Capítulo |25|

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Ya saben que su opinión me es muy importante c:

Miranda Livingstone 

 
Doy un salto para bajar de la lancha con la ayuda de Max sin dejar mis quejidos por el abatimiento de mi cabello con el aire o la forma en la que mis tacones se hunden en la arena.

—Me fascinó cómo confrontaste a Lorens, Miranda. Creo que jamás nadie lo había hecho. 

—El restaurante está en la playa y el vestuario de las modelos parecía para un antro a mitad de New York.

—Ni pensarlo.

—¿Y qué fue ese “solo le haré caso a esta insoportable por ti bebé” jugandote la mejilla?

—Es un juego entre él y Hannah. El hombre me tiene en la mira.

Me rio despacio de verlo sonrojado. Le hace una señal a un joven y este le entrega las llaves del auto en el que llegamos.

Conduce con suma precaución por las transitadas calles, no pasan de las seis de la tarde y el sol sigue al máximo, los días son más largos aquí.

Dos kilómetros después vuelvo a ver arena, palmeras y uno que otro animalito con caparazón andando en las rocas. Nos acercamos a otra playa u otro extremo alejado de la misma. Aquí el agua es tan turquesa como la que rodeaba la isla, pero en total calma, solo hay una enorme construcción abandonada. 

—¿Aquí viven tus papás? No es por juzgar, pero…

—Claro que no —me abre la puerta—. ¿Qué te parece el lugar?

—Tenebroso y vandálico. 

—¿Vandálico?

—Sin vigilancia debe ser cuestión de días para que sea saqueado.

—Lleva veinte años solo y no ha pasado nada —explica abriendo la puerta de metal oxidado—. He comprado el terreno. 

Observo las amplias instalaciones, la perfecta ventilación y la fortaleza de la construcción, pero lo más fascinante es la alegría con la que él lo mira.

—Con una redistribución y rediseño podría quedar excelente —digo al fin.

—Más la publicidad y las recetas indicadas será un gran restaurante. ¿Te asocias conmigo?

Creo que ya entiendo. Las bacterias luminiscentes le afectaron el razonamiento. 

—No sé Max, apenas vendré y tú te la pasaras en las grabaciones…

—Yo me encargo de la publicidad, tú de dirigir dentro. 

—Necesito pensarlo, creo que esto necesita supervisión y vivo muy lejos de aquí.

Me desvío de la complejidad de su plan mirando la pintura corroída por el paso de los años, también porque probablemente fungió como refugio para personas de paso.

—¿Qué fue aquí?

—Fue una bodega para la mercancía que llegaba en las embarcaciones a los muelles. Después eran distribuidos por vía terrestre. 

—Conocedor.

—Me gusta estar informado donde estoy parado, de todo —recalca mirándome de reojo. 

—Que miedo.

Media hora después estamos en el centro de este pueblo suburbano, en lo que parece ser de las zonas con mayor privacidad. Es un fraccionamiento con no más de diez casas.

Entro de su brazo temiendo que esto termine mal, porque incluso su semblante cambió desde que cruzamos la cerca.

—Tengo la sensación de que tus padres y yo no nos llevaremos del todo bien, son pocas las posibilidades de que yo haga clic en una presentación. 

Al terminar el otoño [L #3] - Último Otoño Donde viven las historias. Descúbrelo ahora