XVI - Reflejos

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Se quedaron mirando unos segundos en el suelo notando los reflejos de sus propias almas en los ojos del otro.
Volvieron a besar hasta quedar acostados en la alfombra. -¿Qué quieres? -Colin miró a Penélope. -Tienes que irte ahora si no quieres cruzar la línea conmigo ahora. No estoy siendo amistoso.

-Eso parece. -Respiraba agitada al estar debajo de él y tragó saliva. -No somos amigos justo ahora.

-No. -Dijo él totalmente serio sin dejar de verla. -Te deseo. A ti. -junto las manos con las de ella y entrelazaron sus dedos. -Eres hermosa.

-¿Qué pasará mañana cuando esto se acabe?

-No se va a acabar. -No quería arruinar el momento diciendo que podrían casarse, pero era Penélope y él no quería arruinarla. Pensó en Lizzie y en que no quería correr el riesgo de que Penélope pudiera tener un hijo de él sin ser su esposa. La deseaba y aún así su deseo no era suficiente. La soltó, sintió un golpe justo en su estómago, quedó sin aliento y se levantó. -No puedo. Creí que podría pero no puedo.

-¿Eh? -Ella se levantó algo roja y lo miró. -Colin.

-No puedo.

-Entiendo.

-No, no creo que lo entiendas. Quiero más que nada cruzar esa línea. Creo que no he querido algo más con tanta intensidad en mi vida. Pero no puedo hacerlo, te haría daño, me odiarías, y no quiero que me desprecies.

-No podría.

Él asintió y le tomó una mano sintiendo las palmas calientes. -Sí podrías. Eso me temo. Siempre hemos sido amigos y hacer todo lo que tengo pensado hacerte haría que dejaramos de ser amigos. Nos perderíamos. No quiero perderte.

Penélope soltó su mano y asintió. -Tampoco quiero perderte. Tienes razón, no podemos hacer lo que sea que...

Y dio pasos atrás antes de salir del estudio.
Colin pensó que si antes no tenía sueño ahora mucho menos.
Desde que comenzó a sentir deseo por Penélope años atrás era normal escribir sobre ella en propuestas indecentes, situaciones totalmente indecorosas. Se había vuelto la protagonista de sus fantasías. Los amigos no pensaban así de sus amigas, no soñaban con besarlas hasta dejarlas sin aliento ni acariciar cada centímetro de sus pieles. Un verdadero amigo no pensaría en descubrir cuantas pecas se escondían bajo la ropa y menos cuanto tiempo tardaría en besarlas todas.
No podía tenerla en la realidad, pero en sus escritos más ocultos, sus diarios que no mostraba a nadie, ahí podía hacerle el amor cuantas veces quisiera entre palabras.

Se quedó dormido en el sofá luego de escribir y tuvo los sueños más vívidos que un hombre pudiera tener. No se había detenido en la alfombra. Ahí junto a la chimenea la había hecho su mujer, al menos en la mente.
Despertó temprano hecho un lío, acalorado y volviéndose completamente loco. Se dio un baño y luego salió a cabalgar para tratar de tomar aire fresco, seguro buscaría también a sus hermanos para quemar energía en una ronda de esgrima.

O varias.

Penélope era deseable, él la quería. Más que eso, la necesitaba y quería hacerla suya.

***

Aquella mañana Penélope agradeció que Colin no estuviera en el desayuno. Todavía tenía las emociones de la noche anterior a flor de piel y era demasiado que asimilar. Había sido una tontería, estaba a punto de comprometer su reputación realmente por él. Desde que había encontrado lo embriagantes que eran sus besos, constantemente estaba soñando con ellos. Vio a Elizabeth darle su leche a Meribast y suspiró. No podía estar pensando en Colin cuando Lizzie era su trabajo. -Lizzie, no le des tu comida a la gata.

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