XI - Lo que cambió un beso

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Aquella noche, después de cenar con Nancy y Elizabeth, Penélope dejó a la pequeña bajo los cuidados de la niñera y fue a la biblioteca a escribir un rato mientras la niña se bañaba. No quería estar enfadada con Colin o preocupada por Elizabeth, ni tampoco darle más vueltas a la escena a lo que había pasado con aquel beso. Tenía que tener siempre presente que Colin era su jefe, y como su jefe era un hombre complicado; a veces, un niño. Lizzie en cambio era una niña triste. Se estaba encariñando con ella y a veces pensaba que podía ser suya porque de haber dicho que sí a la propuesta de Colin, ella le habría dado hijos. Lo sabía en su corazón.
Trató de no pensar en ello. Sabía también que un matrimonio sin amor era una tortura, sus padres eran un ejemplo que vivía en su mente y ella quiso algo diferente aunque no lo tuviera. Se quedó un rato leyendo en la biblioteca mientras intentaba no pensar. Cuando volvió a su habitación al cabo de una hora, se encontró una agradable sorpresa esperándola encima de la cómoda: un ramillete de media docena de tulipanes rosas a medio florecer, probablemente cogidos en el parque. Estaban atados con una cinta blanca de seda e iban acompañados de una nota. La tarjetita era pequeña y sólo contenía una línea escrita con una letra redonda y bien alineada que a ella te resultaba muy familiar:

Señorita Penélope, me disculpo por haber sido tan mala con usted.

Elizabeth.

Penélope tocó uno de los capullos a medio abrir con la yema de un dedo y sonrió. "Esta niña es todo un reto, desde luego, pero también tiene los detalles más tiernos e inesperados. Una señal prometedora", pensó, y empezó a darle vueltas a cómo podría demostrarle a la niña lo mucho que le había emocionado aquel bonito gesto.

Se le ocurrió súbitamente una idea y rebuscó en su bolsa de viaje hasta que encontró su álbum de recuerdos. Lo sacó de la bolsa junto con una caja de madera donde guardaba sus cosas hasta que encontraba el momento de colocarlas en el álbum. Luego cogió el ramillete de tulipanes y fue a buscar a un criado. Al cabo de veinte minutos, se dirigió al estudio de música.

Elizabeth estaba sentada al piano de cola de su padre, tal y como Penélope suponía. Llevaba el pelo suelto, todavía húmedo, y ya se había puesto el camisón. Estaba allí sentada, aporreando las teclas, pero no había ninguna partitura en el atril. Solo jugaba con el sonido que salía de aquel instrumento sin ningún tipo de armonía. Cuando entró en la habitación, la pequeña levantó la mirada del piano. Un criado entró detrás de Penélope, llevando la caja de madera que ella había ido llenando de recuerdos junto con el material necesario para el proyecto que tenía en mente. -Déjelo todo allí, Weston -dijo Penélope al lacayo mientras señalaba un rincón de la habitación. -Luego puede retirarse.

-De acuerdo, señora.

Elizabeth dejó caer los brazos a ambos lados del cuerpo y, sin levantarse de la banqueta del piano le puso toda su atención a lo que había traído su institutriz. -¿Qué está haciendo?

-Colocaré varias cosas en mi álbum de recuerdos. -Penélope levantó el ramillete de tulipanes. -Muchas gracias por esto. Son las primeras flores que recibo en mi vida. Son preciosas. ¿Sabías que son mis favoritas?

Elizabeth se removió en la banqueta, aparentemente azorada, esperando que Penélope no montara un numerito y le diera por ponerse sentimental.

-Sé que no me he portado bien. Cuando estaba en el convento, la hermana Gertrude me decía que si ofendía a alguien me tenía que disculpar porque eso hacen los niños que son buenos. -dijo con algo de pena. -Me ha ayudado Nancy. Cuando hemos salido al parque esta tarde. Yo no sé hacer lazos. Me he portado terrible desde que llegué, y usted es buena conmigo. ¿Me perdona? -Miró a Weston por el rabillo del ojo mientras rodeaba el piano de cola hacia las puertas y salía de la estancia; luego volvió a mirar a Penélope. - ¿Tiene un álbum de recuerdos?

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