Capítulo |18|

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Miranda Livingstone

—¿Por qué terminó tu última relación? —pregunto para que pare esa sarta de mentiras que dice entre dientes.

Lo descuido al notar que el camino rural termina en nuestros pies dando paso a uno de piedra desgastada como en el resto del pueblo de apariencia antigua y misteriosa. Hemos llegado.

—Ya sabes, cosas que no funcionaron —retoma la conversación.

—¿También le dijiste que eras un fantasma o la hiciste dudar de su cordura? Créeme, aunque parezca mentira eso no es atractivo.

—Cosas como que yo quería estar con ella y ella con una fisicoculturista dueña de medio Arias. Nunca íbamos a encajar.

Maximiliam bufa por lo bajo, vamos, se quiere burlar de su propia desgracia.

—¿Y la tuya? —contraataca.

—Solo he tenido un novio y creo que fue por presión social —Enarca una ceja y freno en seco sus pensamientos—. Él y yo éramos los únicos sin pareja entre nuestros amigos, al final fue algo bueno, Daen es increíble y me terminó aceptando como soy.

—¿Brusca y demente?

—Sí, justo así.

—"Me terminó aceptando" —medita determinante—. ¿Cuánto tiempo le tomó? ¿Diez años? Eso no es normal.

—No fueron diez años... algunos meses...

Sé que no es fácil asimilarlo, el tan solo mencionar a un psiquiatra te encajona como peligrosa. No hay manera de no ser excluida cuando parece que algo en ti no funciona.

—En mi defensa me gustaste desde el primer instante, Miranda.

—¿En serio? —Debato.

—Sí, yo también pensé que algo andaba mal conmigo, pero sí.

—Tarado.

—Algo así me dije, ya era tarde.

Endurecí mi rostro. No quiero sonreír, no quiero dejarle ver mi emoción. No quiero proyectar las ganas que tengo de abrazarlo. Ni lo mucho que disfruto su aroma. Cuanto temí no volver a escuchar su voz.

—¿Y si me hubiese quedado?

—Me habría vuelto loca en serio.

La gente se queda mirándonos. Deben conocerse todos los integrantes y es claro que nos notan invasores.

Las miradas nos apuntan inquisitivas, buscando reconocernos o asimilando las razones que nos han traído.

El ruido de la música en vivo por las esquinas nos distrae lo suficiente para no tener que conversar entre nosotros bajo el picante sol.

Ahí bailan una pequeña multitud de personas, algo que parece una mezcla de mambo al son de una marimba y bombos.

En la siguiente calle una cuadrilla de mariachis entona música regional para un restaurante casi a la mitad de la calle, uno de ellos tira de mi brazo para cantar despacio casi contra mi oído.

Maximiliam se burla de mí, me graba, pero no me importa sigo cuanto puedo el coro con un sombrero enorme tapizado de hilos dorados que me dejan caer en la cabeza.

Doy un último giro para devolverle su sombrero al atrevido que me guiña.

Cuando me vuelvo para la acera Snyder está quemando visualmente al chico que no pasa de veinte años.

—¿Te gusta el mariachi?

—No —lo encaro a la defensiva.

—Me refiero a la música.

Al terminar el otoño [L #3] - Último Otoño Donde viven las historias. Descúbrelo ahora