y yo,- limpió su rostro bañado en lágrimas, ella seguía sollozando en su pecho.
-Era... tan real... tan real como ese día ...hacía años que no tenía pesadillas, lo siento.
-No tienes que disculparte, Eli, es normal, es mucha tensión, pero te prometo que no dejaré que nadie te toque ni a ti ni a los tuyos.
-Gracias- le besó la mejilla a modo de gesto de gratitud.
Keyllan besó su frente, le levantó el rostro y le dio un suave beso en los labios.
-Vamos a aterrizar en breve, te dejaré sola para que te puedas preparar, estoy fuera si necesitas cualquier cosa, solo tienes que llamarme. ¿Me has escuchado, princesa?
-Sí, tranquilo, yo ya estoy mejor, voy a refrescarme y a vestirme- se acababa de percatar de que estaba completamente desnuda abrazada a él, parecía que había perdido completamente el pudor.
Su soldado salió, dejándole un poco de espacio para tranquilizarse y poder adecentarse, debía estar horrorosa, con los ojos hinchados y el rostro enrojecido, ¡menuda imagen tan seductora! Mientras rescataba el vestido que Keyllan había dejado en el respaldo de una silla, su mente empezó a divagar recordando lo que hacía años había encerrado en el rincón más oscuro de su mente, la muerte de su madre.
21 años atrás
La reina y el rey iban a celebrar su aniversario decimoséptimo, habían decidido celebrarlo en la ciudad del amor y de las luces, París. Este viaje era especial, sus tres hijos les acompañaban, su primogénito Elijah ya tenía catorce años y los pequeños tan solo seis. Había sido un día de juegos y de diversión para ellos como familia, acababan de acostar a los más pequeños y Elijah se quedaría "al mando", cuidando de que todo marchara bien aunque había dos niñeras maravillosas observándolo todo desde una perspectiva adulta. Charles e Idara iban a disfrutar de una velada especial, solo para dos. Primero irían a cenar a un restaurante exquisito, después disfrutarían de una buena copa de Louis Roederer, Cristal Brut 1990 Millennium Cuvee Methuselah y bailarían, para más tarde encerrarse en su suite y amarse un poquito más, si es que eso era posible, ya que se amaban con locura. Habían roto todas las reglas para casarse y habían formado un hogar poderoso pasado en el amor y la confianza, nada de matrimonios por conveniencia, ni alianzas políticas, ahí solo valía el amor y es así como estaban criando a sus futuros reyes. Sus tres pequeños eran iguales a sus ojos, no había separación de sexos, su pequeña haría todo lo que sus hermanos hacían, si ella lo deseaba y viceversa.
Charles, el rey consorte, iba con un esmoquin negro y pajarita, era un hombre muy atractivo, alto, con un pelo rubio dorado, una musculatura impresionante para ser un noble, una boca demasiado atractiva para un hombre y tenía los ojos de un color verde hoja impresionantes. Era muy inglés y su esposa a menudo le gastaba bromas al respecto, era un hombre recto, sin muchas salidas excéntricas y sin muchas muestras de efusividad en público, todo lo contrario a su bella esposa. Idara esa noche llevaba un vestido largo de Prada, en un tono buganvilla, con un escote en V no muy pronunciado(protocolos reales, una dama de la realeza no podía ser muy atrevida). La reina era de todo menos recatada, era un mujer alta, de piel tostada con un toque dorado, una melena negra azabache y rizada que le llegaba casi a su cintura y sus ojos eran de un peculiar color violeta a causa de una anomalía genética, el Síndrome de Alejandría, pero que no le causaba ningún impedimento en torno a su salud. Era ruidosa, alegre, sencillamente única, Charles se había quedado completamente cautivado por su belleza y esa forma tan especial de ser y de vivir.
Cuando eran más jovenes y decidieron seguir adelante con su amor, se lo prohibieron, los padres de Idara se negaron en rotundo a aceptar a un inglés en su linaje, querían que su legado real siguiera de forma impecable y amenazaron con desheredar a su hija si se atrevía a seguir adelante, pero no se acobardaron como todos esperaban, Idara y Charles se casaron en secreto y ella decidió renunciar a la corona e irse a vivir fuera de su isla donde serían libres de amarse sin ataduras.
El enfado de Lionatta y Tiziano Santini no duro tanto y en cuanto vieron que su única hija se marchó, trataron por todos los medios de convencerles de que regresaran pero ella estaba muy dolida, por haberla hecho elegir entre su hogar y el hombre que amaba, fue un duro golpe para ella.
Su primogénito, Elijah, nació ocho meses más tarde, un niño de rizos dorados y ojos de un verde tan claro que impresionaban, era una criatura adorable y sus padres se sintieron sumamente felices de tenerle por fin entre sus amorosos brazos. Vivían a las afueras de Londres, en una villa preciosa, su hijo tendría donde jugar, tenían caballos que a Idara le fascinaban, montaba desde que tenía uso de razón, a veces añoraba su hogar, sentir el sol de la isla caldeándole los huesos y la brisa revoloteando en su melena, pero no era posible revivir eso más.
Al poco tiempo del alumbramiento, los entonces reyes de Zafiro aparecieron en las puertas de su hogar londinense, suplicando perdón y pidiendo conocer a su nieto, Idara se negó, seguía furiosa con sus padres, pero en este caso fue Charles y su talante ingles el que tomaron las riendas de la situación, les dejó pasar y les puso en brazos al pequeño Elijah. Lionetta lloró acunando al pequeño príncipe y su hija que estaba escuchando escondida detrás de la puerta apareció corriendo a abrazar a su madre y reina. El rey Tiziano y la Reina Lionetta renunciaron a sus coronas y ascendieron a su hija y a su yerno al trono que fueron recibidos por su gente con los brazos abiertos. Siete años después nacieron sus gemelos Elieanora y Marco, su niña era la mayor de ambos, cuatro minutos de diferencia. Ambos con la melena rizada y azabache de su madre y con los ojos del color de la plata líquida, una rareza hermosa, y ambos lucían el mismo hoyuelo en su mejilla izquierda. Eran como dos gotitas de agua y habían ya conquistado a medio palacio y sobre todo a su hermano mayor que les adoraba y cuidaba como su más fiel servidor y por quien más debilidad sentía era por la princesa Elieanora, juró cuidarla para siempre.
Ya habían pasado diecisiete años desde todo aquello, y hoy iban a celebrarlo a lo grande, habían decidido no tener más hijos, con sus tres terremotos reales tenían de sobra, el palacio era un caos con ellos corriendo de un lado a otro, sus abuelos les adoraban y no sabían decirles que no y sus pobres padres intentaban que no se les consintiera en exceso..
-Charles, querido, ve a ver a los niños, quiero asegurarme de que están dormidos antes de que nos marchemos- le dio un beso amoroso a su marido y siguió arreglándose el maquillaje.
-Como mi reina ordene- era un hombre afortunado y él lo sabía.
Entró primero en la habitación de su hijo mayor y se lo encontró dormido sobre la colcha azul con un libro al lado, se había quedado dormido leyendo, Elijah era el que más se parecía a él aunque tenía los ojos de su difunta madre Marguerite Dankworth. Ya con sus catorce años era un niño grande, con un porte digno de su título, era valiente y muy inteligente, se sentía muy orgulloso de él, cuidaba de sus hermanos pequeños siempre y sobre todo de su adorada Eli, adoraba a esa pequeña granuja pero no más que ella a él. Se acercó a su cama, le acarició la cabeza y le dio un beso en la frente mientras lo arropaba y se alejó despacio sin interrumpir el sueño de su niño.
La habitación de al lado la ocupaban los gemelos, dormían siempre juntos. En palacio tenían cada uno su habitación, pero se comunicaban entre ambas, y esos dos "gamberretes" tenían un vínculo muy especial y les costaba dormir separados, por lo que en mitad de la noche se buscaban y acababan en la habitación del otro.
Abrió la puerta despacio y vio esos cuerpecitos casi iguales metidos entre las sábanas pero, como siempre, habían conseguido acercar las camas lo suficiente como para cogerse de la mano; eran tan diferentes pero a la vez eran uno solo, la conexión de ellos era única, solo otros gemelos la entenderían. Acarició sus cabecitas morenas y las besó, se aseguró de que estuvieran bien arropados y salió en busca de su adorada reina.
-Elijah se quedo dormido con su libro de aventuras y Eli y Marco están profundamente dormidos y agarrados de la mano, no les he separado.
-No serviría de nada, acabarían igual en cuestión de minutos.
Idara fue a darles un beso a sus tres hijos y seguido recogió su chal y del brazo de su flamante marido salió a enfrentarse al gélido aire parisino. Los amantes disfrutaron como adolescentes alocados de su noche de libertad, volvieron a susurrarse indecencias al oído y a robarse besos mientras los otros comensales les miraban con envidia. Salieron a las calles de la ciudad medio bailando, su equipo de seguridad vigilaba a una distancia prudencial, intentando no importunar más de lo necesario.
-¿Me sigues amando, Charles?- la reina estaba colgada de su cuello y le miraba con esos ojos violetas que le desbocaban el corazón aún.
-Como el primer día, amor mío, te amaré hasta mi último aliento y serás mi último pensamiento.
-Sir Charles de Inglaterra, voy a besarle hasta hacerle perder su fría cabeza- y rió de esa forma tan suya, con ese ruidito nasal que hacía al reír
-Tienes suerte de que te ame mucho mujer, porque te burlas de mí demasiado y yo como un tonto enamorado sigo a tu lado, bésame para que se me pase el enfado.
Se besaron de forma apasionada sin importarles dónde estaban ni quién les podría estar mirando. ¿Quién les diría a ellos que esa sería la última noche que pasarían juntos, que sería su despedida? ¿Quién les diría a esos amantes enfebrecidos por la pasión que su vida acabaría truncada?









Un amor implacable - trilogía el poder del amor 1 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora