XXII

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—Es lo más sensato, _____, lo lamento —admitió Yaga.

Cuando Gojo te dijo que tenías prohibido salir del recinto de la escuela, primero pensaste que era una forma de hablar, no una prohibición como tal. No esperabas que Yaga le diera la razón.

—Soy una mujer adulta —dijiste, intentando contener el enfado. Si parecía que estabas haciendo una pataleta, no ayudarías mucho a tu caso—. No podéis obligarme a encerrarme aquí.

—Sí que podemos —dijo la voz monótona de Gojo desde una esquina de la habitación, adelantándose a Yaga.

Giraste la cabeza hacia él y le dedicaste una mirada furibunda, pero él no levantó la vista de su nuevo teléfono. Hacía días que era lo único que parecía merecer su atención, concretamente desde que volvió a Japón.

Yaga soltó un suspiro, poco acostumbrado a tener que dar la razón a Gojo tan a menudo.

—Es cierto —afirmó el director—. Como miembro de la comunidad de jujutsu y profesora de esta escuela, tenemos potestad de confinarte aquí si tu vida o la de otros corre un riesgo inminente, y con una recompensa en tu cabeza, tenemos justificación suficiente para hacerlo.

Maldijiste mentalmente al imbécil que te había puesto la recompensa y deseaste poder salir a buscarlo tú misma para acabar con el problema. Pero claro, no podías.

—Espero que no sea problema para seguir con tu horario de clases —insinuó el profesor.

—No, claro que no —remugaste—. Si ya estoy aquí encerrada, lo único que puedo hacer es trabajar.

No esperaste a que Yaga te despidiera para salir de su oficina, y en cuanto cruzaste la puerta, Gojo apareció a tu lado, sin cruzar palabra y teléfono en mano.

—No es necesario que me sigas a todas partes —espetaste a tu amigo—. Los cazarrecompensas no se atreverán a entrar aquí.

Gojo levantó la mirada de la pantalla un instante, tomándote por sorpresa, y te dedicó una mirada fría.

—No me preocupa quién pueda entrar a la escuela, sino quién quiera salir.

Te paraste en seco en medio del patio y te encaraste a Satoru.

—Oye, ¿he hecho algo para que te enfades conmigo? —preguntaste clavando un dedo en su pecho amenazadoramente—. Porque lo último que yo recuerdo es que casi muero, y ahora tú estás todo el día... —te asomaste para ver qué es lo que hacía en su teléfono, y contuviste un gruñido de rabia— jugando al Subway Surfers, ¿es una broma? ¿Es por esto por lo que ni siquiera me miras?

Gojo no mudó su expresión en lo más mínimo. La misma indiferencia.

—No estoy enfadado —contestó.

—¿Pues sabes lo que creo yo? —dijiste, sin poder contener la rabia ante su actitud fría—. Que estás molesto porque me hicieron daño mientras tú no estabas, y no has podido hacer nada para evitarlo.

Satoru apretó los labios de forma casi imperceptible, y sentiste, por fin, algo de satisfacción. Le habías molestado. No te hacía feliz, pero el enfado era mejor que la indiferencia. Al menos era una señal de que sí que le importaba.

—Lo que tú digas —murmuró Gojo, mientras comenzaba una nueva partida del juego, y contuviste las ganas de tirarle el teléfono al suelo de un manotazo.

Tu humor no mejoró a medida que avanzaban los días, y tampoco lo hizo la actitud de Gojo, que no te dejaba sola ni un instante.

Si dabas clases, se sentaba toda la hora en el fondo de la clase. Si entrenabas con los chicos, os seguía a la pista de entrenamiento. Y cuando te ibas a la cama, él se acomodaba en tu sofá, donde lo encontrabas a la mañana siguiente todavía con la ropa de calle. No lo viste dormir ni una sola noche. Gojo no te perdía de vista ni un segundo del día, pero tampoco te hablaba. Siempre estaba presente, silencioso y distante como un fantasma.

Old Beats | Gojo Satoru x LectoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora