XXII - Veladas y sustos

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—A veces me cuesta perdonar. –contestó Penélope algo apenada. —Se que mi madre no quiso hacerme daño. Solo coaccionar una unión ventajosa para mí, algo que me diera posición y respetabilidad. Las cosas le salieron al revés.

—Tu madre siempre ha sido astuta. Se las arregló para sobrevivir a tu padre quien fuera un derrochador. Sobrevivir a tu primo Jack, quien fuera un estafador. Con tres señoritas casó a dos, y solo faltabas tú. Solo era una mujer asustada en un mundo de hombres. Y tú tienes mucho de ella, puedo verlo en tus ojos. Tienes esa determinación a salirte con la tuya y a tener lo que quieres. Solo que a veces te saboteas. Te miraba en los bailes yendo de esquina a esquina sin hacer mucho por sobresalir y aceptando tu "destino", pero te diré algo sobre el destino... se puede cambiar.

Penélope asintió y la vio levantarse de la cama. —¿El destino no está escrito?

—No. Siempre puedes cambiar tus estrellas. Aún puedes cambiar el rumbo de tu vida, siempre que estés viva puedes cambiar lo que quieres. El sábado tendremos una cena, como bien sabes, así que deberías escoger un vestido. Tendrás pretendientes.

Aunque tuviera mil hombres para escoger, Penélope pensó que era mala idea. Su corazón y cuerpo ya habían sido marcados por Colin por lo que no podía verse estando con otro hombre. —¿En plural? No sé si quiero tener pretendientes.

—Tal vez solo sea para asustar al único digno de mención. -dijo señalando las rosas. —Los hombres de verdad saben lo que quieren, pero a veces hay que darles un último empujón.

La vio salir y sonrió.
Seguro sería una buena semana.
Mientras tanto, miraba y miraba con ensoñación la pequeña acuarela. Notó como en el puente había una mujer pelirroja con un vestido azul. —Dios mío. –Se dió cuenta que era ella misma. Sonrió feliz notando que le gustaba mucho aquel juego del cortejo y ya que sin duda alguna quería participar era mejor ponerle empeño. Puso la acuarela junto a la nota del ramo y llamó a una de las criadas para que la ayudara con el vestido.

Sin duda vendría mucha diversión.

***

Estaba más que seguro de que sería una cena estupenda. Se miraba en el espejo y se sacudía pelusas del traje cuando su hija se asomó por la puerta mirándolo con curiosidad. —¿A dónde vas tan elegante? -preguntó Lizzie mientras abrazaba a una de sus muñecas. —¿Vas a beber?

—¿Qué? No. -Colin volteó a ver a la niña después de tomar sus gemelos para ponérselos en las mangas de la camisa. —Voy a una cena en casa de Lady Danbury. Iré a ver a la señorita Featherington, ella está ahí de visita.

Lizzie sonrió y lo miró. —¿Le vas a pedir que se case contigo?

—¿Cómo sabes eso?

—Escuché al tío Anthony hablando con el tío Gregory y el tío Benedict. -Colin se acercó a la niña y la tomó en sus brazos cargándola. —detrás de la puerta.

—No deberías escuchar detrás de las puertas.

Lizzie alzó los hombros y sonrió. —Bueno, dijeron que sería fantástico si te casas con la señorita Pen. ¿Por qué nunca me dijiste que le habías propuesto que se casara contigo?

—Lo escuchaste tras la puerta ¿Cierto?

—Lo dijo la abuela Violet. ¿Por qué no me dijiste? ¿Y por qué no te casaste?

Colin estaba pensando en como explicarle a una niña de cinco años todo aquello. Se sentó con ella en una butaca y la miró. —Yo no lo hice bien entonces. Cuando hay sentimientos hay que hablar desde el corazón, ¿Entiendes?

—No. -dijo negando y riendo. —Vamos papá, ¿amas a la señorita Penélope?

—Sí, creo que siempre lo he hecho.

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