LA FAMILIA PERFECTA -TERCERA Y ÚLTIMA PARTE

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          En la pequeña mansión: 

       Annipe ya cambiada, se encontraba sentada en su cama esperando a Hardin, quién había salido a comprar unas cosas, a pesar que ella se negara, éste igual se fue.

      Estaba descansando muy plácidamente, cuando la puerta de abajo se abrió— Soy yo! —exclamó Hardin desde abajo, ella sólo regresó a los brazos de Morfeo.


     Unos quince minutos después: 

—Tengo una buena y una mala noticia —dijo Hardin llegando con una bandeja en sus manos.

—Dime, la buena.

—Te preparé una sopa, mi abuela me la preparaba cuando me sentía enfermo.

—Confieso que me estaba muriendo de hambre —rió.

—Te vez mejor, me gusta verte sonreír.

—Y a mi me gusta que tú seas el motivo de mis sonrisas... ¿La mala? 

—Fui a la farmacia, te compré una medicina, el farmacéutico me advirtió que era asquerosa.

—Pero si ya estoy bien ¿Qué sentido tiene envenenarme con eso? 

—Estás bien, si, pero aún tienes fiebre, tú come necesitas nutrientes.

—¿Y tú?

—Me preparé un sandwich mientras se hacía la sopa, estoy bien, descuida.

    Éste se sentó a su lado, observando como Annipe comía mientras hablaban de cosas triviales.

    Un rato después: 

—Bébelo, sólo es un trago y listo.

—Esto huele mal, es horrible.

—Anny, cuanto más asqueroso es el remedio, más eficaz es.

—Eso porque no lo beberás tú ¿No podían agregarle unas cucharaditas de azúcar? 

—Hazlo por mi —tomando su mano— anda mi duquesa.

—Lo que tengo que quererte para hacer esto —dijo y luego bebió el medicamento, sus ojos se cerraron con fuerza por el amargo sabor— ¿Feliz?

—Mucho —sonrió para luego recostarse a su lado.

—No te sorprendas si me quedo dormida acurrucada a ti.

—Esa sería la mejor forma de recuperación —susurró abrazándola.



     Asenath: 

     Había caminado las pocas cuadras que eran, ya era el atardecer, ya se encontraba allí, pero Daniel no y eso al irritaba aún más.

     Ya de por sí no toleraba esa manía que él tenía de empezar todas la palabras con una mayúscula, ella se había cansado de decirle que sólo era la primer palabra al comienzo de la oración, luego de dejar la sangría, pero él nunca la escuchó.

     La noche comenzaba a caer, hacía mucho frío, cuando de repente un automóvil rojo bastante antiguo estaciona frente a ella.

—Hasta qué te dignas a llegar! 

—Sube.

—No lo haré, hablaremos aquí.

—Vamos Asenath! como si no me conocieras —rió.

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