XXVII

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Gojo estalló en risas cuando tu madre relató, por enésima vez, la anécdota del agujero en el techo, captando la atención de los demás comensales. Claramente, el ridículo nunca ha logrado incomodar a Gojo.

El restaurante era sofisticado y exorbitantemente caro. Ni tú ni tu madre vestíais de acuerdo con la ocasión, pero como estabais con Gojo, eso no tenía importancia. Os ubicaron en una mesa junto a un ventanal en el piso "tropecientos" de un rascacielos, ofreciendo unas vistas espectaculares de la ciudad. Tu amigo se encargó de pedir platos cuyos nombres ni siquiera podías reconocer, mientras él y tu madre intercambiaban anécdotas y cumplidos mutuos. Ambos parecían estar fascinados el uno con el otro.

Satoru siempre ha adulado a tu madre de una forma bastante exagerada. En tu opinión, busca su aprobación como un bálsamo para el desdén palpable de tu padre. En las numerosas ocasiones en que Gojo ha visitado la casa de tus padres desde que lo conoces, tu padre apenas le ha dirigido diez palabras, la mayoría de ellas siendo simples exclamaciones como "Eh", "Tú", o, si estaba de buen humor, "chico", acompañadas de una serie de gruñidos. La frase más larga que ha pronunciado en presencia de Satoru fue durante una cena, donde espetó: "¿Tienes que hablar todo el rato?".

Satoru, en efecto, no se calló. Cuando se apagaron las luces y cada uno fue enviado a su respectivo cuarto, él se coló en tu habitación para reflexionar sobre por qué tu padre le detestaba tanto, siendo él tan fantástico. Tú no creías que tu padre le odiara; simplemente era así. Terminasteis discutiendo acaloradamente, pasando de palabras a un enfrentamiento amistoso, luego a uno más violento, hasta que sucedió el incidente del agujero en el techo.
— ¡Podrías haberme dado a mí, imbécil! — exclamaste en susurros, mientras ambos observabais la noche a través del orificio perfectamente redondo y pequeñas partículas de polvo de cemento caían sobre vosotros.
— Lo he desviado, idiota — contestó él con voz infantil —. Por eso ha dado en el techo.
Después de eso, quedó fuera de duda que tu padre lo odiaba.

Tu madre, en cambio, estaba encantada con él. A medida que avanzaba la comida, te iba quedando claro que estaba realizando un casting para encontrar a su futuro yerno, y Satoru tenía todas las papeletas para ganar. Hasta ese momento, ya se había asegurado de que no tenía novia (nunca había tenido una), de que tenía un buen trabajo (el mismo que el tuyo, pero bueno) y de que le encantaría ser padre (socorro).

Normalmente, Gojo solía seguirle la corriente a tu madre e insinuar que algún día se casaría contigo, algo que siempre deleitaba a tu madre. Pero hoy no era el caso. El chico reía, bromeaba y se mostraba encantado cuando tu madre le halagaba, pero mantenía cierta distancia.

También contigo. No se dirigía mucho a ti, evitaba mirarte y se aseguraba de estar lo suficientemente lejos como para no rozarte accidentalmente. Era muy extraño. Cuando tu madre comenzó a insinuar que se te "iba a pasar el arroz", te levantaste de la mesa.
— Ahora vengo. Tú, — llamaste a Gojo, quien dejó el pan que estaba desmigajando en su plato — ven conmigo.

Atravesaste el salón del restaurante hasta llegar a la entrada donde se ubicaban los baños. Entraste al de mujeres y echaste el cerrojo cuando Gojo entró contigo. Era un espacio pequeño. Habías pensado que sería mucho más amplio, dada la sofisticación del lugar. Te apoyaste en la pared con los brazos cruzados, y Gojo hizo lo mismo en la pared opuesta.

Os mirasteis cautelosamente.

Hacía menos de veinticuatro horas que estabais enredados en besos en tu dormitorio, por lo que la distancia que ahora separaba vuestros cuerpos parecía cruel. Era una distancia densa, pesada e insalvable. Porque para mañana habías quedado con Suguru, y estabas segura de que Gojo no lo había olvidado. Por eso apretaba la mandíbula, por eso evitaba mirarte, por eso tenía los brazos cruzados y no había hecho ningún intento de bromear ni de reducir la absurda distancia entre vosotros. Por eso se mantenía en silencio.

Old Beats | Gojo Satoru x LectoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora