Capítulo 16

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Eiden

Mierda.
¿Por que? Dos segundos más y... Bueno. ¿Dos segundos más y que? Pero es que ese momento era... ni sabría como explicarlo. Pero tenia que venir alguien a joderlo.
Abrí la puerta sin pensarlo dos veces -grandísima equivocación- y antes de poder reaccionar, Carlos, un compañero de la uni, ya estaba besándome y abrazándome.
— ¡¿Que mierda haces, tío?! - casi grité sacándomelo de encima.
Obviamente iba borracho.
— Vamos... -se colgó a mi y me empezó a besar el cuello.- ¿Cuando te has negado a un polvo?
— Tío, estás borracho. -me lo aparté de encima y lo coloqué en su lugar.- Vete a tu casa.
Entonces reaccioné; Ash estaba observándonos y me comieron los nervios. ¿Había visto como me besó Carl? Dios. Obviamente si.
— Venga tío... -se asomo y vio a Ash en el sofá.- Nunca te había propuesto un trío ya que a mi me gusta estar abajo, pero; ¿que te parece si...?
— ¡Que te vayas a tu puta casa, joder! -grité.
Estampé la puerta en su cara y me di la vuelta. Me restregué la cara ansioso.
— ¿Te van los tíos? -preguntó entonces ella rompiendo el silencio.
En ese momento no me vinieron nervios, ni rabia... No. Me vino vergüenza. Como aquella que sentí cuando me vieron con Darek en mi piso, haciendo de todo menos mirar fútbol con unas cervezas.
— ¿Algún problema? -solté a la defensiva.
Mi respuesta áspera y seca la tomó desprevenida.
— Ninguno.
Se levantó y se puso sus pantalones cortos, dejándose mi camiseta.
— ¿A donde vas? -me alarmé.
— A mi casa. ¿Donde más?
— Pensé que te ibas a quedar. -miré el reloj y la sostuve del brazo.- Va a ser la una en nada. Quédate.
Se me quedó mirando. De arriba a abajo, suspiró y cuando se soltó, puso una mano en su cadera.
— Ha sido una tarde muy rosita, pero yo no duermo en las casas de mis sexpa.
Encima lo decía en plural. Vaya golpe bajo.
— ¿Estás diciendo que lo de hace un rato... -señalé al sofá.- y lo de antes de eso; -esta vez señalando al baño.- lo habías echo con todos tus compañeros sexuales?
Se quedó callada. Y me miraba cautelosa.
Al ver que no me respondía, hablé yo.
— Tú sabes que no.
Me acerqué a quitarle un mechón de pelo y colocárselo en la oreja. Cerró los ojos durante un segundo, pero al instante, se apartó.
— Eso solo fue cosa del momento Eiden. -dijo con recelo.
— ¿Tienes miedo?
— Que te den.

Ash

¿Miedo? No. No tenia miedo.
Estaba totalmente acojonada.
Ese también te que habíamos tenido, esa Ash que era con el; me asustaba. Muchísimo.
Sin pensarlo, salí del piso de Eiden. Sin mirarlo. Sin mirar a ningún lado. Por que estaba completamente segura, de que si le miraba a los ojos, me quedaría y abriría la boca para no cerrarla jamás y decir todas mis mierdas y debilidades. Cosa que no tiene que pasar. No pasaría jamás. Cuando estuve con el viento dándome en la cara subida en la moto, el anterior dolor de estómago vino a mi, pero esa vez hizo que me retorciera casi del dolor. Prometí ir al médico más tarde.

No lo volví a ver hasta dos o tres días después. Había una celebración en la universidad de al lado de mi trabajo, y el bar donde trabajaba, se encargaba del catering. Ver a tantos estudiantes de un lado al otro, llevando cajas, libros, carteles, e incluso ordenadores de un lugar hacia otro, me dio alivio saber que no era uno de ellos. Sino que me rebajaba a repartir platos y recogerlos, limpiarlos y volverlos a servir. Ajetreada en mi trabajo, pasaban las horas, hasta que por fin la fiesta del lugar estaba en su pleno apogeo.
— ¡Mesa 17 Ash! -gritó Gabriel pro segunda vez.- ¡Les faltan las bebidas!
— ¡Que si, que si!
Bueno. También envidiaba en ese momento a los estudiantes, por que mientras yo estaba sacándome la mugre trabajando, ellos bebían y comían en la fiesta.
— Cerveza Estrella, y cero alcohol. -les dije a los que habían en la mesa.
— Gracias. -dijo entonces el, y mi corazón salió disparado.
Tres días seguidos sin verle el pelo, y ahí estaba; llevaba unos tejanos azules y una camisa blanca con los últimos botones del cuello desabrochado, dejando ver su clavícula. ¿No os lo había descrito todavía verdad? No era nada del otro mundo, la verdad. Tenia unos ojos marrón claro claro, y un pelo castaño tirando a oscuro. Lo que atraía de él, no era el aspecto en sí, sino su forma de ser, su "je ne se quoi" que nadie identificaba. Mucho menos yo. La camisa blanca hacía que sus hombros ya de por sí anchos, se notasen más, y se ajustaba en sus pectorales. Maravillosas tetas masculinas, oh si.
Me le quedé mirando un momento de más. Pero cuando reaccioné, me largué pitando del lugar a seguir con mi trabajo. Gracias al cielo había tanto, que me pude distraer las siguientes tres horas y media.

Voz de cenizaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora